159. Cristo Exhausto

159.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

159.2. Hay muchas imágenes de Cristo, pero observa que, exceptuando aquellas que aluden directamente a su bienaventurada Pasión, las demás dejan poco espacio para el sufrimiento que fue inseparable compañero del Hijo del Hombre. Hay que rogar a Dios que conceda profunda inspiración a los artistas, porque en sus imágenes no han presentado el cansancio de Cristo en su misión, ni su esfuerzo descomunal después de predicar horas y horas o después de largas sesiones de sanación y liberación. En esto los pintores y los escultores se han quedado cortos.

159.3. Otro es el lenguaje de la Escritura, que casi se solaza mostrando el cansancio del Hijo de Dios, pues en efecto es verdad que su cansancio trajo vuestro descanso. Así lees, por ejemplo, el estilo sobrio y preciso de Juan: «Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta» (Jn 4,6). ¿Y por qué se durmió, cuando la vez de la tormenta, si no es por ese motivo que discretamente presenta Marcos: «Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba» (Mc 4,36).

159.4. ¿Cómo suenan en tus oídos mis palabras? ¿Qué opinas de una nueva advocación? Así como decís “Cristo Maestro,” “Cristo, Buen Pastor,” “Cristo Médico,” deberíais erigir un alto santuario, verdadero refugio de pecadores: “Cristo Extenuado.” Ese cansancio indescriptible de Cristo, que entregó con generosidad inefable toda su humanidad a la tarea del amor, es la anticipación de la hora de la Cruz, y por eso sirve de saludable preparación para la contemplación de las horas finales del Salvador de los hombres.

159.5. Pero no hay que esperar a que sea levantado tal santuario. Edifícalo tú primero con tus palabras y prédicas. Di muchas veces al mundo que Dios, que es infinito, se agotó por los caminos inciertos en que se descarriaron sus ovejitas. Habla de modo que la gente vea en su mente cómo brotan copiosas esas gotas de sudor, que ya anticipan las de sangre. Predica enardecido el valor de esa hambre, pues «los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer» (Mc 6,31). Haz que se conmueven y lloren de gratitud diciendo en sus corazones y balbuciendo en sus labios: “Dios me ama; he aquí que ha venido su Hijo único y se ha fatigado labrando mi triste campo. Yo soy su espiga, su flor y su fruto. Yo soy la obra nacida de tantos sudores y de tantos amores.”

159.6. Ahora ve a celebrar el Santo Sacrificio. Ya conoces otra razón por la que no me canso de decirte: Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.