Beato Junípero Serra, (1713-1784).-
«Siempre adelante, nunca hacia atrás». Este fue el lema de Junípero Serra, cuyas dotes intelectuales, celo misionero, bondad y paciencia, produjeron frutos en su nativa Mallorca, en México y en los Estados Unidos.
Nacido en Petra, Mallorca, el 24 de noviembre de 1713, Miguel José fue hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores.
Después de la enseñanza primaria en los Franciscanos de Petra, Miguel marchó a Palma, la capital, e ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre de Junípero, en honor de uno de los primeros seguidores de San Francisco.
Ordenado sacerdote en 1737, Serra fue destinado a enseñar filosofía. Entre sus alumnos, hubo dos que fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo, Francisco Palou y Juan Crespi.
Tras doctorarse en Teología en la Universidad del Beato Ramón Llull en 1742, Serra continuó enseñando filosofía y teología, adquiriendo gran fama como predicador.
En 1749, en unión de Palou, partió para el Colegio de San Fernando en la Ciudad de México. Temiendo comunicar a sus padres su próxima partida, Serra pidió a un fraile compañero suyo, que les informara sobre el particular.
«Yo quisiera poder infundirles la gran alegría que llena mi corazón», decía. «Si yo pudiera hacer esto, seguro que ellos me instarían a seguir adelante y no retroceder nunca». Les pedía que comprendieran su vocación misionera, y prometía recordarlos en la oración.
Poco después de su llegada a México, Serra sufrió la picadura de un insecto que le produjo la hinchazón de un pie y una úlcera en la pierna, de la que le resultó una cojera para el resto de la vida.
Tras unos meses en el Colegio de San Fernando, el Beato fue destinado a las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Allí trabajó durante ocho años; tres de ellos como presidente de las misiones.
Llamado a la Ciudad de México, prestó servicio como maestro de novicios durante nueve años, y continuó su predicación en las zonas alrededor de la capital.
En 1767 los jesuitas resultaron ser expulsados de México y sus misiones de la Baja California encomendadas al Colegio de San Fernando. A Serra lo nombraron presidente de esas misiones, cuya cabecera estaba en la Misión de Loreto.
En 1769 la Corona de España decidió colonizar la Alta California, hoy Estado de California en los EE.UU. . Junípero fue nombrado nuevamente presidente.
Supervisó la fundación de las nueve misiones: San Diego (1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776), Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782).
En 1773, el Beato viajó a la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucarelli y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre los misioneros y los representantes del Rey en California.
La Representación de Serra (1773), ha sido llamada «Carta de los Derechos» de los indios. Una parte decretaba que «el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados, pertenecerían exclusivamente a los misioneros».
Durante esta visita a la Ciudad de México, Serra escribió a su sobrino, el Padre Miguel Ribot Serra, diciéndole: «En California está mi vida y allí, si Dios quiere, espero morir».
Ni siquiera el martirio del Padre Luis Jaime en la Misión de San Diego (1775), apagó su deseo de añadir nuevas misiones a la cadena de las ya existentes a lo largo de la costa de California.
En todas estas misiones, Junípero y los frailes enseñaron a los indios métodos de cultivo más eficaces y el modo de domesticar a los animales necesarios para la alimentación y el transporte.
Cuando fue capturado el indio que dirigía a los rebeldes en la Misión de San Diego, Serra escribió al Virrey, pidiéndole que perdonara la vida del indio.
Los que fueron capturados, resultaron ser eventualmente perdonados. En la misma carta al Virrey, Serra pedía que «en el caso de que los indios, tanto paganos como cristianos, quisieran matarme, deberían ser perdonados».
Él explicaba: «Debe darse a entender al asesino, después de un moderado castigo, que ha sido perdonado. Así cumpliremos la ley cristiana que nos manda perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador, sino su salvación eterna».
Junípero Serra pasó los últimos años de su vida ocupado en las tareas de la administración, la necesidad de escribir muchas cartas a las otras misiones, a la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la Ciudad de México, con el ansia de fundar las misiones necesarias.
Trabajó con gran fe y tenacidad, aunque le iban faltando las fuerzas. Los indios le pusieron de apodo «el viejo», porque tenía 56 años cuando llegó a la Alta California.
Serra trabajó constantemente hasta su muerte, el 28 de agosto de 1784, en la Misión de San Carlos Borromeo, que había sido su cuartel general y se convirtió en el lugar de su descanso definitivo.
Los indios y los soldados lloraron la muerte de Serra; lo llamaban «Bendito Padre». Muchos se llevaban un trozo de su hábito como recuerdo; otros tocaban medallas y rosarios a su cuerpo.
Poco tiempo después de la muerte de Serra, el Guardián del Colegio de San Fernando escribía al Provincial de los Franciscanos en Mallorca: “Murió como un justo en tales circunstancias, que todos los que estaban presentes derramaban tiernas lágrimas”.
“Pensaban que su bendita alma subió inmediatamente al Cielo a recibir la recompensa de la intensa e ininterrumpida labor de 34 años, sostenido por nuestro amado Jesús, al que siempre tenía en su mente, sufriendo aquellos inexplicables tormentos por nuestra redención”.
“Fue tan grande la caridad que manifestaba, que causaba admiración no sólo en la gente ordinaria, sino también en personas de alta posición. Proclamaban todos, que ese hombre era un Santo y sus obras las de un apóstol”.
El 14 de septiembre de 1987, el Papa Juan Pablo II tuvo un encuentro con los Indios nativos americanos en Fénix, Arizona, durante el cual alabó los esfuerzos de Serra para proteger a los indios contra la explotación.
Tres días más tarde, el Papa visitó la tumba de Junípero en la Misión de San Carlos Borromeo, y recordó la representación de Serra en 1773 en favor de los indios de California.
Juan Pablo II dijo que el Beato y sus misioneros compartían la convicción de que “el Evangelio es un asunto de vida y de salvación”.
“Ellos estimaban que al ofrecer a Jesucristo a la gente, estaban haciendo algo de un valor, importancia y dignidad inmensos”. Esta convicción los sostenía «frente a cualquier vicisitud, desazón y oposición».
El mismo Juan Pablo II beatificó solemnemente en Roma a Fray Junípero Serra, el 25 de septiembre de 1988.