El texto que sigue es de uno de los bloggers católicos más conocidos en lengua española, Francisco José Fernández de la Cigoña, que tiene su famoso blog: La Cigüeña de la Torre. Escribe prolijamente, como buen español, my por eos prefiero presentar aquí una selección de una interesante reflexión suya sobre lo que sucedió con la vida religiosa femenina. El crédito es completamente suyo pero todos los subrayados son míos.
Creyeron, o les hicieron creer, que, sin hábito, las monjas serían más cercanas a la gente, más atractivas ante posibles nuevas vocaciones. Y ocurrió todo lo contrario. Repelen. Y se comprende.
Hace unos días estuve en una primera misa de un joven sacerdote. La liturgia cuidadísima, la homilía un hermoso canto del sacerdocio, y lo que más llamaba la atención era la cantidad de jóvenes que acompañaban al misacantano. Muchos de sotana, el resto de clergyman. Después charlé con muchos en la casa donde al final del acto nos obsequiaron. Contagiaban alegría.
En la misa estaban delante de mí dos monjas. De esas que no llevan hábito pero se las reconoce a leguas. Y respondían a los dos modelos arquetípicos del género: la asténica y la pícnica. El pelo, corto y canoso. Unas blusas que no lleva nadie. Y unas faldas que tampoco. La gorda parecía una mesa camilla y sus piernas recordaban las de un elefante. Y yo pensé: no hay joven que quiera ser como eso. No dudo para nada de su vida de oración y de entrega. Puede ser que ejemplares. Pero atraer no atraían nada. Más bien repelían. Humanamente. El día anterior me había cruzado con dos hermanitas de la Cruz. Tal vez fueran mayores que las que comento, o más jóvenes, imposible saberlo. Las tocas ocultaban el pelo. El hábito la abundancia de carnes o la escasez de ellas. Eran otra cosa. Ciertamente mucho más atractiva.
También conozco a alguna otra que se pasa por el otro lado. Mucha peluquería, melenita rubia, trajes de marca. Pues pienso que para eso tampoco nadie se mete monja.
Cierto que concurren otras circunstancias. Importantes también. Hace años muchas desertaban del arado o del servicio doméstico. Lo que también explica que no haya sido mayor la debacle en las congregaciones femeninas. Muchos religiosos habían cursado estudios y tenían una salida más fácil. Entre las monjas era volver al pueblo, a casa de un hermano con cuñada. O a trabajos sin cualificación alguna en la ciudad. Y con escasísimas perspectivas de matrimonio dada la edad. Pues mejor seguir en el convento. Y cuanto más secularizadas, mejor. Más cómodo.
La secularización ambiente no propicia tampoco la vocación. Ni la desaparición de familias numerosas. Factores ciertamente muy importantes.
La vocación religiosa ya no es un medio de escapar del mundo rural, tan duro antes. Y en el que la gran mayoría de las familias eran muy católicas.
Después está la tremenda esterilidad del progresismo. Si hubo un tiempo que eso pudo cautivar a algunos jóvenes y, sobre todo, a no pocas que ya eran monjas, hoy ya no atrae a nadie. Hacerse monja para militar contra la Iglesia no se le ocurre ya ni al que asó la manteca. Para eso una se hace socialista.
Concluyo manifestando mi respeto a muchísimas monjas ejemplares. Fidelísimas a su carisma fundacional que viven ejemplarmente su entrega a Dios y a sus hermanos. E incluso a otras que se dejaron embaucar por lo que les dijeron era el anuncio de una nueva primavera. Serían más o menos necias pero muy bien intencionadas. Hoy comprueban que la primavera se ha ido y no saben como ha sido. Lo peor es que nunca llegó. Fue un engaño.
Y hay congregaciones maravillosas en la entrega y en la fidelidad: hermanitas de los Ancianos Desamparados, de los Pobres… que pese a todo ello están conociendo los rigores del invierno. Pidamos a Dios que cese pronto.
Quiero terminar con una nota de esperanza: Madre Teresa, carmelitas de la Madre Maravillas, Lerma, Sigena, Galapagar… Hay muchas jóvenes que quieren seguir a Cristo hoy. Todo les sonríe en el mundo y lo dejan todo por Él. La vida religiosa no muere. Aunque mueran una serie de congregaciones.