La victoria del Señor no se reduce al hecho de estar vivo nuevamente, después de haber sido torturado y asesinado. Su muerte fue la consecuencia de su modo de vivir, amar y servir. Su resurrección es la prueba entonces de que se puede y debe vivir así, quedando entendido que ellos sólo es posible con la ayuda de Él mismo. Por eso la misión, que es eco de esta victoria, nace de la resurrección.