Esta expresión, “valor agregado,” se ha vuelto común en muchos ámbitos, por ejemplo, en la oferta de planes comerciales. El escenario típico es: presentar una oferta que ya es buena, y justa en su precio, pero que tiene un “algo más” que debe sellar la convicción del potencial cliente.
El otro día pensaba en tantos valores agregados que me ha dado el Evangelio. En este caso, la oferta básica es la maravillosa propuesta de Cristo: vida eterna; ni más ni menos que el Cielo con C mayúscula. Ya eso lo vale todo. ¡Pero es que además hay “valores agregados”!
Como predicador itinerante he encontrado muchos de esos valores agregados en sonrisas llenas de afecto y respeto, que recibo solamente por ser discípulo y servidor de Jesús. Amigos que nunca hubiera conocido, lugares que jamás habría visitado, testimonios que no hubiera podido escuchar, bendiciones que hubieran pasado muy lejos de mi pequeño mundo. Todo eso ha llegado a mí como valor inmensamente agregado por el amor de mi Señor. A él toda gloria.