En la preparación del Jubileo de la Misericordia, ofrecido a toda la Iglesia por el Papa Francisco, conviene dejarse interpelar por esa palabra, que consideramos tan propia de nuestra tradición y de nuestra espiritualidad: misericordia.
Pero, atención, porque lo mismo que sucede con tantas otras palabras centrales de la fe cristiana, también pasa con esta. Así como hay un amor falso y puramente sensual y mundano, que quiere usurpar el lugar del amor cristiano, así también hay una misericordia de contrabando, que mejor deberíamos llamar complicidad, y que quiere usurpar el lugar de la verdadera misericordia. Así como el amor, también la misericordia hay que aprenderla de Cristo y de los santos, testigos de su Evangelio.
La genuina misericordia obliga a salir de las propias comodidades, incluyendo la comodidad de ser bien aceptados por aquellos de quienes nos compadecemos. ¿Era Cristo compasivo con los publicanos y no lo era con los fariseos? Sólo sugerirlo es herejía. La ternura y la denuncia salían de un mismo corazón; el abrazo y el reproche tenían una misma fuente; el consuelo y la corrección provenían del mismo Señor y Mesías.
Estas consideraciones deben liberarnos de una noción “light” de misericordia que más bien consiste en una mediocridad cómoda y en el fondo egoísta.
[De la Carta de Pentecostés, del Prior Provincial de los Dominicos de Colombia.]