25. Hermanos, en el proceso de adquisición del Reino de Dios hay un orden. Primero debemos tener vida sacramental íntegra y sincera; también debemos tener vida interior, sin la cual es imposible se instale el Reino en nosotros. O sea, nuestra alma debe estar viva y despierta, lo cual se logra por medio de los Sacramentos y de acatar la recomendación de dulce Jesús: “niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Con los Sacramentos adquiere vida sobrenatural el alma y con la negación de uno mismo despierta, o sea, se activa.
Sólo la Iglesia tiene la potestad de dar vida sobrenatural al hombre, y dicha potestad conferida por su fundador Jesucristo; esta vida se recibe por medio de los Sacramentos y se conserva por la fidelidad a los mismos. Mas para que el alma tenga vida activa o despierta, el hombre debe aprender a negarse para que su ser interior, su “hombre interior”, adquiera vida y presencia activa en su interior. Sin este requisito, el Reino de Dios no puede asentarse en el interior, pues ¿cómo se asentaría el Reino en un alma muerta por el pecado o dormida por no atenderla dándole alimento y ejercicio?
Pues bien, con el alma dispuesta y con la práctica y cultivo de los Sacramentos, entonces empieza a situarse el Reino de Dios; entonces los ángeles y los santos, entablan una amistad cercana e íntima con el hombre, aprendiendo unidos.
Y es hasta entonces, cuando están instalados los súbditos en el alma, cuando la Reina celestial puede también establecerse en el interior; pues cuando el hombre se niega a sí mismo y toma su cruz y participa de la Cruz del Señor, entonces la Reina celestial puede permanecer en el interior sin ser atacada u ofendida por nuestro mal interior; además que es custodiada por sus súbditos ángeles y santos.
Y estando la Reina y sus ejércitos, entonces el Rey toma posesión del ser del hombre de manera permanente, iniciando el misterioso proceso de la unificación; es decir, el proceso de la santificación-deificación que consiste en hacerse “perfectamente uno” (Jn 17, 23) con el hombre.
Queridos hermanos, busquemos con afán el Reino de Dios, así como nos lo indica nuestro Salvador, a fin de que Él se aposente en nuestro corazón. Pidamos con humildad tal don al Padre Bueno, quien se desvive por hacernos suyos y darnos sus bienes.
CONCLUSIÓN GENERAL
26. A Jesús, Maestro Divino, se le ha dado todo poder en el cielo, en la tierra y en los abismos, es por ello que su mandato: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”, produce lo que significa. Es decir su orden trae implícita la fuerza y la dirección para realizarla.
Dicho poder se trasmite por los Apóstoles y sus sucesores a todo el Cuerpo Místico de Cristo que es la santa Iglesia, y de ésta al resto de las criaturas.
Si acompañamos este mandato-definición con algunos principios de la Doctrina católica como los siguientes:
* “Quien no nazca del agua y el espíritu no puede entrar en el Reino de Dios5”.
* “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no es por mí6”.
* “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame7”.
* “Quien no recibe el Reino de Dios como niño no entrará en él8”.
* “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás vendrá por añadidura”. “El Reino de Dios está dentro de vosotros9”
Si con ellos acompañamos el mandato-definición, tendremos las bases principales para fundamentar una educación católica.
27. Dice el Santo y Real Magisterio sobre la Pedagogía de Dios:
“El designio divino de la revelación se realiza a la vez ‘mediante acciones y palabras’, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una ‘pedagogía divina’ particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.
“S. Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: ‘El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre’” (CEC 53).
Podemos decir que la cualidad esencial de la educación católica es “un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre”; puesto que en el proceso de la educación, enseñanza e instrucción, es Dios quien enseña y quien aprende por>con>en el hombre. El hombre colabora con su mejor esfuerzo, siendo testigo de las maravillas que obra Dios en él.
Ser niño con el Niño Dios en todo el ser, hasta alcanzar la plenitud de Cristo en el seno de la Resurrección, es el fin y la finalidad de toda obra educativa católica.
Ponerse en las manos de Dios como arcilla en las manos del alfarero, condiciona todo el proceso educativo. Esto, claro está, no va con lo que se entiende en el mundo por educación y pedagogía. Pero Dios tiene sus propios modos y caminos.
Pidamos al Padre Bueno nos lleve a la Escuela de su Hijo, de su Espíritu y de su Amada María, para aprender a cumplir su voluntad con amor y diligencia.
Cordialmente: JJyM.