[Predicación en la Parroquia de San Rafael Arnaiz, en San Marcos, El Salvador, con motivo de la Solemnidad de Pentecostés de 2014.]
* El texto bíblico nos habla de una transformación notable en los Apóstoles desde el momento en que recibieron el Espíritu Santo. Quedaron atrás la cobardía, la ignorancia y la vanidad, y en cambio de ellas llegaron la valentía para proclamar el señorío de Cristo, la profunda comprensión de la Palabra y la voluntad divinas, y la primacía del bien común de la Iglesia por encima de los intereses personales y aun de la propia vida.
* Hay varios modos de descubrir un poco más de cerca las riquezas de ese cambio. Uno de esos modos es tomando comparación a partir de nuestro propio cuerpo y sus funciones. En esta ocasión, hablamos de cómo el Espíritu renueva nuestros ojos, nuestras pasos y nuestro corazón.
* Necesitamos ojos nuevos para admirar y agradecer las obras de Dios; para reconocer a Cristo en la persona de los pobres; y para acoger el plan de Dios, preguntando menos “por qué” y más “para qué” suceden las cosas.
* Necesitamos pasos nuevos, pasos de renovada agilidad, para alcanzar aquellos lugares adonde el Señor quiere que vayamos, y en cierto sentido nos necesita. ¡Él ha querido necesitarnos, no de modo absoluto pero sí real!
* Necesitamos sobre todo un corazón nuevo, que no ame con la “lógica de la transacción” sino con la “lógica de la gratuidad;” un corazón que se abra a la fraternidad sincera, más allá de los impulsos de la conveniencia “carnal;” un corazón que sea audaz en buscar aquellas “periferias existenciales” de las que viene hablándonos el Papa Francisco; un corazón que sea capaz de creer en una esperanza mejor, que derrota incluso a la muerte.