Movimientos Eclesiales en plena comunion con la Iglesia

Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son una de las novedades más importantes suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la puesta en práctica del concilio Vaticano II. Se difundieron precisamente después del Concilio, sobre todo durante los años inmediatamente sucesivos, en un período lleno de grandes promesas, pero marcado también por pruebas difíciles. Pablo VI y Juan Pablo II supieron acoger y discernir, alentar y promover la imprevista irrupción de las nuevas realidades laicales que, con formas diversas y sorprendentes, daban de nuevo vitalidad, fe y esperanza a toda la Iglesia.

En efecto, ya entonces daban testimonio de la alegría, de la racionalidad y de la belleza de ser cristianos, mostrándose agradecidos por pertenecer al misterio de comunión que es la Iglesia. Hemos asistido al despertar de un fuerte impulso misionero, animado por el deseo de comunicar a todos la valiosa experiencia del encuentro con Cristo, percibida y vivida como la única respuesta adecuada a la profunda sed de verdad y felicidad del corazón humano.

Al mismo tiempo, ¿cómo no darse cuenta de que aún se ha de comprender adecuadamente dicha novedad a la luz del designio de Dios y de la misión de la Iglesia en los escenarios de nuestro tiempo? Precisamente por eso se han sucedido numerosas llamadas de atención y orientación por parte de los Pontífices, que han comenzado un diálogo y una colaboración cada vez más profundos en el ámbito de numerosas Iglesias particulares. Se han superado muchos prejuicios, resistencias y tensiones. Queda por realizar la importante tarea de promover una comunión más madura de todos los componentes eclesiales, para que todos los carismas, en el respeto de su especificidad, puedan contribuir plena y libremente a la edificación del único Cuerpo de Cristo.

He apreciado mucho que se haya elegido, como base de reflexión para el seminario, la exhortación que dirigí a un grupo de obispos alemanes en visita ad limina, que hoy, desde luego, os propongo de nuevo a todos vosotros, pastores de numerosas Iglesias particulares: «Os pido que salgáis al encuentro de los movimientos con mucho amor» (Discurso al segundo grupo de obispos alemanes, 18 de noviembre de 2006: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de noviembre de 2006, p. 4). Casi podría decir que ya no tengo nada que añadir. La caridad es el signo distintivo del buen Pastor: hace autorizado y eficaz el ejercicio del ministerio que se nos ha confiado.

Salir al encuentro de los movimientos y las nuevas comunidades con mucho amor nos impulsa a conocer adecuadamente su realidad, sin impresiones superficiales o juicios restrictivos. También nos ayuda a comprender que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades no son un problema o un peligro más, que se suma a nuestras ya gravosas tareas. ¡No! Son un don del Señor, un valioso recurso para enriquecer con sus carismas a toda la comunidad cristiana. Por eso, es preciso darles una acogida confiada que les abra espacios y valore sus aportaciones a la vida de las Iglesias particulares.

Las dificultades o las incomprensiones sobre cuestiones particulares no autorizan la cerrazón. Que el “mucho amor” inspire prudencia y paciencia. A nosotros, los pastores, se nos pide acompañar de cerca, con solicitud paterna, de modo cordial y sabio, a los movimientos y las nuevas comunidades, para que puedan poner generosamente al servicio de la utilidad común, de manera ordenada y fecunda, los numerosos dones de que son portadores y que hemos aprendido a conocer y apreciar: el impulso misionero, los itinerarios eficaces de formación cristiana, el testimonio de fidelidad y obediencia a la Iglesia, la sensibilidad ante las necesidades de los pobres y la riqueza de vocaciones.

La autenticidad de los nuevos carismas está garantizada por su disponibilidad a someterse al discernimiento de la autoridad eclesiástica. Numerosos movimientos eclesiales y nuevas comunidades ya han sido reconocidos por la Santa Sede y, por tanto, deben considerarse sin duda como un don de Dios a toda la Iglesia. Otros, aún en fase inicial, requieren el ejercicio de un acompañamiento aún más delicado y vigilante por parte de los pastores de las Iglesias particulares. Quien está llamado a un servicio de discernimiento y de guía no ha de pretender enseñorearse de los carismas, sino más bien evitar el peligro de extinguirlos (cf. 1 Ts 5, 19-21), resistiendo a la tentación de uniformar lo que el Espíritu Santo ha querido que sea multiforme para concurrir a la edificación y a la extensión del único Cuerpo de Cristo, que el mismo Espíritu consolida en la unidad.

El obispo, consagrado y asistido por el Espíritu de Dios, en Cristo, Cabeza de la Iglesia, deberá examinar los carismas y probarlos, para reconocer y valorar lo que es bueno, verdadero y bello, lo que contribuye al aumento de la santidad de las personas y de las comunidades. Cuando hagan falta intervenciones para corregir algo, deben ser expresión de “mucho amor”. Los movimientos y las nuevas comunidades se sienten orgullosos de su libertad asociativa, de la fidelidad a su carisma, pero también han demostrado siempre que saben bien que la fidelidad y la libertad quedan garantizadas, y no ciertamente limitadas, por la comunión eclesial, cuyos ministros, custodios y guías son los obispos, unidos al Sucesor de Pedro.

Queridos hermanos en el episcopado, al final de este encuentro os exhorto a reavivar en vosotros el don que habéis recibido con vuestra consagración (cf. 2 Tm 1, 6). Que el Espíritu de Dios nos ayude a reconocer y custodiar las maravillas que él mismo suscita en la Iglesia en favor de todos los hombres. A María santísima, Reina de los Apóstoles, le encomiendo cada una de vuestras diócesis y os imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles laicos, hoy, en particular, a los miembros de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades presentes en las Iglesias encomendadas a vuestra solicitud.

[Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a un seminario de estudio para obispos organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos, 2008.]