Todos somos conscientes del enorme poder e influencia que el presidente de los Estados Unidos de América tiene en razón de su oficio y del múltiple liderazgo de su país. No se trata sólo de economía o política. Se trata de ciencia, entretenimiento, educación, seguridad social, pero sobre todo: derechos humanos, empezando por el derecho fundamental a la vida.
Delicados temas como el aborto, la investigación con células de embriones humanos y la integridad de la familia pasarán por el despacho de Barack Obama desde el primer momento. Sus decisiones, por ejemplo en lo que concierne a la Corte Suprema de ese país, tendrán un efecto que irá mucho más allá del periodo constitucional de cuatro años. No es un engaño para nadie que quienes se autodenominan “pro-choice” han preparado largamente sus armas y argumentos para ejercer un máximo de presión sobre Obama, en quien ven un aliado de su causa. Todo ello indica que estamos en momentos decisivos para el futuro de ese país y en realidad del mundo entero.
Los asuntos de política internacional estadounidense seguirán teniendo, por su propia naturaleza, un efecto inmenso a lo largo y ancho de este planeta. Las resoluciones que salgan del despacho de Obama alcanzarán todos los rincones, desde Afganistán hasta Corea del Norte, desde China hasta Iraq, desde Ruanda hasta la Franja de Gaza. Se trata de una tarea descomunal en la que sin embargo cualquier error implica pérdida de vidas inocentes. No se trata sólo de conflictos armados: las decisiones financieras harán posible o imposible la vida para millones de seres humanos, sobre todo en los países en desarrollo.
Los Estados Unidos continúan siendo el lugar donde se produce el mayor volumen de investigación científica en el mundo. Graves asuntos que atañen al futuro de nuestro planeta pasaráqn forzosamente bajo los ojos del nuevo presidente, desde las políticas de prevención y posible cura del SIDA hasta el calentamiento global y el exceso de CO2. Nuevas tecnologías más limpias o “verdes” pueden significar una verdadera liberación, pero también: medidas irresponsables o la ausencia de políticas adecuadas empobrecerán inexorablemente, y para siempre, la variedad de fauna y flora, e incluso las condiciones de habitabilidad de este hermoso planeta–la única casa que tenemos los seres humanos.
En la misma área de la ciencia, es claro que hay una campaña mundial de ataque y descrédito a la religión en nombre del conocimiento. El país que ha repetido miles de millones de veces “In God We Trust” puede estar bajo el ataque más formidable contra Dios de los últimos siglos. Un ataque que quiere ridiculizar, calumniar, ignorar, aplastar o borrar de la faz de la tierra todo lo que hable de Jesucristo y de su gracia. Semejante despropósito no se ha cumplido en buena parte porque la nación más poderosa de la tierra es también comparativamente una de las más religiosas. Las cosas podrían cambiar si la presión de los lobbies ateos, masones y agnósticos logra sus metas en el despacho del nuevo presidente.
Millones de inmigrantes esperan una regularización de su situación, y aun muchos millones más desearían establecer su vida en las fronteras de un país que ha sido sinónimo de futuro y trato con justicia y equidad. Más allá de las ideas infantiles de levantar paredes y muros entre naciones, los Estados Unidos han de marcar una línea clara que demuestre que el mundo no tiene por qué seguir dividido hasta los extremos del odio y el conflicto. También en esta materia el liderazgo de Barack Obama necesitará la guía de una prudencia y una sabiduría que sólo Dios puede otorgar.
La agenda del presidente incluye muchos otros temas, todos graves, todos urgentes, todos capaces de afectar personas y pueblos a una escala gigantesca. Tráfico de drogas, producción de armas, moralidad pública, equilibrio del sistema financiero, relaciones con China, India, Rusia… uno solo puede pedir luz, sabiduría y misericordia para ese ser humano, que sentado en su oficina oval de la Casa Blanca, a menudo experimentará sus límites y el enorme peso que ha llegado sobre sus hombros.
Oremos, oremos, oremos.