La FIFA quiere prohibir formalmente toda manifestación religiosa en los estadios de fútbol. Esto alude a gestos como persignarse, o arrodillarse algunos jugadores para rezar antes de un partido. ¿Es una medida sana, proporcionada, sensata, por parte de la FIFA? ¿Es esa la desaparición de Dios del mundo deporte? ¿Cómo podríamos o deberíamos responder a ella quienes somos creyentes? Abordemos estas tres preguntas.
¿Es una medida sana, proporcionada, sensata, por parte de la FIFA? No. Es exagerada, como un ataque preventivo. Se supone que el propósito es evitar violencia, pero lo que quiere corregir no ha sucedido, y en cambio sí supone un acto de represión contra aquello que espontáneamente brota del corazón de un jugador que sabe que sus talentos en último término vienen de Dios y han de darle gloria a Dios. Por supuesto, el no-creyente ve en el gesto religioso un agregado al acto deportivo; pero el creyente ve su vida como una unidad que nace de un único principio: Dios.
¿Es esa la desaparición de Dios del mundo deporte? No. Un deportista no deja de ser figura pública cuando abandona la cancha o cuando suena el pitazo final del partido. Los jugadores que tomen en serio su fe tienen un camino más sencillo y normal para manifestarla: su propia vida. Que se vea que toman en serio el matrimonio, si se van a casar. Que estén lejos de escándalos, sobre todo los relacionados con alcohol, sexo, despilfarros y drogas. Y que cuando les entrevisten digan sin respetos humanos que aman a Dios, que le agradecen todo lo que son y que quieren que la belleza de su juego dé testimonio de la hermosura del Altísimo. Lo cual responde a la tercera pregunta.