Hoy día en el mundo de la cultura es fuerte la exigencia de evitar una antropología “dualista”, que contrapone el alma y el cuerpo de una forma casi hostil. A la luz de la enseñanza bíblica, se afirma con fuerza la unidad psicofísica del ser humano. La misma exigencia está presente en Santo Tomás, y —como dije en una audiencia general de 1981 (2 de diciembre)— consiste en que él «en su antropología metafísica (y a la vez teológica) prescindió de la concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y el cuerpo, y se acercó al pensamiento de Aristóteles”. En efecto, como admite Santo Tomás, el hombre en verdad padece una división interna entre la “carne” y el “espíritu”. Sin embargo, según el de Aquino, esta oposición interna y dolorosa es “antinatural”, porque es consecuencia del pecado; mientras que la exigencia profunda del hombre de la unidad y de la armonía entre la vida física y la espiritual es satisfecha por la vida de la gracia.
El Doctor Angélico, en su tratado “De homine, qui ex spirituali et corporali substantia componitur” (S. Th., I, 75, prol.), refleja claramente las enseñanzas del Concilio Lateranense IV, que entonces estaban recientes: presentaban la naturaleza humana como intermedia entre la naturaleza puramente espiritual o angélica, y la naturaleza puramente corporal, “quasi communem ex spiritu et corpore constitutam” (Concilio Lateranense IV, c. I – De fide catholica, Denzinger 800). Por tanto, distinción real y esencial entre el alma y el cuerpo. El hombre para el Doctor universal es “essentia composita” (S. Th., I, 76, D, “substantia composita” (Cont. Gent., II, c. 68). Pero su ser es solamente uno: “Unum esse substantiae intellectualis et materiae corporalis” (ib.). “Unum esse formae et materiae” (ib.), donde el alma es “la forma” y el cuerpo, “La materia”.
Efectivamente, como se sabe, con su famosa doctrina del alma espiritual como “forma sustancial” del cuerpo, Santo Tomás solucionó el arduo problema de la relación entre el ama y el cuerpo que salvase, por una parte la distinción de los componentes esenciales, y por otra la unidad del ser personal del hombre. Y es igualmente sabido que esta doctrina, y también la de la inmortalidad del alma humana, fue confirmada por dos sucesivos Concilios Ecuménicos (Lateranense IV y V), y después pasó a ser patrimonio de la fe católica. La doctrina antropológica como “la unidad del alma y del cuerpo» ha sido tomada de nuevo por el Concilio Vaticano II; por tanto, este Concilio puede encontrar en el pensamiento del Doctor Angélico un intérprete particularmente adecuado.
[Discurso de Juan Pablo II, llamado El Grande, al Congreso Internacional «De anima in doctrina Sancti Thomae in homine», el 4 de enero de 1986.]