Educacion Catolica, 011

Muerte y vida

12. Para guardar (recibir) la Doctrina y todo aquello que Jesús nos manda, antes es preciso hacer una vacío en nuestro ser para que quepa. Debemos aprender a ser “arcas” vivas de la nueva alianza.

Y para hacer un vacío en nuestro ser debemos aprender, aparte de negarnos y renunciarnos a nosotros mismos, a anularnos. Debemos aprender a morir, porque si el grano de trigo no muere no puede dar fruto:

“Haced de cuenta que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6, 11).

Quien está muerto, porque ha muerto con Cristo en su muerte liberadora y porque ha aceptado la Cruz de Cristo, está vacío de sí mismo, de sus gustos, caprichos, opiniones, intereses; de tal manera que ahora sí puede guardar los tesoros de la gracia que Dios le ha dado en el Bautismo -y los ha acrecentado con una vida sacramental sincera.

Está muerto, pero vivo: muerto al pecado y vivo por y para Cristo. Esta vacío, pero lleno: vacío del sí mismo viejo y de vanidad, pero lleno de gracia. El discipulado perfecciona este proceso de negación, renuncia y anulación de sí mismo. Y junto con esta depuración de sí mismo, que es una gracia que debe suplicar y cultivar, adquiere el don del monacato, o sea, la de estar a solas con Dios en su interior.

Para el discípulo esta cualidad del monje que le permite un aprendizaje más íntimo y elevado es muy necesaria, puesto que debe aprender a recibir la enseñanza de Cristo en lo que se le presenta fuera de él, y en aquello que se le presenta de manera bendita dentro de sí mismo. Y debe cotejar la enseñanza exterior con la interior, para que ambas se complementen y perfeccionen, pues ambas son necesarias en el discipulado.