El año 2011 dejó entre sus herencias la transformación de un adjetivo en un sustantivo. A través de un uso peculiar, el adjetivo “indignado” se convirtió en el nombre común de cada uno de los cientos de miles de contemporáneos nuestros que manifestaron en las calles y plazas que detestan el mundo en que viven, ante todo porque es un mundo marcado por la injusticia, y porque la democracia, si no toca la distribución de la riqueza, es un juego mental, una continua pantomima, un chiste cruel.
Hay que notar que estos indignados callejeros, aunque diversos en muchas cosas, suelen tener por denominador común un talante de izquierdas y una actitud agnóstica o abiertamente anticlerical.
Un incidente reciente en el ciberespacio me llevó a pensar en otro tipo de “indignados.” Son los que sienten que se les revuelven las entrañas viendo lo que sucede en la Iglesia o contra la Iglesia. Son los que se duelen por las misas celebradas con pereza y rutina, o con todo tipo de abusos. Son los que sufren al ver la inercia, por lo menos aparente, de tantos obispos a quienes cuesta no ver como cómplices de los desmanes pastorales o teológicos de sus curas. Son también los que lamentan con amargura cada aborto que se hubiera podido y debido evitar. Estos otros indignados abundan en algunas esquinas de la red de redes. De hecho, es Internet, a menudo, su vía casi única de soltar en público la amargura acumulada y el calambre de una frustración muy honda.
Lo mismo que con los indignados de las calles, estos otros aprenden pronto a reconocerse mutuamente. Diríamos que son espontáneos compañeros de una misma causa. Sin ponerse de acuerdo se han encontrado–virtualmente, por supuesto–alrededor de los mismos foros de Internet, comentando los mismos artículos, vitoreando en silencio a los mismos autores. Tienen así una pequeña pero muy representativa pléyade de héroes a los que aman; modelos a los que miran; paradigmas que encienden su esperanza. Todo esto es muy humano, sin que le falte una chispa de divino.
¿Cómo puedo describir mi sentimiento hacia estos otros indignados, a los que, por lo pronto, reconozco un millón de veces más cerca que a los protestones que sirvieron de “Personaje del Año” a la revista TIME? Hay afecto; hay respeto; hay solidaridad; y sin embargo, también hay alguna distancia. Es muy fácil pasar de este tipo de indignación a la soberbia y el juicio implacable; es muy fácil resbalar hacia la nostalgia de lo preconciliar y el filo-lefebvrismo; es muy fácil tomar un tono apocalíptico; es muy fácil convertirse en heraldo perpetuo de malas noticias, hasta sentir extraño placer en describir todo lo que no funciona; es muy fácil, en fin, volverse profeta de desgracias y adoptar un rostro perpetuamente adusto e… indignado.
Con cariño, para ti, Infocatólica.