Otros matrimonios santos

“Los nuevos Santos Louis Martin y Marie Zélie Guérin, padres de Santa Teresita de Lisieux, conforman la primera pareja de esposos que es canonizada en la misma ceremonia. Sin embargo, no son los primeros esposos en alcanzar la santidad y aquí enumeramos algunos ejemplos…”

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La Virgen mostró a la Madre Teresa de Calcuta el poder del rosario en familia

En 1947 la Madre Teresa de Calcuta tuvo una visión en tres partes.

En la primera escena, vio la difícil y dolorosa de los pobres y la aún mayor pobreza interior que estaba escondida detrás de su pobreza material… ellos estaban tratando de llegar hasta ella.

En la segunda escena, la Madre Teresa vio la misma multitud de pobres… La Virgen estaba allí en medio de ellos y la Madre Teresa estaba de rodillas a su lado; le oyó decir:

“Cuida de ellos… ellos son míos… llévalos a Jesús… llévalos a Jesús… No temas…enséñales a rezar el rosario… el rosario en familia, y todo estará bien… sin miedo… Jesús y yo estaremos contigo y tus hijos”.

En la tercera escena era la misma gente de nuevo y estaban cubiertos con tinieblas. Allí, en medio de una multitud angustiada que no parecía darse cuenta de su presencia, estaba Jesús en la Cruz. Nuestra Señora estaba delante de Él… y Jesús dijo a la Madre Teresa:

“Yo te lo he pedido… ella, mi madre, te lo ha pedido. ¿Vas a negarte a hacer esto por mí… cuidar de ellos, traerlos a mí?”

Luego de esto, toda la vida de la Madre Teresa estuvo dirigida a devolver el amor inconmensurable que el Padre derramó en Jesús crucificado, presente en la Eucaristía, que moraba en su corazón y se encontraba escondido en los más necesitados.

“La bofetada que recibió, el escupir en su cara, la coronación de espinas, la flagelación, quitarle su ropa, la crucifixión… poner su cruz en el centro, mostrando que Él era peor que los otros dos. El entierro en la tumba de otra persona, todos estos gestos y muchos otros, especialmente el terrible anhelo de ser amado, la terrible soledad, el terrible sentimiento de dolor de Su Madre. Todas estas son muestras del amor con que Él te amó, a ti y a mí”. (Madre Teresa)

Podemos notar en estas visiones el papel central y decisivo que jugaría Nuestra Señora en cada aspecto de la vida y trabajo de la Madre Teresa. La Virgen se convirtió en un puente entre la Madre Teresa y los pobres que clamaban a ella y entre los pobres y Jesús crucificado quien tenía sed de ellos, que anhelaba amarlos y ser amado por ellos.

(Extracto del libro “Madre Teresa: A la sombra de la Virgen” de Joseph Langford, MC; publicado en Catholic Exchange, adaptado al español en PildorasdeFe.net, tomado de CariFilii.es )

Fray Martín de Valencia (1474-1534)

Entre los franciscanos primeros que, junto con otros religiosos, principalmente dominicos y agustinos, hicieron la primera evangelización de México, debemos recordar algunos nombres muy señalados.

Fray Martín de Valencia nació el año 1474 en Valencia de Don Juan -entre León y Benavente- y fue provincial de la provincia franciscana de Santiago. Motolinía, que nos dejó escrita la vida de este jefe de los Doce (Historia III,2, 295-314)), afirma: «además de lo que yo vi en él, porque le conocí por más de veinte años, oí decir a muchos buenos religiosos que en su tiempo no habían conocido religioso de tanta penitencia, ni que con tanto tesón perseverase siempre en allegarse a la cruz de Jesucristo».

Amigo de soledad y silencio, pasó años de terribles noches oscuras y tentaciones, quedando tan flaco y desmejorado «que no parecía tener sino los huesos y el cuero». Un día que andaba en Robleda pidiendo para comer, una buena mujer le dijo: «¡Ay, padre! ¿Y vos qué tenéis? ¿Cómo andáis que parece que queréis expirar de flaco; y cómo no miráis por vos, que parece que os queréis morir?». En ese momento, como quien despierta de un sueño, quedó libre de los engaños del demonio, tuvo una gran paz y comenzó a comer.

