De manos de Mons. Leonardo Gómez Serna, O.P., hace 22 años recibí la ordenación sacerdotal. Estas fechas sirven para hacer balances. En esta ocasión, quisiera tomar alguna preguntas de las que me han hecho alguna vez:
¿Qué es lo más difícil de ser sacerdote? Mantener la meta inicial. El corazón no engaña en esto: Cristo te enamoró. No importa cuántos problemas o pecados veas a izquierda o derecha, no fueron los problemas los que te trajeron. No les des más importancia de la debida. Dale toda la importancia a Cristo, a su ejemplo, su palabra, su manera de amar y de orar.
¿Deberían casarse los sacerdotes? La pregunta me parece poco respetuosa con las mujeres. La propuesta de que se conceda de manera ordinaria la posibilidad de ordenar hombres casados va unida a la idea de que una esposa ayudará a evitar escándalos de abusos u otros problemas. Pero el matrimonio no es una terapia ni una mujer es un remedio. El matrimonio es una vocación que vale por sí misma, que merece respeto en sí misma y que hoy es más difícil que nunca. Ver a la mujer como un apéndice terapéutico para un hombre que vivirá su vocación en la entrega a otros hombres y mujeres no es realista, y al final termina sufriendo la capacidad misionera y evangelizadora, como se nota en aquellas confesiones cristianas que admiten ministros casados.
¿Y mujeres sacerdotisas? ¿No estamos en esto ante una grave discriminación? Sólo cabe hablar de discriminación si hay un derecho previo que está siendo negado. Y la existencia de ese derecho es lo que no ha sido demostrado de manera alguna. Muy al contrario, la Carta a los Hebreos excluye que se mire al sacerdocio como algo a lo que alguien tiene derecho, es decir, como algo que se le debe a alguien. El sacerdocio es siempre don, y en la economía de los dones de Dios hay diferencias de las que podemos y debemos aprender. El caso más notable es la maternidad. Aunque la naturaleza puede ser forzada y violentada, es evidente que los varones estamos “discriminados” del embarazo y de dar a luz. Pero esa supuesta discriminación lo que hace es comprender que la riqueza humana está en la complementariedad y no en la repetición. Cristo es Esposo de la Iglesia, nos ha recordado el Papa Francisco, y por eso quienes presiden en su nombre y en persona suya a la comunidad, ciertamente como un servicio de caridad, tienen ese carácter de “Esposo” de una comunidad que es su “Esposa.” No tiene nada de extraño que ese profundo simbolismo toque las fibras del ser del sacerdote, que así se pone con todo lo que es al servicio de una misión única y necesaria.
¿Atrae el sacerdocio todavía hoy? Por supuesto. Como publicaba recientemente, a los jóvenes no les choca la religión, ni la Iglesia, ni Dios. Les choca y fastidia la incoherencia. Donde ven sinceridad, claridad y honestidad ven una posibilidad abierta. Pero hay que recordar siempre que el Dueño de la Mies nos ha llamado a orar. El tema vocacional no es simple mercadeo: es gracia y regalo al que nos acercamos en primer lugar orando.
¿Los papás pueden o deben hacer algo para favorecer que haya vocaciones? Sabemos que la vocación viene de Dios pero Dios gusta de valerse de lo que en teología se llama “causas segundas,” o dicho de manera más sencilla: le gusta contar con nosotros; ha escogido libremente que seamos útiles en su obra. Por eso hacen bien los papás y mamás que crean un ambiente de oración. No hay que saturar a los hijos con actos de piedad pero sí vivir una fe gozosa y contagiosa. Lo demás lo hace el Señor. ¡Lo puedo decir por experiencia propia!