[Curso presencial ofrecido en la Facultad de Teología de la Universidad Santo Tomás, en Bogotá. 2014.]
Las dos corrientes que nacen de René Descartes
El giro antropológico se completa a través de dos movimientos paralelos que pueden identificarse en la vida y obra de Descartes: la vigorosa afirmación de la subjetividad y el énfasis en la razón como tribunal último de todo conocimiento.
Estas dos tendencias no siempre coinciden. La línea de exaltación de la razón llevará hacia la Ilustración y la Modernidad. La línea de afirmación de la subjetividad llevará al Naturalismo (tipo Rousseau, o más tarde, Zolá), y también al Romanticismo y luego al subjetivismo y relativismo propios de la llamada Postmodernidad.
Sin embargo, algo en lo que sí coinciden los énfasis racionalistas y subjetivistas es en el rechazo y/o desprecio a las instituciones más visibles de la Edad Media, es decir, la Iglesia, la realeza y la nobleza. Ese triple rechazo quedará como un sello, explícito o tácito, en los desarrollos culturales y políticos de los siguientes siglos. La democracia liberal no es simplemente una afirmación de soberanía del pueblo sino una negación de la influencia que la religión, la verdad o el abolengo puedan tener en las decisiones de una región o país. Estas consecuencias no van a aparecer de inmediato pero su avance será inexorable.
David Hume es un buen ejemplo de ese esfuerzo por desmontar racionalmente la capacidad de influencia del pensamiento cristiano y de la academia clásica. Cuando Hume critica la relación entre causa y efecto, o la misma existencia (metafísica) del yo pensante, no pretende establecer la realidad del conocimiento, sino nivelar la condición de la sociedad, de manera que el individuo defina su vida y su verdad por las solas reglas de lo inmediato de los sentidos, por las decisiones autónomas de sus deseos y proyectos, y por la norma variable y laxa de la costumbre.
Cuando Diderot y D’Alambert echan a andar el proyecto de recopilar de manera ordenada y accesible el conocimiento que puede alcanzarse con la razón, sobre todo desde los resultados de la ciencia moderna, no están solamente haciendo avanzar un proyecto intelectual. Se trata de mostrar que el conocimiento es posible y bueno; que es algo que mejora la vida y abre futuro. El optimismo propio de la Modernidad es el criterio no escrito que preside los artículos de aquella obra que cambió para siempre el panorama de la sociedad y la manera de entenderse a sí misma.
Los Pilares de la Modernidad
Podemos condensar en cinco puntos el ideario de la Modernidad
(1) Rechazo a todo conocimiento “revelado.” Esto lleva, primero, a afirmar un “dios” conocible, pero sólo como presupuesto racional de un universo explicable; este es el deísmo. Pronto ese “dios” inútil será desechado para dar paso al ateísmo teórico y práctico.
(2) Optimismo casi ingenuo: el conocimiento pertenece a todos y trae bien a todos. La Humanidad, si se deja guiar por la “diosa” Razón será cada vez más próspera, unidad, pacífica y feliz.
(3) Rechazo a la Edad Media, que recibe un veredicto definitivo: superstición. Por contraste, hay gran gusto por la terminología pagana del mundo grecorromano. Términos detestables para ellos serán: iglesia, clero, sacramentos, cánones, liturgia, que se supone que pertenecen al oscurantismo. ¿Es racional tomar mil años de la historia de la Humanidad y descartarlos sólo porque la fe tenía un lugar central? Por supuesto que no; pero aquellos pensantes así lo pensaron.
(4) Actitud anti-metafísica, que presagia el positivismo cientificista. La metafísica ha sido la gran aliada en las grandes construcciones de la teología de todos los tiempos, sobre todo por la conjunción entre el análisis causal y la afirmación de la estructura del ente. A Emmanuel Kant le exaspera que la metafísica esté siempre recomenzando, por contraste con el avance ya imparable de la ciencia moderna, al modo de Newton. Por eso Kan se embarca en la reconstrucción de la filosofía con un giro copernicano que quiere asegurar la posibilidad del conocimiento no desde lo verdadero sino desde lo cierto; para luego asegurar como supremo criterio moral no lo bueno sino lo que el sujeto debe hacer si toma en serio que está rodeado de otros sujetos, a los que por consiguiente no puede tomar como “medios” sino sólo como “fines.” Por supuesto, tal criterio moral no impide que aquel que considere como bueno para sí algo aberrante lo pretenda como ley civil o social. Kant viene así a servir de fundamento de la idea nefasta del Derecho como pura convención.
(5) Consumación progresiva del desplazamiento de la verdad hacia la certeza. Lo cual lleva a un callejón sin salida; en efecto, la pregunta: “¿Cómo puedo estar seguro de que no hay una pregunta más fundamental que la pregunta que abre mi exploración del conocimiento?” es insoluble. No hay certeza sobre la fuente de mi certeza, y por consiguiente, todo sistema de pensamiento basado puramente en la certeza queda marcado por la irracionalidad de una elección injustificada, probablemente dependiente de mi historia, las circunstancias de mi vida, los accidentes de la moda y las noticias de mi tiempo.
Postmodernidad
La Modernidad revela sus límites por una razón que hoy nos parece evidente: el conocimiento no se gobierna a sí mismo. La exaltación de la ciencia no garantiza el buen uso de la ciencia. Los horrores de las Guerras Mundiales y los múltiples desastres ecológicas y económicas de las grandes potencias mostraron que el mundo hermosamente explicado no es necesariamente un mundo agradable para vivir, ni un mundo justo, ni un mundo viable.
Es explicable que ruja el rechazo a los llamados “grandes relatos” o grandes explicaciones (teóricas) sobre qué es y como funciona el mundo. La otra rama del árbol cartesiano se deja ver, y es el sujeto el que ahora trata de asegurar los bienes de la Modernidad, reducida a un frenesí de mejoramiento tecnológico, con las elecciones autónomas de la subjetividad inexplicada e impenetrable. Bien afirma Jürgen Habermas que no se trata de una ruptura con la Modernidad sino más bien de un desarrollo más de la agenda de Descartes, ahora en su fase de capricho, sentimiento y obsesión con el presente, el aquí y ahora.
Tal es el contexto en que nos encontramos: una extraña combinación de razones para todo menos para las decisiones importantes de la vida; una mezcla de temor de dañar el mundo, sin claridad sobre qué hace valioso un mundo en el que la vida misma no tiene más valor que lo que cada cual imagine; una tensión imposible de resolver entre las pretensiones del yo, que no quiere ser explicado, y las exigencias de la razón, que quiere explicarlo todo.