Dios ha querido darnos vida que sea digna de ese nombre; vida que no sea aplazar la muerte. Y el testimonio de esa verdad lo tenemos en el Espíritu, el agua y la sangre.
Todo empieza y recomienza en Cristo
El capítulo primero del Evangelio de Juan tiene un cierto paralelo con el capítulo primero del Génesis: Juan quiere presentar a Cristo como principio de la Nueva Creación.
La gracia de padecer por Cristo
“Ésta es la historia de una valeroso jesuita albanés llamado Anton Luli. Una vida llena de penalidades y sufrimientos bajo la dictadura comunista en Albania y, a la vez, testimonio de cristiano. «Bendigo al Señor, que a mí, su pobre y débil ministro, me ha dado la gracia de permanecerle fiel durante una vida prácticamente marcada por las cadenas. Sólo su gracia podía hacer esto.» ”
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Educacion Catolica, 011
Muerte y vida
12. Para guardar (recibir) la Doctrina y todo aquello que Jesús nos manda, antes es preciso hacer una vacío en nuestro ser para que quepa. Debemos aprender a ser “arcas” vivas de la nueva alianza.
Y para hacer un vacío en nuestro ser debemos aprender, aparte de negarnos y renunciarnos a nosotros mismos, a anularnos. Debemos aprender a morir, porque si el grano de trigo no muere no puede dar fruto:
“Haced de cuenta que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6, 11).
Quien está muerto, porque ha muerto con Cristo en su muerte liberadora y porque ha aceptado la Cruz de Cristo, está vacío de sí mismo, de sus gustos, caprichos, opiniones, intereses; de tal manera que ahora sí puede guardar los tesoros de la gracia que Dios le ha dado en el Bautismo -y los ha acrecentado con una vida sacramental sincera.
Está muerto, pero vivo: muerto al pecado y vivo por y para Cristo. Esta vacío, pero lleno: vacío del sí mismo viejo y de vanidad, pero lleno de gracia. El discipulado perfecciona este proceso de negación, renuncia y anulación de sí mismo. Y junto con esta depuración de sí mismo, que es una gracia que debe suplicar y cultivar, adquiere el don del monacato, o sea, la de estar a solas con Dios en su interior.
Para el discípulo esta cualidad del monje que le permite un aprendizaje más íntimo y elevado es muy necesaria, puesto que debe aprender a recibir la enseñanza de Cristo en lo que se le presenta fuera de él, y en aquello que se le presenta de manera bendita dentro de sí mismo. Y debe cotejar la enseñanza exterior con la interior, para que ambas se complementen y perfeccionen, pues ambas son necesarias en el discipulado.