[Conferencias en el curso de Teología Moral familiar y sexual ofrecido en la Facultad de Teología de la Universidad Santo Tomás en el primer semestre de 2015.]
Tema 8: Castidad y virtudes teologales
Introducción
* Son “teologales” aquellas virtudes que sólo existen, y aún más, sólo pueden ser reconocidas, a partir de la acogida de la revelación cristiana y de algún grado de experiencia del don del Espíritu Santo. Sin la revelación o sin el Espíritu estas virtudes no parecen algo bueno sino extraño, necio, arbitrario, condicionante o atrasado.
* Ello plantea la pregunta: ¿de qué modo un creyente puede presentar su fe de modo público cuando la opinión predominante es claramente pagana, y por consiguiente indispuesta y a la vez incapaz de reconocer el bien que pueda traer esa fe? ¿No queda más remedio que recluirse en el ámbito de lo privado?
* Sobre la base, siempre necesaria, de la oración y de una vida coherente, el creyente puede hacer mucho más. No puede producir la fe, ni imponerla por la fuerza de un argumento como el de la geometría, ni presentarla como un hecho comparable a los hechos que sirven de base a la ciencia. Y sin embargo, sí puede ayudar a hacer camino con los hombres y mujeres de su tiempo por la misma ruta que seguramente le ha llevado a él a creer.
* La búsqueda que suele ser más promisoria en nuestro tiempo es la que comienza por el sujeto mismo, con sus incoherencias y su sed frustrada de justicia. La verdad es que mucha gente percibe con dolor la distancia entre lo que quisiera hacer y lo que termina haciendo, en términos de su propio crecimiento moral. Esa grieta apunta hacia la realidad del pecado porque el pecado no deja de existir porque dejemos de hablar de él.
* En cuanto a la justicia, uno puede hacer ver los grados crecientes de corrupción prácticamente en todo el mundo, y sobre todo: hacer ver que el sistema no tiene en realidad recursos para sanarse o enmendarse a sí mismo. De nuevo, la conclusión es que el pecado no deja de existir porque dejemos de hablar de él.
* La capacidad de reconocer la realidad del pecado, incluso si la palabra misma se intenta omitir, permite conectar con experiencias profundas del pueblo de Dios. Lo que el pueblo hebreo percibe es que es salvado. Su fe no empieza como un acto de suposición o de imaginación sino como respuesta a una propuesta que viene de fuera y que, después de imponerse en cierto modo sobre Moisés, llega con inusitada soberanía sobre el faraón e incluso sobre los mismos hebreos. Una vez que uno entiende que la fe no es imaginación, caen por tierra las repetidas calumnias de los cientificistas, y de otros enemigos de la fe.
Dinámica interna de las virtudes teologales
* Claramente la fe abre toda la vida de Dios en nosotros. Por la fe descubrimos su iniciativa, que es precisamente la diferencia entre la fantasía y el acto de creer. Por la fe nos fiamos de aquel que ha salido a nuestro encuentro.
* Una vez que uno descubre que Dios ha estado y está, llega a afirmar con firmeza y gozo que Dios estará, y tal es el contenido básico de la esperanza.
* Y por la fe descubrimos primero el actuar y luego algo del ser de Dios. Así la fe hace “razonable” y casi “forzoso” amar.
* A su vez, el amor es el entorno que nos invita a confiar, esperar y acoger cuanto viene de Dios. Por la fe llegamos al amor pero gracias al amor crecemos en la fe.
Bienes de la vida teologal en cuanto a la castidad
* Un texto como Romanos 6,11-18 nos invita a reconocer cuánto gana en convicción y fuerza el propósito de una vida ordenada en lo que respecta a los deseos, en general, y al deseo sexual, en particular:
(1) La fe abre un horizonte infinito, que le quita fuerza de “absoluto” al deseo, según lo de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti…”
(2) La fe nos revela aquellos bienes “de allá arriba” (Colosenses 3) que cautivan el corazón y lo liberan de los placeres inmediatas y puramente carnales.
(3) La fe revela una nueva dignidad: hijos de Dios; valiosos con el valor de la Sangre del Unigénito; templos del Espíritu Santo.
(4) La fe pone delante de nuestros ojos, ante todo, el ejemplo de Jesucristo, cuyo amor es ejemplo, pero primero, sanación.