La polémica es fuerte: daños de la vacuna del papiloma

“La prensa francesa publica estos días que la Comisión Regional de Indemnizaciones de Accidentes Médicos de Aquitania (Francia) ha reconocido la relación de causalidad de la vacuna del papiloma con daños en el sistema inmune de una chica de 15 años. Así lo hace Le Point L’Usine Nouvelle o Le Parisien. De ser así, dicha institución se convierte en la primera de Europa en hacer oficiales los daños de esta vacuna (ya conocidos, por otra parte). La citada Comisión, estaría fomentando el derecho de la joven y su familia a percibir una indemnización por los perjuicios recibidos. También se publica que el abogado de la familia ha interpuesto una demanda por ello…”

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Elogios para Hernán Cortés, de sus contemporáneos

Pero volvamos a nuestro protagonista. A juicio de Salvador de Madariaga fue «Cortés el español más grande y más capaz de su siglo» (555), lo que es decir demasiado, si no se ignoran las flaquezas del Capitán y las maravillas humanas y divinas del siglo XVI español. También elogiosa es la obra Hernán Cortés, escrita en 1941 por Carlos Pereyra. Pero los elogios vienen de antiguo, pues ya en el XVII Don Carlos de Sigüenza y Góngora, escribe el libro Piedad heróica de Don Fernando Cortés, que es publicado mucho más tarde en México, en 1928.

En nuestro siglo, el mexicano Alfonso Trueba, publica en 1954 su Hernán Cortés, libertador del indio, que en 1983 iba por su cuarta edición. Y en 1956, el también mexicano José Vasconcelos afirma en su Breve historia de México que Hernán Cortés es «el más grande de los conquistadores de todos los tiempos» (18), «el más humano de los conquistadores, el más abnegado, [que] se liga espiritualmente a los conquistados al convertirlos a la fe, y su acción nos deja el legado de una patria. Sea cual fuere la raza a que pertenezca, todo el que se sienta mexicano, debe a Cortés el mapa de su patria y la primera idea de conjunto de nacionalidad» (19). Por otra parte, «quiso la Providencia que con el triunfo del Quetzalcoatl cristiano que fue Cortés, comenzase para México una era de prosperidad y poderío como nunca ha vuelto a tenerla en toda su historia» (167).

Otro autor mexicano, José Luis Martínez, en su gran obra Hernán Cortés, más bien hostil hacia su biografiado, ha de reconocer, aunque no de buena gana: «el hecho es que mantuvo siempre con los indios un ascendiente y acatamiento que no recibió ninguna otra autoridad española» (823). Y documenta su afirmación. Cuando en 1529 se le hizo a Cortés juicio de residencia, el doctor Cristóbal de Ojeda, con mala intención, para inculparlo, declaró: «que así mismo sabe e vido este testigo que dicho don Fernando Cortés confiaba mucho en los indios de esta tierra porque veía que los dichos indios querían bien al dicho don Fernando Cortés e facían lo que él les mandaba de muy buena voluntad» (823). Y años más tarde, en 1545, el escribano Gerónimo López le escribe al emperador que «a Cortés no solo obedecían en lo que mandaba, pero lo que pensaba, si lo alcanzaban a saber, con tanto calor, hervor, amor y diligencia que era cosa admirable de lo ver» (824).

Ciertamente, hay muchos signos de que Cortés tuvo gran afecto por los naturales de la Nueva España, y de que los indios correspondieron a este amor. Por ejemplo, a poco de la conquista de México, Cortés hizo una expedición a Honduras (1524-1526), y a su regreso, flaco y desecho, desde Veracruz hasta la ciudad de México, fue recibido por indios y españoles con fiestas, ramadas, obsequios y bailes, según lo cuenta al detalle Bernal Díaz (cp.110).

Por cierto que Cortés, al llegar a México, donde tantos daños se habían producido en su ausencia, no estaba para muchas fiestas; «e así -le escribe a Carlos I- me fui derecho al monasterio de sant Francisco, a dar gracias a Nuestro Señor por me haber sacado de tantos y tan grandes peligros y trabajos, y haberme traído a tanto sosiego y descanso, y por ver la tierra que tan en trabajo estaba, puesta en tanto sosiego y conformidad, y allí estuve seis días con los frailes, hasta dar cuenta a Dios de mis culpas» (V Carta).

Y poco después, cuando la primera y pésima Audiencia, estando recluído en Texcoco, también en carta a Carlos I, le cuenta: «me han dejado sin tener de donde haya una hanega de pan ni otra cosa que me mantenga; y demás desto porque los naturales de la tierra, con el amor que siempre me han tenido, vista mi necesidad e que yo y los que conmigo traía nos moríamos de hambre… me venían a ver y me proveían de algunas cosas de bastimento» (10-10-1530).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

¿Cuántos árboles en el paraíso?

Padre Nelson: En el libro del Génesis, la parte primera donde se mencionan los árboles de “la ciencia del bien y del mal” así como “el árbol de la vida”, según mi neófito criterio, al parecer se trataría de dos árboles distintos; sin embargo he oído sacerdotes que en sus prédicas expresan se trataría de un solo árbol. Por favor Padre Nelson acláreme esto porque me encuentro confundida. –GSHP.

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Claramente se trata de dos árboles distintos. Y son distintos porque también se refleren a aspectos distintos del corazón humano: por una parte, la tendencia que tenemos de establecer como “bueno” o “malo” lo que a nosotros nos parece o nos conviene que sea así. Por otra parte, y esto es lo que representa el otro árbol, nuestro deseo de inmortalidad, y por contraposición, la aversión que tenemos al olvido, el absurdo, la esterilidad y la muerte: dos tendencias que “crecen” en nuestro corazón, como crecen los árboles.

Más allá de la moda transgénero

“Los sujetos post-quirúrgicos me parecían caricaturas de mujeres. Llevaban zapatos de tacón alto, mucho maquillaje y vestidos llamativos; me explicaban cómo se sentían al poder dar rienda suelta a sus inclinaciones naturales por la paz, la domesticidad y la dulzura. Pero sus grandes manos, sus prominentes nueces de Adán y sus evidentes rasgos faciales eran incongruentes y lo serían cada vez más a medida que envejecieran. Las psiquiatras a las que los enviaba para que hablaran con ellos conseguían ver intuitivamente a través del disfraz y la exageración en los gestos. “Las chicas conocen a las chicas”, me dijo una de ellas, “y eso es un chico”…”

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