Siete Recomendaciones que Cristo enseñó a sus discípulos desde la realidad de la vida compartida:
1. Pasar de lo bueno a lo mejor. La vida que Pedro, Andrés, Santiago y Juan llevaba en su oficio de pescadores era una vida honesta, obediente a la Ley (Pedro dirá después que nunca entró a su boca nada impuro), e incluso piadosa (Andrés y Juan, por lo menos, hacían “retiros espirituales” con Juan el Bautista. Pero Cristo los lleva a un nuevo nivel: los pone en movimiento. Dejar de crecer es decrecer. El que se contenta con lo “bueno,” un día se confirma con lo “regular” y al final resbala en lo “malo.”
2. Los discípulos solían disputar sobre quién era el primero. Esa discusión se prolonga en la Iglesia cada vez que queremos que nuestra opinión sea la que cuente, o que los mejores lugares, los aplausos más fuertes o las más abundantes colectas de dinero sean nuestras. Eso no se soluciona alternando, rotando o negociando. Sólo se corrige cuando el corazón abraza la humildad y el servicio.
3. Admitir la falibilidad humana. Pedro se pregunta una vez cuántas veces debe perdonar. Quien lleva cuentas ya está perdido porque no puede evitar que su caridad desaparezca mucho antes de llegar a la cifra “límite.” La única manera de sobrevivir emocionalmente en la vocación sacerdotal, que conlleva tantas ingratitudes y ataques, es sentirse flotando en el amor vivo y compasivo de Dios.
4. Por cobardía, conformismo o pereza los discípulos “no querían preguntarle” a Cristo cuando él les hablaba de la Cruz. ¿Es que se creían ya formados, en el sentido de que ya sabían lo suficiente? Hemos de pedir a Dios que nos dé apetito por su verdad según aquello del profeta Jeremías: “Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba…” Hay que saber además que al final de ese camino está la cruz. Y no vale decir que la Cruz ya quedó superada con la resurrección. Si bien eso es verdad para Cristo, lo que en cambio sigue siendo cierto para el discípulo es que si no toma su cruz cada día no es verdadero discípulo.
5. El automatismo y un cierto pensamiento mágico nos tienta a nosotros tanto como a ellos, en parte por la rutina. Pero cuando los apóstoles se estrellaron con su impotencia para expulsar un cierto demonio descubrieron que el amor y la fe no pueden dejarse envejecer en el alma; aprendemos además que se renuevan a partir de la oración fervorosa, personal, humilde, entregada; y también a partir del ejercicio de una voluntad que aprende a decirse NO para regalarle a Dios un SÍ cada vez mayor.
6. “Denles ustedes de comer” dijo Cristo a los apóstoles cuando ellos querían deshacerse de la multitud para poder cenar tranquilos. El verdadero discípulo entiende que el servicio no es una simple tarea, y la evangelización es mucho más que un horario de oficina. La verdadera donación empieza cuando el amor reconoce que su hora es la de Dios.
7. Cuidado con la autosuficiencia. El exceso de confianza en sí mismo llevó a Pedro y a otros a negar a su señor, cuando la pasión de Cristo. “Lo que soy lo soy por gracia de Dios,” decía san Pablo, y no cabe que usemos otro lenguaje nosotros.