142.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
142.2. Tus oraciones son lo más precioso de ti. Tus pensamientos, aun los más brillantes a tus ojos, seguramente serán superados. Tus afectos, incluso los más hermosos, tendrán que ser purificados. En tu memoria hay recuerdo de muchas cosas que enmendar, y en tus proyectos hay tanto que corregir, porque no funcionará, como hay para depurar, porque no es grato a Dios. Por contraste, mira ahora la belleza y la simplicidad de una oración. Las oraciones son lo único tuyo que verdaderamente roza el Cielo.
142.3. Tus plegarias, te diré, son como saetas encendidas. Aprende a dirigirlas, según un doble sentido que quiero explicarte hoy. En primer lugar, apunta bien al corazón de Dios, manifiesto y expuesto en el Corazón abierto de Nuestro Señor Jesucristo Crucificado. En segundo lugar, apunta bien a las necesidades del mundo, de modo que tus dolores y miserias no suplanten lo que le duele a Jesucristo.
142.4. Vamos con lo primero: apunta bien al Corazón de Cristo. No cometas el error, tan frecuente hoy día, de inventarte a Dios. Él ha mostrado cómo es su amor, a quiénes se dirige en primer lugar, qué ardor le es propio y cuáles son sus efectos propios y primeros. No pierdas tiempo respondiendo estas preguntas desde lo que a ti te gustaría o lo que tú preferirías. ¡Vamos! ¿Habrá insensatez como esa de andar imaginándose a Dios? ¿Es Dios acaso un muñeco sin rostro o una bola de plastilina, para que el hombre la modele a su antojo? Todo ese tiempo que ibas a invertir en pensar cómo te gustaría que Dios fuera contigo o con el mundo empléalo en conocer cómo es que sí es Él, a través del testimonio de la Sagrada Escritura, y de las vidas y escritos de los bienaventurados. Te aseguro que vas a encontrar más de lo que buscabas.
142.5. Ahora vamos con lo segundo: extiende tu mirada a lo ancho de la tierra. Haz que palpiten en tus venas las angustias y las esperanzas de todos los hombres. Nada debe resultarte extraño, y sin embargo nada debe parecerte tan común que no merezca un afecto de tu alma.
142.6. Si los mercaderes de dulces, de juguetes o de computadores se solazan de conquistar el mundo, sea tu oficio contemplar con amor la faz de la tierra y meditar que la Sangre de tu Amado, vertida con fuego de amor, ya les pertenece a todos ellos, los hombres y mujeres de todas las latitudes, razas y lenguas.
142.7. Piensa lo que esto significa: un comerciante prepara con ilusión el viaje en el que va a ofrecer un producto que no va a entregar gratis, sino a precio del dinero y el esfuerzo de los clientes que adivina; ¡y tú tienes un regalo, el producto más grande, bello, útil y durable de todos! Toma ahora, en este momento, una cruz. Dile ahora estas palabras, a modo de dulce y enamorada oración:
142.8. Tú, entrañable tesoro de mi alma,
amable remembranza del sacrificio que me dio la vida,
expresión sublime de las riquezas de la misericordia,
y santuario de la piedad de Dios.
142.9. Tú, resumen elocuente
de la paciencia incalculable de Dios Padre;
memorial santísimo de las plegarias de Dios Hijo;
Ascua ardentísima del Fuego de Dios Espíritu Santo.
Tú, mástil que despliegas las banderas
de la gracia y la salvación;
relicario de confidencias entre aquel Hijo y aquella Madre;
baluarte de los creyentes,
tabla de salvación de los infieles arrepentidos,
martillo de los demonios,
Puerta del Cielo;
Cáliz primero de la Sangre Santa,
fruto de los azotes y zumo del amor inefable.
142.10. Tú, Cruz preciosa, Casa mía y Santuario mío,
Tú eres el anuncio más grande de los siglos.
Eres el Evangelio entero compendiado en dos vigorosos trazos,
capaces de unir Cielo y tierra,
y de abrazar a todos los hombres de todos los siglos.
142.11. ¡Oh Cruz! Brilla en favor de aquellos que fueron redimidos
por el ministerio amargo de tu dureza y por el amor incomparable
de Aquel que en ti reina,
ante cuyo imperio se postran las legiones de los Ángeles.
Brilla, brilla, Cruz de Cristo
hasta el último confín del Universo,
y que los ecos de esta alabanza se pronuncien en todas las lenguas,
para gloria del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
142.12. Procura que este sencillo elogio a honor de la Cruz se traduzca al mayor número posible de lenguas. Dios te ama; ¡su amor es eterno!