Algo de contexto: Mary Ann Glendon ha sido la embajadora de los EEUU ante la Santa Sede. La sra. Glendon recibió un prestigioso galardón, la medalla “Laetare” que es otorgada a muy pocas personas por la Universidad Católica más conocida de ese país, la Universidad de Notre Dame (literalmente, la Universidad de Nuestra Señora). Lamentablemente esta institución, que debía dar ejemplo de fe y de coherencia, ha resuelto dar un Doctorado Honorario en Leyes al actual presidente, Barack Obama, que no ha perdido oportunidad para demostrar sus posturas radicalmente contrarias a los principios católicos. La ceremonia está prevista para el día 17 de Mayo, y la sra. Glendon tenía que recibir su medalla el mismo día. Ella decidió que si Notre Dame no conocía el significado de la palabra “coherencia,” ella no lo había olvidado, y por eso declinó recibir su medalla. El texto de la carta por la cual rechaza el premio es muy elocuente, y se ofrece aquí, primero en traducción al español–hecha por este servidor–y luego en su original en inglés. – Fr. NMF.
Abril 27, 2009
P. John I. Jenkins, C.S.C.
Presidente
Universidad de Notre Dame
Estimado P. Jenkins,
Cuando Ud. me comunicó el pasado diciembre que yo había sido seleccionada para recibir la Medalla “Laetare” de Notre Dame, me sentí profundamente conmovida. Atesoro en mi memoria que recibí un grado Honoris Causa de Notre Dame en 1996, y siempre he visto como un honor el hecho de que el discurso inaugural que ofrecí ese año fue después incluido en la antología de discursos inaugurales más memorables. Por eso empecé de inmediato a trabajar en el discurso de aceptación que pensé podría ser digno de tal ocasión, del honor debido a la Medalla, y también de los estudiantes y la facultad.
El mes pasado, cuando Ud. me llamó para contarme que el discurso inaugural de curso sería dado por el presidente Obama, le dije que yo tendría que reescribir mi discurso de aceptación de la Medalla. En las semanas siguientes, la tarea que al principio pareció amable se ha visto complicada por un número de factores.
Ante todo, como consultora, por mucho tiempo, de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, sólo podía sentir desconcierto ante la noticia de que Notre Dame pensaba darle un grado Honoris Causa al presidente. Ud. tiene que saber que eso va en desobediencia de lo mandado expresamente por los Obispos de Estados Unidos en el 2004, cuando dijeron que las instituciones católicas “no deben honrar a aquellos que actúan en abierta oposición a nuestros principios morales fundamentales” y que “tales personas no deben recibir premios, honores o tribunas que pudieran sugerir que apoyamos sus acciones.” Este mandato, que de ningún modo controla o interfiere con la libertad de las instituciones para invitar o entrar en discusión seria con quien se desee, me parece a mí tan razonable que sencillamente no veo cómo entender que una institución católica lo desatienda.
Después supe que algunos “puntos para el diálogo” publicados por Notre Dame como una respuesta a la amplia crítica que ha tenido esta decisión de honrar la presidente, incluían dos afirmaciones que implicaban que mi discurso de aceptación de la Medalla vendría a dar un cierto balance a la ocasión:
* “El presidente Obama no será el único que hable. Mary Ann Glendon, ex-embajadora de los Estados Unidos ante el Vaticano, tomará la palabra, como galardonada de la Medalla Laetare.”
* “Creemos que tener al presidente en Notre Dame, y que vea nuestros graduados, converse con quienes lideran la universidad, y escuche a Mary Ann Glendon, es bueno para el presidente, y para las causas que a todos nos interesan.”
Pero un discurso inaugural se supone que es un día de júbilo para los graduados y sus familias. Ese no es el lugar, ni un discurso de aceptación de medalla es el vehículo apropiado para entrar en un debate sobre las cuestiones muy graves que suscita la decisión de Notre Dame, una decisión que desatiende la postura muy clara de los obispos de Estados Unidos para así dar honra a un oponente frontal de las posturas de la Iglesia en asuntos que implican principios fundamentales de justicia.
Por último, dadas las noticias recientes, en el sentido de que otras escuelas católicas están también desobedeciendo la guía dada por los obispos, me preocupa que el ejemplo de Notre Dame tenga un efecto multiplicador.
Con gran tristeza, por consiguiente, he llegado a la conclusión de que no puedo aceptar la Medalla Laetare, ni participar en la ceremonia de graduación del 17 de Mayo.
Para evitar la inevitable especulación sobre las razones de mi decisión, publicaré esta carta en la prensa, pero no pienso hacer más comentarios por ahora sobre este asunto.
Atentamente,
Mary Ann Glendon
***
April 27, 2009
The Rev. John I. Jenkins, C.S.C.
President
University of Notre Dame
Dear Father Jenkins,
When you informed me in December 2008 that I had been selected to receive Notre Dame’s Laetare
Medal, I was profoundly moved. I treasure the memory of receiving an honorary degree from Notre Dame in 1996, and I have always felt honored that the commencement speech I gave that year was included in the anthology of Notre Dame’s most memorable commencement speeches. So I immediately began working on an acceptance speech that I hoped would be worthy of the occasion, of the honor of the medal, and of your students and faculty.
Last month, when you called to tell me that the commencement speech was to be given by President Obama, I mentioned to you that I would have to rewrite my speech. Over the ensuing weeks, the task that once seemed so delightful has been complicated by a number of factors.
First, as a longtime consultant to the U.S. Conference of Catholic Bishops, I could not help but be dismayed by the news that Notre Dame also planned to award the president an honorary degree. This, as you must know, was in disregard of the U.S. bishops’ express request of 2004 that Catholic institutions “should not honor those who act in defiance of our fundamental moral principles” and that such persons “should not be given awards, honors or platforms which would suggest support for their actions.” That request, which in no way seeks to control or interfere with an institution’s freedom to invite and engage in serious debate with whomever it wishes, seems to me so reasonable that I am at a loss to understand why a Catholic university should disrespect it.
Then I learned that “talking points” issued by Notre Dame in response to widespread criticism of its decision included two statements implying that my acceptance speech would somehow balance the event:
• “President Obama won’t be doing all the talking. Mary Ann Glendon, the former U.S. ambassador to the Vatican, will be speaking as the recipient of the Laetare Medal.”
• “We think having the president come to Notre Dame, see our graduates, meet our leaders, and hear a talk from Mary Ann Glendon is a good thing for the president and for the causes we care about.”
A commencement, however, is supposed to be a joyous day for the graduates and their families. It is not the right place, nor is a brief acceptance speech the right vehicle, for engagement with the very serious problems raised by Notre Dame’s decision—in disregard of the settled position of the U.S. bishops—to honor a prominent and uncompromising opponent of the Church’s position on issues involving fundamental principles of justice.
Finally, with recent news reports that other Catholic schools are similarly choosing to disregard the bishops’ guidelines, I am concerned that Notre Dame’s example could have an unfortunate ripple effect.
It is with great sadness, therefore, that I have concluded that I cannot accept the Laetare Medal or participate in the May 17 graduation ceremony.
In order to avoid the inevitable speculation about the reasons for my decision, I will release this letter to the press, but I do not plan to make any further comment on the matter at this time.
Yours Very Truly,
Mary Ann Glendon
Mary Ann Glendon is Learned Hand Professor of Law at Harvard Law School. She served as the U.S. Ambassador to the Vatican from 2007 to 2009.
“En el principio” cuando “la tierra era caos y confusión”, “El Éspíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”. Hoy el Espíritu de Dios sigue manifestándose en la valentía y firmeza de sus fieles. ¡Bendito sea el Señor!