Buenos Dias Padre!!!
Como esta? Feliz año!!!!Queria preguntarle una cosita, en el Evangelio de Marcos 4, 10-12 dice que Jesus hablaba en parabolas para que los de afuera “por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone”.
¿No es este pasaje como contradictorio a su propia voluntad de salvarnos a todos? ¿Me podria explicar un poquito mas esto?
Gracias!!! – P. Moyano.
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Sobre las ventajas del lenguaje en parábolas ya he escrito algo en otra ocasión. Esta vez, sin embargo, se trata del sentido de la frase que citas, que a su vez proviene de un texto del Antiguo Testamento, específicamente de Isaías 6:9-10. Debemos entonces ir a ese pasaje para buscar luz sobre lo que preguntas.
Todo el capítulo 6 de Isaías cuenta la vocación de este profeta. Lo primero que le manda Dios es que vaya a decirle al pueblo esas frases que nos suenan tan extrañas. Leamos Isaías 6,9ss:
“Y él me dijo:
«Anda y dile a este pueblo lo siguiente:
“Por más que escuchen, no entenderán;
por más que miren, no comprenderán.”
Entorpece la mente de este pueblo;
tápales los oídos y cúbreles los ojos
para que no puedan ver ni oír,
ni puedan entender,
para que no se vuelvan a mí
y yo no los sane.»
Yo le pregunté: «¿Cuánto tiempo durará esto, Señor?»
Y él me contestó:
«Hasta que las ciudades queden destruidas
y sin ningún habitante;
hasta que las casas queden sin gente,
y los campos desiertos,
y el Señor haga salir desterrada a la gente,
y el país quede completamente vacío.
Y si aún queda una décima parte del pueblo,
también será destruida,
como cuando se corta un roble o una encina
y sólo queda el tronco.»
(Pero de ese tronco saldrá un retoño sagrado.)
El sentido general es que la acumulación de los pecados del pueblo trae una consecuencia que podemos llamar lógica o incluso inevitable. El oráculo del profeta se sitúa antes de la gran tragedia del destierro pero cuando ya esa tragedia se ve venir. Nuestras acciones tienen consecuencias y de modo ordinario Dios no nos evita esas consecuencias sino que saca cosas buenas de esos males que a veces tenemos que sufrir por nuestra propia responsabilidad. Pensemos en el caso de un fumador de toda la vida, que descubre la maldad de su vicio y lo deja, pero sólo cuando ya se le ha diagnosticado un enfisema pulmonar. Dios, de modo ordinario, no le evitará ese enfisema pero sí puede darle un sentido de humildad y de conversión que llevará a esa persona a afrontar su enfermedad o incluso su muerte de manera distinta a como hubiera sido sin conocer a Dios. Lo mismo le sucede al pueblo: el castigo del destierro ya está encima y no es hora de fortalecer las esperanzas falsas que dan los profetas falsos, en el sentido de que Dios “curaría” la situación del pueblo, ahorrándole el destierro.
Con otras palabras: cuando Dios dice que ya no es hora ni de escuchar ni de ver ni de convertirse, se refiere a esos falsos profetas que todavía creían y predicaban que a última hora Dios les evitaría el trago amargo del destierro. A Isaías, lo mismo que a Jeremías, les toca decir a la gente que no sucederá así, es decir, que convertirse al Señor no es algo que mágicamente les va a poner a salvo de la acumulación de consecuencias de sus pecados. Por supuesto que una conversión de corazón siempre es valiosa y siempre es querida por Dios, pero la conversión de la que habla Isaías aquí es ese juego superficial de creer que siempre se puede aplacar a Dios y seguir jugando con su misericordia sin cambiar en realidad la manera como uno vive. Frente a esa conversión superficial, que era la predicada por los falsos profetas de aquel tiempo, Isaías afirma que lo que se viene encima es duro pero medicinal, y que no hay que pretender que uno puede ahorrarse ese trago amargo. Las cosas sucederán no según el capricho humano sino según el sabio y redentor plan de Dios, que hará pasar por un trecho de dolor y oscuridad pero al final sacará luz de ese destierro y ese fracaso.
¿Y qué significa que Jesús use esa expresión? Significa que Jesús, en la línea de la dura predicación de Juan Bautista (y de Isaías, por supuesto), ve que la conversión no es asunto de pequeñas reformas o de cambios externos. “Pequeñas reformas” era lo que proponían los herodianos y los saduceos, tan respetuosos del “status quo;” por su parte, los escribas y los fariseos insistían demasiado sólo en los “cambios externos.” En ese ambiente, Cristo sabe que la palabra misma “conversión” puede ser interpretada de modo superficial y vacuo. Al usar la expresión de Isaías, nuestro Señor está subrayando dos cosas: la gravedad de las consecuencias del pecado, y el hecho de que no hay escapatoria de tales consecuencias. Es decir, Jesús no quiere “vender” una salvación barata, y sus parábolas, en este sentido, destacan el carácter misterioso, pero a la vez posible, de la salvación que pueda darse en circunstancias tan apuradas y tan serias.
Alguien podría pensar que el recurso literario que usa Cristo es muy complejo, o que se trata de una alusión muy oscura a un profeta, Isaías, que había vivido tantos siglos antes. La objeción vale para nosotros, que vivimos en un mundo y en una cultura tan distintos de los oyentes de Cristo. Para ellos esas alusiones eran mucho más claras, como seguramente lo eran tantas otras expresiones del Señor, como: Hijo del Hombre, Reino de Dios, y muchas más.