Padre, la vanidad es un pecado; pero cuando Dios dice que la mujer debe tratar de agradar a su marido en todo, y ella se arregla y se viste bonito para él, ¿eso es pecado? – Preguntado en formspring.me/fraynelson
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El pecado ha afectado todo nuestro ser: alma y cuerpo. Esto incluye la inteligencia, la voluntad, la imaginación, el gusto y la memoria. Y esto sucede en todos, hombres y mujeres, pues en todas hay por lo menos las huellas que ha dejado el pecado original, a las que hay que agregar las abundantes consecuencias y secuelas de nuestros pecados personales, y luego lo que hemos visto y de lo que hemos sido cómplices en nuestras familias, comunidades o países.
El deseo natural y bello de agradar al esposo por supuesto que no es pecado. Ni es pecado que él sea detallista y galante con ella. Y sin embargo, ambos harán bien en permanecer plenamente conscientes de esto: tanto su deseo de agradar como su deseode ser agradados están sujetos a las ya mencionadas consecuencias del pecado. Entonces no todo conviene. Las cosas no van a ser correctas simplemente porque se hicieron “para agradar” a la pareja.
Pensemos en el caso de una mujer que se somete a varias operaciones estéticas, una tras otra, porque quiere mantener, realmente de modo artificial, la belleza de sus veinte años. No sólo gasta millones sino que pone en peligro su salud, llevada por la obsesión de no envejecer por ningún motivo. Uno ve que en ese caso se ha traspasado un límite: hay algo que no está bien.
La norma que propone la Escritura es que el agradar dependa de cosas más profundas y durables que la tersura de la piel o el adorno del cabello. Un atuendo sencillo que resalte, no que reemplace, lo natural parece que es lícito y hace bien. Un cuerpo saludable y una sonrisa llena de amor y cercanía pueden lograr mucho más que el gasto arrogante de mucho dinero, o la obsesión enfermiza por ser siempre joven.