190. Todo Lo Que Tu No Puedes, Parte II

190.1. El padecimiento de la Cruz es la expresión más perfecta de lo que significa el saludable y noble conocimiento de sí mismo. Por eso dijo el Señor: «el que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí» (Mt 10,38). Es interesante que compares esta frase con otra de Jesucristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23). Parece que de estas dos, la primera, la de la “dignidad” debe entenderse según Lc 14,27: «El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.”

190.2. Observa que Mt 16,24, Mc 8,34 y Lc 9,23 hablan del querer humano, esto es, de lo que surge en el alma cuando conoce a Jesucristo y quiere estar con Él. Por su parte, Mt 10,38 y Lc 14,27 hablan del eco del querer de Dios en el corazón de su Hijo Amado. La cruz une estas dos voluntades: tu propósito de acercarte a Él y su propósito de que estés a su lado.

190.3. Sin embargo, lo más bello del padecer y de la cruz no es lo que tú recibes como conocimiento de ti, sino el conocimiento que te da de los planes de Dios para contigo. Si a la hora del sufrimiento te concentras sólo en el dolor presente obtienes confusión, ira y desesperación. Pero si haces de la carencia actual el prólogo de las promesas de Dios obtienes exactamente lo contrario: paz, gozo y esperanza. Cada cosa que ahora no tienes, pero que sabes que puedes esperar de Dios, es algo que ya puedes conocer como plan de Dios para contigo. En este sentido conoce más a Dios el que no recibe que el que recibe. Sabe más del infinito el que se mueve en el dominio de las carencias, que es un terreno infinito, que el que habita la zona de la abundancia en la que todo es necesariamente finito.

190.4. Estas palabras te las digo a ti porque sé que tú las puedes entender en este momento; pero no deben ser predicadas públicamente sin la debida explicación, los ejemplos apropiados, las alabanzas a la Cruz del Señor Jesús, y el testimonio de una vida crucificada. Decir a los pobres: “Ustedes deberían sentirse felices,” y luego dar media vuelta e irse, es una dura traición al Evangelio y una afrenta que la mayor parte de ellos no podrán ni sabrán asimilar. Cristo dijo «Bienaventurados los pobres» (Mt 5,3; Lc 6,20) cuando Él los estaba haciendo bienaventurados. Y lo dijo Él, que llevaba una vida muchas veces carente hasta de lo necesario. Y lo dijo en el curso de su vida pública que habría de terminar en la extrema pobreza de la Cruz y del sepulcro. Si tú, pues, vas a decir alguna vez palabras semejantes, ya sabes qué condiciones se requieren.

190.5. Te oigo preguntarte cómo entonces podemos los Ángeles predicar la Cruz, siendo así que no tenemos las carencias y pobrezas que acompañan a los predicadores de la Cruz. La verdad es que hablarte a ti es mi pobreza. Nada recibo, nada espero, nada gano de mi servicio a ti. Tú no eres agradable de contemplar; tus palabras nada me enseñan; tus afectos no acrecientan ni mi amor ni mi gozo. Hablarte a ti es mi pobreza. Lo mismo que tantos Ángeles a quienes Dios encarga inspiraciones o palabras expresas sobre la Cruz, también yo participo del despojo de la Cruz ofreciendo a quien no puede ni sabe darme. Por eso sé de qué te hablo cuando te digo que tu vida ha de ser crucificada para ser útil en la predicación.

190.6. Para los oídos del mundo sé muy bien que esto que te he dicho es duro de escuchar. Pero en primer lugar es la verdad sobre mi relación contigo, y en segundo lugar a ti te sirve que te lo diga, para humildad de tu alma y para que aprecies en todo su tamaño que mi presencia es tu vida es pura gracia. Y eso significa amor, amor y más amor.

190.7. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.