191. Los Amigos de Dios

191.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

191.2. Así como tantas veces te he hablado del sufrimiento y de su valor, así también es saludable recordarte que el consuelo de Dios es instrumento suyo muy precioso para revelar las ternuras de su misericordia.

191.3. Y hay entre estos divinos consuelos uno que por su fuerza persuasora merece ser nombrado aparte. Uno especialmente dulce y sabroso, capaz de nutrir el corazón. Te hablo de la presencia de los amigos. Hoy puedo prometerte en el Nombre del Señor que nunca faltará a tu dolor la presencia de un amigo. Es una gracia muy grande que Dios quiere concederte porque se apiada de ti, y también por el talante de la misión que quiere para ti.

191.4. Mira las vidas de los amigos de Dios que tú llamas “santos,” y encontrarás que todo pudo fallarles: la salud, los recursos económicos, los consuelos espirituales, la fidelidad de los amigos, o cualquier otra cosa. No hubo ninguno, sin embargo, al que todo le fallara de tal modo y en tal grado como le sucedió a nuestro Amado Señor y Salvador, Jesucristo. Lo recuerda Marcos con lacónica frase: «y abandonándole huyeron todos» (Mc 14,50). No sólo los amigos ni los reconocimientos humanos. Esa frase alude a la más espantosa soledad de hombre alguno.

191.5. En cada santo Dios retrata algo de la Pascua de su Hijo, y por ello lo hace partícipe en algún grado y en alguna dimensión de su Cruz. Nadie tiene todo lo que tiene la Cruz de Cristo; nadie carece de todo como carece la Cruz de Cristo. Cada uno de vosotros participa de una astillita de ese Madero Sacrosanto, y es Dios Padre, en su sabiduría, quien determina qué es apropiado para cada quién.

191.6. Más de una vez tendré que hablarte de la Cruz de Cristo y también de tu cruz. Por ahora te digo que una parte del dolor de Cristo que es redención para ti pero que no has de padecer en grado apreciable es ese abandono de los amigos. Cambiarán tus amigos; unos se irán y otros llegarán; algunos te abandonarán y otros te traicionarán; unos se aprovecharán de ti y otros serán inútiles y estorbosos para ti. Mas no te sucederá que al mismo tiempo todos te dejen. Dios te promete hoy que siemrpe te dejará encendida la lámpara de algún amigo.

191.7. Sé que estas palabras suenan muy dulces y gratas a tus oídos, porque has aprendido que eres débil, y te consuela sobremanera oír que siempre habrá cerca de ti amigos que sean también amigos de Dios. Yo creo que es de las noticias más hermosas que puedo decirte, hermano mío. Mas al respecto de esto, que es una verdad muy amable, debo advertirte algunas cosas.

191.8. Si es verdad que Dios cuidará que tengas esas lamparitas encendidas y esas puertas abiertas, ello no te exime de preguntarle a Él cuáles son las puertas que debes tocar y en qué sonrisas puedes confiar. El enemigo se esforzará, especialmente cuando lleguen las horas de más dura confusión, en que tú te confundas y busques reposo donde te aguarda su daga envenenada. Ten cuidado y pregunta a menudo a Dios, suplicando mi intercesión si así lo deseas, qué es lo que Él ha preparado para ti. Porque siempre será cierto que tiene un remanso para tus dolores, pero no siempre estará ese sosiego donde tú quisieras o donde tú lo pensarías. Ninguna cautela es suficiente en este sentido.

191.9. En segundo lugar, ten presente que los amigos de Dios son pueblo suyo y gozo de su corazón. Trátalos, pues, con la confianza propia de los amigos, pero también con la veneración propia, casi te digo, de los sacramentos. No te dé pena venerar sus cuerpos, que son templos; ni acoger sus palabras, que son caudales de luz; ni agradecer sus sonrisas que son destellos de la ternura del Padre Celestial. No basta que los respetes; te ordeno que los veneres y nunca consientas trato duro con ellos. Son preciosos ante Dios.

191.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.