Fray Martín, aun siendo tan recogido y contemplativo, siempre deseaba «padecer martirio, y pasar entre los infieles a los convertir y predicar. Este deseo y santo celo alcanzó el siervo de Dios con mucho trabajo y ejercicios de penitencia, de ayunos, disciplinas, vigilias y muy continuas oraciones». El Señor le había asegurado en la oración que «venida la hora de Dios le llamaría, y que de ello estuviera cierto».

En 1516 se instituyó la custodia franciscana de San Gabriel, muy evangélica y observante, y en 1518 fue elegido Fray Martín como su primer provincial. Fue un superior bueno, que gobernó a sus hermanos «más por ejemplo que por palabras. Y siempre iba aumentando en sus penitencias»: cilicio y ayunos, vigilias y ceniza en la comida.

Por fin, en 1523, «cuando más descuidado estaba, llamó Dios de esta manera»: el Padre General, fray Francisco de los Angeles (Quiñones) le encomendó pasar con doce compañeros a evangelizar la Nueva España. El mandato, como sabemos, fue cumplido prontamente, estando ya él por los cincuenta años. En el viaje «padeció mucho trabajo, porque como era persona de edad, y andaba a pie y descalzo, y el Señor que muchas veces le visitaba con enfermedades, fatigábase mucho; y por dar ejemplo, como buen caudillo siempre iba adelante». Aunque lo intentó, ya a su edad no logró aprender la lengua de los indios, sino sólo algunas palabras, y «holgábase mucho cuando otros predicaban, y poníase junto a ellos a orar mentalmente y a rogar a Dios que enviase su gracia al predicador y a los que le oían. Asimismo a la vejez aumentó la penitencia, que ordinariamente ayunaba cuatro días en la semana con pan y legumbres».

Revivía a veces la Pasión de Cristo, y él mismo, muy callado para hablar de sí, hubo de confesar en una ocasión: «Desde la Dominica in Pasione hasta la Pascua, estas dos semanas siente tanto mi espíritu, que no lo puedo sufrir sin que exteriormente el cuerpo lo sienta y lo muestre como veis». Una vez, predicando sobre la Pasión del Señor, «fue tanto el sentimiento que tuvo, que saliendo de sí fue arrobado y se quedó yerto como un palo, hasta que le quitaron del púlpito». Varios fueron -el alcalde de Tlalmanalco, Hernán Cortés, que le visitaba con frecuencia, Bernardino de Sahagún- los que le vieron orar elevado en éxtasis. Fue sin duda un religioso más contemplativo que activo, pero no obstante, tuvo gran energía en los primeros años más difíciles para sujetar a los españoles que se habían desmandado, por lo que hubo de sufrir más de una persecución y calumnia. Fue gran amigo del Obispo Zumárraga, franciscano, y del dominico fray Domingo de Betanzos.

«Vivió el siervo de Dios fray Martín de Valencia en esta Nueva España diez años, y cuando a ella vino había cincuenta, que son por todos sesenta. De los diez que digo los seis fue provincial, y los cuatro fue guardián de Tlaxcallan, y él edificó aquel monasterio, y le llamó la Madre de Dios; y mientras en esta casa moró enseñaba los niños desde el a b c hasta leer por latín, y poníalos a tiempos en oración, y después de maitines cantaba con ellos himnos; y también enseñaba a rezar en cruz, levantados y abiertos los brazos, siete Pater noster y siete Ave Marías, lo cual él acostumbró siempre hacer [y aún dura la costumbre en algunos lugares de México]. Enseñaba a todos los indios, chicos y grandes, así por ejemplo como por palabra, y por esta causa siempre tenía intérprete; y es de notar que tres intérpretes que tuvo, todos vinieron a ser frailes, y salieron muy buenos religiosos».

Al fin de su vida, retirado en el convento de Tlalmanalco, solía irse a una ermita muy devota, que tenía cerca una cueva. Durante aquellos retiros, acostumbraba salir a orar al amanecer en una arboleda, debajo de un árbol muy grande. «Y certifícanme que luego que allí se ponía a rezar, el árbol se henchía de aves, las cuales con su canto hacían dulce armonía, con lo cual él sentía mucha consolación, y alababa y bendecía al Señor; y como él se partía de allí, las aves también se iban».

Cuatro días duró su última enfermedad, y cuando tres frailes le llevaban a curar a México, «expiró en aquel campo o ribera. El mismo había dicho muchos años antes que no tenía de morir en casa ni en cama sino en el campo, y así pareció cumplirse». Era el 21 de marzo del año del Señor 1534.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.