[Predicación para el Encuentro organizado por la Casa de la Misericordia, de Cúcuta. Segundo Domingo de Pascua, 2015.]
La misericordia requiere sensibilidad pero no es puramente sentimiento. En los actos o las obras de la misericordia cuentan la decisión, el compromiso, el dar un paso para salir de nosotros mismos. Así lo muestra, por ejemplo, la parábola del buen samaritano.
(1) Primera fortaleza: vencerse. Más allá de nuestros prejuicios y resentimientos (cual era el caso entre judíos y samaritanos); más allá de nuestra comodidad o del freno que el asco pone a nuestra sensibilidad, el corazón renovado por la misericordia sale de sí mismo.
(2) Segunda fortaleza: salir del infantilismo espiritual. Es verdad que el camino de la vida nos deja heridas, decepciones, vacíos o frustraciones, y por ello necesitamos sanación. Es verdad que existe el enemigo malo, el demonio, que puede atacar con su veneno para infestar nuestras vidas, y en algún caso pretenderá poseer la voluntad de alguien. Pero también es verdad que se da el caso de católicos “adictos” a la sanación o a la liberación, que van de sacerdote en sacerdote, manteniéndose en un estado de infantilismo como si nunca responsabilidad real pudiera llegar a sus vidas. Para que la misericordia sea operativa en nosotros y a través de nosotros, necesitamos entender que aun con algunas imperfecciones es grande el bien que podemos ya poner al servicio de la Iglesia.
(3) Tercera fortaleza: firmes en la doctrina. De nada sirve ser discípulos si el momento de la prueba nos aparta de la fe que hemos profesado como recibida de los apóstoles. No hay corazones fuertes si no hay corazones convencidos y dispuestos a luchar por la verdad de nuestra redención, claramente proclamada en la Pascua y en la fe de la Iglesia.