Muchos tenemos ya muy claro que sin una verdadera vida de oración nuestro ministerio sacerdotal va perdiendo fuerza, dirección y brillo. El descuido habitual de nuestra unión con Cristo nos hace mucho daño a los sacerdotes porque en nosotros se cumple de manera particular lo que dijo el mismo Cristo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Juan 15,5).
Gracias a Dios hay variadas propuestas para fortalecer y enriquecer nuestra vida de oración. Muchos sacerdotes tienen por lo menos una eucaristía al día en la que integran laudes o vísperas con el pueblo de Dios. Otros habitan en fraternidades o comunidades en las que hay horarios establecidos que, por la misma constancia, son una invitación a no dejar la oración.
Y sin embargo, es particularmente dura la situación de muchos que, por diversas circunstancias, tienen sólo dos posibilidades: orar solos (y eso implica a menudo: cansados, distraídos, a toda prisa), o dejar de orar, a veces con pretexto de las muchas cosas que hay que hacer.
Te ofrezco algo, hermano sacerdote: oremos juntos. Todos los días encuentras laudes en este enlace:
Y todos los días tienes vísperas en este enlace:
Querido sacerdote: no dejes tu oración. Te necesitamos. Pero sólo podrás hacernos bien si estás unido a Jesucristo por una vida de oración.