[Predicación ofrecida primero en Adviento de 2013 para la comunidad hispana en Bernardsville, NJ.]
Tema 4 de 5: Movidos por el Espíritu
* Para comprender la novedad de la “fuente” del amor de Cristo, conviene recordar la diferencia entre su propuesta y la manera que el mundo considera usual y normal en el trato entre la gente. El modo mundano lo llamamos la “lógica de la transacción” porque corresponde a la idea de que todo tiene que ser recíproco: “yo sonrío al que me sonríe; ignoro al que me ignora; pago con la misma moneda; quiero a los que me quieren, y tengo detalles con la gente que los tiene conmigo…”
* Lo grave de esa manera de pensar es que hace imposible el perdón y no deja espacio a la misericordia: ¿por qué hacer un bien al que falló o al que de hecho busca mi mal? ¿Por qué tender una mano al discapacitado, al inútil para la sociedad, al que no podrá retornar la inversión que hagamos en él?
* Frente a esa lógica implacable y dura, Cristo trae una abundancia de amor que “no se cansa;” que “no lleva cuentas” (1 Corintios 13); que retrata el infinito mismo de Dios. por eso el primer Nombre del Espíritu Santo en esta reflexión es: DON. El amor de Dios, que unge a Jesús de Nazareth y que, desde él se derrama en los cristianos, es abundancia de gracia, de regalo, de DON.
* Ese DON inmenso es activo y transformante. Lo que no puede nuestro corazón se parece a lo que el hierro no puede alcanzar jamás en su frialdad. El FUEGO del herrero logra, sin embargo, maravillas; y así logra Dios hacer de nosotros amigos suyos, y santos.
* Transformados por su gracia, capaces de lo que parecía imposible, somos enviados por ese mismo Espíritu, no como un simple trabajo sino como un gozo que se comparte, según lo que nos dice el Papa Francisco: “es la gratitud que brota de un corazón verdaderamente atento a los demás. De esa forma, cuando un evangelizador sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás” (Evangelii Gaudium, 282).