Estimado Fray Nelson: En el libro de los Proverbios capitulo 16 versículo 4, se expresa: “Yahveh ha hecho todo con un propósito; inclusive al malvado para el día fatal”. ¿Qué quiere decir esto? .Un amigo seminarista me dijo que Dios ha hecho absolutamente todo con una finalidad y que los delincuentes por ejemplo tenían como misión perjudicar a otros y que ése daño purificaba a los agraviados; si esto es así y los “malvados” tienen un propósito desde su creación ¿cómo pueden ir al infierno por ejemplo si estarían cumpliendo su “misión”? Acláreme por favor Fray Nelson y le agradezco todas las respuestas que gentilmente concede a mis preguntas. — G-S.H.P.
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En ese versículo hay varios temas teológicos–todos muy densos–que salen a la vista. Podemos presentarlos en forma de preguntas:
1. ¿Dios creó al malvado? ¿Es entonces el creador del mal? ¿O en qué sentido se relaciona Dios como creador con el hecho incontestable de la existencia del mal?
2. ¿Hay verdadera libertad en el ser humano, y en particular, hay libertad en los malvados, bajo la suposición de que están respondiendo a un propósito que no es de ellos sino de Dios?
3. ¿Qué responsabilidad puede haber si no hay verdadera libertad? Y si no hay completa responsabilidad, ¿qué justicia es la que implica un castigo?
Para las respuestas vamos a apoyarnos especialmente en textos de Santo Tomás de Aquino.
1. Dios es creador de la naturaleza libre del malvado, lo mismo que es creador de la naturaleza de todo ser humano. Evidentemente sin ser creados no podrían ser malvados los malvados como tampoco podrían ser buenos los buenos. Pero nuestra naturaleza no es la causa íntegra y completa de nuestros actos. Es posible tomar decisiones; hay un margen de libertad en el ser humano. El uso que cada quien haga dentro de ese margen de libertad no depende de la naturaleza ni tiene entonces como responsable a Dios, a pesar de que Dios y sólo Dios es el único creador.
2. Cuando hablamos de los propósitos o planes de Dios debemos recordar que Dios no se contradice a sí mismo, y en particular: Dios no elimina la libertad que con amor y sabiduría quiso darnos. No debemos entonces imaginar el gobierno de Dios sobre la creación, o equivalentemente: el cumplimiento de sus propósitos, como una interrupción en nuestra naturaleza, que significaría una negación de la obra creadora de Dios mismo. Dios gobierna, sí, pero su gobierno no debemos imaginarlo como la supresión de la causalidad que nuestra libertad tiene, incluso si esa causalidad es limitada e imperfecta de muchas formas.
De hecho, es la limitación de nuestra causalidad la que hace posible que Dios dirija la Historia sin negar nuestra libertad. Resulta que nuestra libertad opera en los límites de nuestro conocimiento, que nunca puede abarcar la totalidad de los factores implicados incluso en una pequeña decisión. Por eso enseña Santo Tomás que cuando una persona cree estar saliendo del querer de Dios en un sentido no puede evitar obedecer ese querer en otro sentido. No podemos eliminar las consecuencias de nuestros actos. Esas consecuencias, que son primero internas que externas, marcan el “reingreso” del malvado en el gobierno divino.
Ahora bien, nuestras acciones tienen efecto más allá de nosotros mismos, alcanzando a menudo otras historias y vidas. No es impensable entonces que las consecuencias mismas de los actos perversos sean una especie de acto natural de justicia no sólo sobre personas sino sobre grupos humanos enteros. Dice Santo Tomás que lo que la Biblia llama “ira divina” (la del “día fatal” que menciona el texto de Proverbios) no es otra cosa que el desenlace de la acumulación de las consecuencias de nuestros pecados que, multiplicando su daño por vía de acumulación y composición, terminan produciendo un resultado devastador. Siendo eso así, no es extraño afirmar que también la maldad misma se convierte en vehículo de justicia divina, no porque tal haya sido el propósito del malvado sino porque él no puede evitar que sus pecados tengan consecuencias.
3. Queda claro entonces que en principio sí hay un margen de libertad en todos, incluyendo los malvados, y por eso ciertamente hay responsabilidad. La pregunta sería: Si Dios saca algo bueno, por ejemplo en términos de hacer justicia, de la maldad de los malvados, ¿por qué castiga al malvado? Para responder hay que tener en cuenta que, según Santo Tomás, en todo acto voluntario hay tres elementos: objeto, intención y circunstancias. La valoración moral, de la que depende si hay mérito o castigo, sigue ese mismo orden: qué has hecho, por qué lo has hecho, y en qué condiciones lo has hecho. Obsérvese que las consecuencias desconocidas, que son como una derivación de las circunstancias, tienen un peso ínfimo o nulo en la valoración moral. Por ejemplo, si alguien comete un acto terrorista derribando una inmensa torre, digamos en Alemania, y al caer la torre se descubre que debajo había una bomba atómica del tiempo de los nazis, que hubiera podido explotar en cualquier momento, nadie consideraría meritorio el acto del terrorista, puesto que en el contexto real de su acción ni el objeto ni la intención ni las circunstancias eran virtuosas. Eso explica por qué las consecuencias limitadamente positivas de los actos perversos no eliminan el lado perverso de las acciones de los malvados.