Parece natural e incluso obligado relacionar la nueva evangelización con el surgimiento de nuevos modos de interacción humana, específicamente los que se han hecho posibles gracias a Internet, las redes sociales, la omnipresencia de los teléfonos móviles, y en general, la prevalencia de la cultura digital.
En esto hay que evitar caer en entusiasmos apresurados sobre los alcances de lo cibernético y lo multimedia. Y sin embargo, es claro que ya no es una opción prescindir del conocimiento de las nuevas posibilidades y de los nuevos riesgos que brotan de este hecho incontestable: estar “conectado” es la condición “por defecto” de un número inmenso de nuestros contemporáneos en la mayor parte del planeta.
¿Qué implica hacer presencia en la blogósfera? ¿Qué cambia en el predicador cuando produce un podcast y sus palabras, apenas salidas de su boca, ya son parte de una red colosal, anónima, que a la vez parece olvidarlo todo y ser capaz de recordarlo todo? ¿Hay una genuina novedad en el acto mismo de evangelizar por el hecho de que se usen, por ejemplo, redes sociales? Hace poco me hicieron estas preguntas. Lo que sigue son mis respuestas. Llevarán entonces el sello de una experiencia peculiar, como las hay tantas hoy en día.
1. Lo universal y lo profundo
La tarea de predicar con la conciencia de tener oyentes en muy diversos países y culturas nos empuja en la línea de la universalidad. A su vez, la búsqueda de lo que puede ser universalmente válido y significativo implica un buceo más profundo en la realidad humana, so pena de ofrecer discursos que por su excesiva localización se auto-descalifican apenas publicados.
Por formación filosófica y teológica he tenido que asomarme a varias formas de universalidad. El filósofo busca en la abstracción el principio generalísimo, la causa primera o el rasgo esencial. El teólogo sabe que Cristo es un universal concreto–una idea que puede trazarse con claridad por lo menos a partir de Nicolás de Cusa. A Von Balthasar le atrae la universalidad del arte y sobre todo de la belleza. A los antropólogos de la cultura les fascina que haya gestos faciales que parecen grabados en el cerebro desde antes de nacer. Chomsky se esfuerza en establecer la gramática universal que, según él, preexiste a todo idioma existente o posible.
¿Qué clase de universalidad busca o encuentra el que predica en la cultura digital? Aventuro esta respuesta: es la universalidad del drama humano. Si hay algo que sabemos que a todos interesará es que el fondo de su existencia contiene a la vez anhelos infinitos y posibilidades finitas. El desbalance entre el bien que quiero y el bien que merezco, el bien que construyo, el bien que conozco y el bien que puedo pronunciar me hace a la vez desafortunado y peregrino. Esa falta de balance me empuja, me mueve, me roba el sosiego y me anuncia la casa del genuino sosegarse.
2. Un nuevo servicio a la Providencia Divina
Hay quienes han hablado de la nueva condición de interconexión ubicua y permanente como una especie de super-cerebro del cual nosotros seríamos nodos. Es una idea muy querida por aquellos que quieren extender las leyes de la evolución al universo mismo, incluyendo la conciencia.
Algo de cierto debe tener esa metáfora cuando se piensa en que las posibilidades de colaboración actual permiten que una idea nazca en un cerebro (físico), se desarrolle en otro, florezca en otro, y halle su aplicación óptima en otro. Las ideas parecen hoy más vivas que nunca. Dawkins las llama “memes” que, a la manera de los virus, colonizan nuevos y nuevos organismos, de modo que el organismo anfitrión pierde importancia frente a la vitalidad de la influencia de la idea “hospedada.”
Hacer presencia en el mundo digital con una palabra sobre Jesucristo, la Iglesia o la verdad del ser humano, equivale a sembrar memes que por una parte, tendrán que competir con los memes anticlericales, laicizantes, agnósticos, etc., y por otra parte, implica dejar mensajes sembrados en condición de hibernación o cuasi-presente. Ello se hace cada vez más tangible en la medida en que se asciende por la gama cada vez más rica de posibilidades de comunicación multimedia.
Desde el punto de vista de la fe, los memes en condición de cuasi-presente no son otra cosa que instrumentos de la Providencia. Oír de viva voz, y además ver, a alguien que interpela tu conciencia, como si te conociera y como si además estuviera compartiendo tu región de espacio y tiempo, hace que la irrealidad del encuentro mediático se convierta en inmediatez de gracia. En ese sentido, evangelizar “en la red de redes” es servir a la providencia desde una condición radicalmente nueva, dentro del conjunto de la historia de la Iglesia.
Cabe decir que, en el mejor sentido posible, nosotros mismos, espectadores-actores de esta transformación, somos “cobayas” de un laboratorio de proporciones planetarias. Sin la menor duda, los que vengan después aprenderán muchos de nuestras equivocaciones–y deseablemente también de nuestros aciertos.
3. Escenario de una batalla
Leí hace algún tiempo que no pasaron 40 años desde la invención de la imprenta cuando ya se había publicado, y se distribuía frenéticamente, la primera novela o relato erótico. Cada invento, cada puerta, cada plaza parece estar ahí para entregarse al primero que la busque, la conquiste o la posea. Esta sencilla consideración da un carácter dramático a la presencia de la fe en Internet.
La verdad es que no podemos mirarnos como eternos aficionados que, cuando les place publican algo–cualquier cosa–y cuando no les place abandonan la plaza a las fuerzas tantas veces hostiles. No se trata de esclavizarnos a una pantalla de computador o de celular, sino más bien de mirar nuestra presencia siempre como un servicio responsable que brota de la convicción y del gozo.
Y atención a esa palabra: gozo. Estar en la lucha no nos exime de Filipenses 4,4: Gozaos en el Señor. De hecho, esta batalla es también la batalla de la alegría, de la verdadera alegría contra la falsa alegría; de la fe verdadera contra tantas desfiguraciones; de la vida que merece ese nombre contra los remedos que son simplemente borrosos aplazamientos de la muerte.
Dios nos haga fuertes en su amor, y para ello: firmes en la fe y la esperanza. Amén.