El Bien Comun y la Vida Comun, 2 de 2, Amenazas y Posibilidades

Día de Reflexión con un grupo de Hermanas Dominicas. Tema 2 de 2: Amenazas y posibilidades.

¿Qué factores interiores a una comunidad religiosa, o exteriores a ella, representan una presión que desestabiliza o puede incluso romper la comunión?

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El Bien Comun y la Vida Comun, 1 de 2, Los Fundamentos

Día de Reflexión con un grupo de Hermanas Dominicas. Tema 1 de 2: Fundamentos.

Exploramos algunos de los aportes a la construcción de la noción del “bien común” desde la perspectiva de Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, el Concilio Vaticano II y un punto del magisterio de Juan Pablo II.

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Reconocido dominico inicia nueva presencia en Internet

“El tema espiritual por excelencia es el tema de la salvación eterna. Esta preocupación existía en los mismos apóstoles que acompañaban a Jesús: ¿Son muchos los que se salvan?, le preguntaron en cierta ocasión. Es una pregunta religiosa pero también metafísica que acucia al ser y a la vida del hombre. En el fondo es el tema del sentido, el cuestionamiento básico que nos atormenta desde pequeños: ¿para qué existo? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Por qué hay algo más bien que nada? Si hay algún ser humano que no inquiere ni se cuestiona acerca de estos temas vive a nivel de los jumentos como insinúa la Biblia…”

Chus Villaroel

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Hermosa historia y muy buena leccion

Cuenta una historia que un bilbaíno trabajaba en una planta congeladora de pescado en Noruega. Un día terminando su horario de trabajo, fue a uno de los congeladores para inspeccionar algo; se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del congelador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie podía escucharle. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía la puerta.

Llevaba varias horas en el congelador, al borde de la muerte.

De repente se abrió la puerta. El guarda de seguridad entró y lo rescató.

Después de esto, le preguntaron al guarda ¿a qué se debe que se le haya ocurrido abrir esa puerta si no es parte de su rutina de trabajo? Él explicó: llevo trabajando en ésta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mi en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible.

Hoy me dió los buenos días a la entrada, pero eché de menos su hasta mañana a la salida. Supuse que todavía seguiría en algún lugar del edificio pues no se había despedido de mí, por lo que lo busqué y lo encontré ”.

Quien es Jesus?

«¿Quién decís que soy yo?», pregunta Jesús a sus discípulos (Mt 16,15).

Jesús aparece como un testigo privilegiado de Dios. Pero todavía más que eso: Él se dice igual a Dios. Algunas de sus afirmaciones no ofrecen dudas: «Se os ha dicho [Moisés]…Yo os digo» (Mt 5,27-28). Jesús se considera, al menos, en plano de igualdad con Moisés. «Antes que Abraham naciese, ya existía yo»… (Jn 8,58). Está claro que Jesús se hace igual a Dios.

Sus adversarios lo entienden perfectamente: «No te vamos a apedrear por tus buenas obras, sino porque blasfemas, porque tú, siendo un hombre, te haces Dios» (Jn 10,33).

Para Jesús hubiera sido muy fácil deshacer el malentendido. Pero, por el contrario, lo que hace es afirmar lo mismo: «Yo soy la luz del mundo, el Hijo de Dios vivo» (Jn 9,5; Mt 26,63). Son estas afirmaciones lo que le llevan a ser condenado a muerte.

Esa autoafirmación de Jesús como Dios admite tres explicaciones posibles. O bien se equivoca («está loco»), o bien nos engaña, o si no, es que nos dice la verdad. Sólo la tercera hipótesis se muestra conforme a la realidad . En opinión de las más altas personalidades morales, como es el caso de Gandhi, Jesús es una de las cumbres del género humano; lo es por su sabiduría: «Nadie ha hablado jamás como este hombre» (Jn 7,46); lo es por su santidad: «¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador?» (Jn 8,46).

De pronto descubrimos un nuevo rostro de Dios. Dios es único, pero no solitario. Él por amor nos da a su Hijo, y éste por amor nos da su vida en su Espíritu.

Y de esta manera penetramos en la intimidad de Dios: es lo que llamamos el misterio de la Santísima Trinidad.

• «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Las ofrendas de nuestro sacerdocio bautismal

Querido Fray Nelson, se nos dice que nosotros los que no somos sacerdotes ministeriales sino laicos y con sacerdocio común, podemos ofrecer nuestro trabajo, dolor y esfuerzo de la vida ordinaria al Señor; pero a veces nos podemos preguntar que bien puede hacer que yo ofrezca al Señor la trapiada del piso, o mi dolor de estómago? ¿cómo puede encontrarse el verdadero sentido de nuestro sacerdocio común en la vida ordinaria? Muchas Gracias – Andrés Aguilera

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Hay una explicación interesante, basada en un argumento de Santo Tomás de Aquino. Pensemos en una persona que va en largo viaje a pie, por ejemplo en una peregrinación. Por tener algo definido en mente, supongamos un antguo peregrino medieval que va desde el Sur de Francia hasta el Noroeste de España, a Santiago de Compostela. Su viaje tarda varias semanas, en las cuales debe hacer muchas cosas distintas, incluyendo dormir, comer, hablar, pedir posada; además, para hacer menos tediosas las larguísimas horas, seguramente conversa con otos, ora, canta, se detiene a contemplar el paisaje. Pero a través de toda esa diversidad, no se parta de su mente ni de su corazón que va para Compostela. Esa dirección básica es la que sirve de centro, como de eje que otorga sentido a las incomodidades y que no deja distraerse demasiado si acaso algo muy grato o hermoso aparece por el camino.

Santo Tomás dice que así es la vida humana. Cada acto propiamente humano o nos acerca o aleja de nuestro fin propio que es la plena unión con Dios en la bienaventuranza. Según ese enfoque, ¿qué es “ofrecer” un acto? Es recuperar la conciencia de que cada uno es “homo viator”: somos caminantes que no podemos olvidar nuestro Santuario, al final del camino. Aunque parezca poca cosa, limpiar un piso o soportar con amor un malestar en el estómago, lo mismo podría decirse de cualquier caminante. Alguien podría decir que importa muy poco dar un paso en la dirección 90 grados al Oeste o 75 grados al Oeste, pero la acumulación de pasos produce que llegues a tu meta o que no llegues. ¿Y cómo evitar la acumulación de errores? Pregúntale a un piloto de avión o de barco: la respuesta es igual. Todo consiste en verificar con mucha frecuencia, es decir, de un modo casi continuo si uno va bien.

Al ofrecer cada pequeño acto lo que hacemos es afianzar la certeza de que lo pequeño y lo grande, lo agradable y lo desagradable, lo público y lo privado están siempre en línea con lo que más anhelamos en la tierra: llegar a la comunión en el cielo con Dios.

La santa pureza

La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad.

¿Qué hermosa es la santa pureza! Pero no es santa, ni agradable a Dios, si la separamos de la caridad. La caridad es la semilla que crecerá y dará frutos sabrosísimos con el riego, que es la pureza. Sin caridad, la pureza es infecunda, y sus aguas estériles convierten las almas en un lodazal, en una charca inmunda, de donde salen vaharadas de soberbia.

Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia. -Y esa cruzada es obra vuestra.

Muchos viven como ángeles en medio del mundo. -Tú… ¿por qué no?

Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal.

Me escribías, médico apóstol: “Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”.

La gula es la vanguardia de la impureza.

No quieras dialogar con la concupiscencia: despréciala.

El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza.

Sin la santa pureza no se puede perseverar en el apostolado.