Cristo es condenado en un cruce de espantosas incoherencias: Pilato lo sentencia sabiéndolo inocente; las autoridades judías lo acusan de proclamarse rey mientras ellos declaran al César como su rey, renegando así del Reinado de Dios.
En la Cruz he nacido
Al principio, la Cruz de Cristo parece ajena; parece la historia del fracaso de un hombre lejano en el tiempo y la distancia.
Luego sorprende el modo peculiar de su muerte: no tanto lo que le hicieron sino cómo reaccionó él.
Pero uno se cree bueno porque no hace cosas malas. La vida de Cristo muestra que sólo se es bueno cuando se hace el bien, y hacer el bien no es simplemente intercambiar unas cosas por otras, como cuando uno ama al que lo ama. Ser bueno es ser como el Padre del Cielo: es no necesitar excusas ni pagos para hacer el bien.
Entonces uno descubre que en realidad no es bueno, y también descubre que la suma del egoísmo y engaño de cada uno engendra una atmósfera de muerte que todos respiramos.
Con un paso más uno llega a sentir verdadero disgusto del propio corazón, y entonces tiene dos alternativas: la desesperación o la conversión. La conversión es un retorno al misterio de la Cruz, desde la contemplación de la verdad del pecado, de la verdad más pura de lo que es ser “humano” y desde la compasión de Dios. Y entonces la vida cambia, porque uno ha nacido de la Cruz.
Profeta Resucitado
Profeta de breve vida,
hirsuto, santo, elocuente,
poderoso, y tan clemente:
tu nombre es Eterno Día.
Profeta de Galilea,
hijo de Santa María;
ojos de mirada limpia;
quien los ve, bendito sea.
Profeta muerto en la Cruz,
atravesado en dolores,
crucificado de amores,
bendito seas, Jesús.
Profeta de Pascua Santa,
y heraldo del gran perdón,
cuando se haya apagado el sol
seguirá brillando tu gracia.
Cordero y Siervo
Cristo, asumiendo el lugar del cordero, frena el mal; y asumiendo el lugar del esclavo, abre caminos nuevos a la bondad.