Traducción del original de Lacy Dodd, primero publicado el Viernes, 1° de Mayo, 2009
Muchos de los que han de graduarse en la Universidad de Notre Dame este año 2009 tendrán sentimientos encontrados sobre su ceremonia de graduación debido al escándalo suscitado por la decisión de la universidad de honrar a Barack Obama con el discurso inaugural y darle un grado Honoris Causa en Derecho.
Sé cómo se sienten. Diez años atrás mi corazón conoció un conflicto semejante cuando llegó el día de mi graduación en Notre Dame, día también para recibir mi comisión como oficial del Ejército de los Estados Unidos de América.
En aquel entonces yo tenía tres meses de embarazo.
Aquel mes de marzo yo había ido—sola—a una clínica de la mujer, a tomar un test de embarazo. El resultado fue positivo y yo me sentí tan aturdida que casi no podía entender qué trataba de decirme la enfermera cuando me aseguró que yo tenía “otras opciones.” ¿Cuáles “otras opciones”? ¿Qué mundo es este, que define la compasión como decirle a una joven que acaba de saber que lleva vida dentro de sí que puede destruir esa vida, si quiere?
Cuando volví al campus de la universidad, corrí a la Gruta de la Virgen. Me sentía confundida y repleta de sentimientos encontrados. Una cosa sí sabía: ninguna montaña de vergüenza o ridículo iba a lograr que yo me deshiciera de mi bebé. Yo estaba segura de que, entre todas las mujeres del mundo, Nuestra Señora podría sentir compasión por un embarazo inesperado. Recordé que ella entregó todo su amor ante la invitación de Dios de convertirse en el hogar de la Palabra Encarnada. “Hágase en mí según tu palabra,” dijo ella. A la hora de mi propia necesidad, puesta de rodillas, le pedí a María que me diera fuerza y valor. Ella no me falló.
Mi novio fue otra historia. Él era también un estudiante avanzado (senior) de Notre Dame. Cuando le conté que él iba a ser papá, trató de presionarme para que abortara. Como tantas mujeres en circunstancias parecidas, yo vine a saber qué clase de hombre era el papá de mi bebé sólo cuando más lo necesité. “Todo eso que se dice sobre el aborto es conversación de sobremesa,” dijo él. “Cuando ya se trata de estar en la situación, es otra cosa. Te llevaré a Chicago y le pagaré a un buen doctor.”
Traté de contarle que esa no era una opción. Él dijo que él prefería la libertad de escoger. Le respondí que mi escogencia era la vida. Aprendí entonces, como tantas mujeres antes y después de mí, que escoger la vida no es algo que apoyen los que dicen apoyar la libertad de escoger [los pro-choice].
Pero me considero afortunada. Fui educada por un papá y una mamá que han participado en las marchas en defensa de la vida; de esa clase de personas que hace contigo el camino cuando tienes que caminarlo. No importa cuánto hubiera querido yo ahorrarles la vergüenza de mi embarazo inesperado, siempre supe que contaba con un regalo invaluable, o sea, una familia que recibiría en su corazón la vida que Dios había puesto ya en mi vientre.
Tenía también otra ventaja: una amiga buena y afectuosa, Sara, que me recordó que su propia madre tenía un servicio de consejería en el Centro para el Cuidado de la Mujer (Women’s Care Center) en South Bend. Este Centro me dio la certeza de que todo iba a salir bien. Me guiaron durante el embarazo y me dieron información oportuna sobre cómo estar saludable.
Así que sin el apoyo de mi novio me gradué de Notre Dame en la fecha prevista, con un título en “American Studies.” Recibí mi comisión ROTC como segundo teniente del Ejército Norteamericano. Volví donde mis papás en la Florida después de recibir un permiso para ingreso pospuesto. Busqué y recibí indicaciones y consejos cordiales en el Kimberly Home, un centro de recursos sobre el embarazo, en mi propia ciudad. Y me preparé para dar a luz al ser humano que me ha dado las más grandes e inesperadas alegrías de mi vida.
Puesto que yo iba a ser una madre soltera (en el Ejército, además), sentí que por lo menos debía hacer averiguaciones sobre posible adopción a través de algunas asociaciones Católicas. Un consejero en el Kimberly Home me guió a través del proceso de decisión y me dio referencias de personas. El Kimberly Home también me conectó con otras mujeres que habían tenido embarazos inesperados y habían seguido procesos de adopción abierta o anónima. Ese lugar me brindó ayuda y cuidado.
Después de mucho orar, acepté que este bebé era un regalo que yo de hecho ya había aceptado. Con el apoyo de mi familia lo iba a sacar adelante. A través de la Agencia Ejecutiva para el Cuidado del Niño, del estado de la Florida [State of Florida Child Support Enforcement Agency], obtuve una orden judicial para que mi hija recibiera sustento del papá.
Y llegó el milagro. El día de Todos los Santos de 1999, di a luz a mi bebé, María. El nombre tiene una razón: esta María vivía dentro de mí mientras yo caminaba por el campus de la universidad dedicada a la mujer que es madre de todos nosotros, y fue María, nuestra madre, quien me dio la fuerza cuando yo estaba angustiada por lo que podría traerme el futuro. María nos enseña siempre a estar abiertos a buscar la voluntad de Dios en nuestras vidas, venga lo que venga, y nos enseña a nunca tenerle miedo a esa voluntad. Puede traer sufrimiento pero a la vez también paz y alegría. Si nos ponemos a disposición de Dios él hace cosas grandes por nosotros.
Entre esas “cosas grandes” está el momento inolvidable en que mi papá vino a conocer a su nieta, el día de su nacimiento. Miró a María en mis brazos y me dijo: “Este es tu regalo por haber decidido bien.” En ese instante comprendí que mi pequeña y yo seríamos siempre bendecidas.
La universidad de Notre Dame es un lugar muy especial pero no inmune a las realidades de la vida moderna. Hay estudiantes que enfrentan embarazos no planeados y, más trágicamente aún, mujeres que piensan que su única opción es abortar. Las estadísticas muestran que una de cada cinco mujeres que abortan es una joven universitaria [college student]. Muchas de ellas aluden, como razón primordial, el miedo a no poder terminar sus estudios. En los campus universitarios de los Estados Unidos el aborto es la opción por defecto. Tenemos que cambiar ese estado de cosas con una postura clara, y Notre Dame debe liderar ese cambio.
Se han escrito muchas cosas sobre el grado Honoris Causa en Derecho para el presidente Obama. Yo quisiera preguntarle al Padre John Jenkins, rector general [president] de Notre Dame: ¿Quién va a recibir más apoyo con la decisión que Ud. ha tomado de honrar al presidente Obama: la joven embarazada a punto de graduarse, que a toda costa quisiera conservar su bebé, o el estudiante que piensa que la enseñanza de la Iglesia sobre la maldad intrínseca del aborto es “una conversación de sobremesa”?