134.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
134.2. De tal modo sienten tus hermanos los hombres que los sabores son próximos a ellos, que el lenguaje del sabor es preferido para describir los sentimientos más profundos o que afectan más integralmente el curso de la existencia. Así oyes hablar de una niña que es muy “dulce,” de una situación “amarga” o de un sentido del humor “ácido.”
134.3. También la Escritura utiliza este lenguaje, cuando por ejemplo lees: «Una cosa he pedido a Yahveh, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh y cuidar de su Templo» (Sal 27,4). El Cantar es bastante explícito: «¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! Puro verdor es nuestro lecho» (Ct 1,16); «¡Qué hermosos tus amores, hermosa mía, novia! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos!» (Ct 4,10).
134.4. Pero así como hay sabores gratos o desagradables, que hablan de lo agradable y lo ingrato de la vida, así también hay momentos en que todo parece perder su sabor. Por eso Job se queja en el paroxismo de su tragedia: «¿Se come acaso lo insípido sin sal? En la clara del huevo ¿hay algún gusto?» (Job 6,6). En otro sentido, la dulzura incomparable del Cielo hace que el hombre de fe sienta insípida la tierra, como aquel que dijo: «¿Quién hay para mí en el Cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra» (Sal 73,25).
134.5. Hay que notar que resulta más difícil perseverar en el bien insípido que luchar contra el mal amargo. David fue un gran servidor de Dios, y cuando tuvo que batirse contra enemigos acérrimos salió vencedor, pero cuando Dios le dio paz y no tuvo que salir a enfrentar los males externos, «un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. Mandó David para informarse sobre la mujer y le dijeron: “Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías el hitita.” David envió gente que la trajese; llegó donde David y él se acostó con ella, cuando acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa» (2 Sam 11,2-4). ¡El gran caudillo y magnífico guerrero que había puesto en fuga a terribles adversarios, helo aquí vencido por su incapacidad de perseverar en el bien desabrido!
134.6. Y por cierto eso es lo más duro del desierto. Hay fieras en el desierto (2 Mac 5,27), pero lo duro no es luchar contra las fieras, sino conservar la mansedumbre, la humildad, la pureza y la perseverancia en toda obra buena. Los violentos ataques del mal en cierto modo invitan a afianzarse en el bien, como cuando un hombre es agredido y se le intenta quitar sus posesiones. Pero hay ese otro tipo de mal, soterrado y silencioso, que pretende agotar tu paciencia y hacerte desfallecer por inanición y hastío.
134.7. Fue lo que sucedió en aquel lugar donde quedó consignado: «Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos ni pan ni agua, y estamos cansados de ese manjar miserable” (Núm 21,5). Tiene su enseñanza lo que sigue en el texto santo: ya que el pueblo traicionaba la alianza si el bien les parecía insípido, «envió entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. El pueblo fue a decirle a Moisés: “Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes;” Moisés intercedió por el pueblo» (Núm 21,6-7). Fíjate: fue benevolencia divina hacer explícito el mal, pues entonces ya ves que el pueblo fue llamado a conversión, se arrepintió y volvió a la alianza.
134.8. Guárdate, pues, del mal que se ve, pero sobre todo ocúpate con tal amor y desinterés en el bien que no se ve, que tu alma viva de Aquel que sin ser visto es vida de los vivientes visibles e invisibles. Dios te ama; su amor es eterno.