Fundamentos Bíblicos del Perdón:
(Jer 31,31-34; Is 55,6-9; Ex 34,6-7; Mt 6, 27-38; Lc 15,1-32)
Les invito a que veamos qué nos dice la Biblia sobre este tema fundamental del perdón. La Escritura, dijimos, es la cátedra desde la que el Señor nos enseña la ciencia del amor, de la misericordia y del perdón. El aprendizaje de esta ciencia dura toda la vida, pues en cualquier momento nos acecha la garra del odio, de la desesperación. En la tradición bíblica el perdón es una de las manifestaciones del amor de Dios, que se revela como misericordioso. Porque Él es amor es perdón y misericordia. De todos modos el pueblo elegido conoció el perdón porque lo recibió a manos llenas de su Dios y Señor, que le amaba hasta morir.
Para el pueblo de la alianza, el perdón de Dios es misericordia y esta es fruto de una experiencia amplia y riquísima. El pueblo sabe lo que es la misericordia porque la ha recibido del Señor. Siempre que fueron infieles pidieron la misericordia de Dios y siempre el Señor se apiadó de ellos. A medida que el pueblo fue haciendo su camino hacia Dios fue tomando conciencia de que El es un ser vivo, y su amor es misericordioso, gratuito y grande sobre manera. Al tratar de entender el perdón se llega hasta la misericordia, que tiene en la Biblia un contenido riquísimo, que Juan Pablo II expone en su carta encíclica “Dives in misericordia”, n. 4.
Antiguo Testamento: La Biblia presenta al hombre o al pueblo pecador como un deudor insolvente, al que Dios borra gratuitamente su deuda: “perdona el pecado de tu pueblo según tu gran misericordia” (Num 14,19). Y cada vez ese perdón es tan auténtico y eficaz que Dios no vuelve a recordarse de ese pecado, que queda destruido: “cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a recordarme” (Jer 31,33-34; Is 38,17; Hebr 10,17).
Los profetas piensan que Dios tendría derecho a dejar “estallar su cólera” ante la monstruosidad de los pecados de los hombres; pero, terminan reconociendo que el corazón de Dios no es como el del hombre (Is 55,6-9), que Él no quiere destruir: “mi pueblo se inclina a la apostasía; gritan pero nadie los levanta. ¿Cómo voy a abandonarte, Efraín, cómo voy a traicionarte, Israel? Mi corazón se revuelve dentro de mí, y todas mis entrañas se estremecen. No actuaré según el ardor de m ira, no destruiré a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; en medio de ti soy el Santo y no me gusta destruir” (Os 11,7-9).
El lenguaje corriente del AT identifica la misericordia con la compasión o el perdón. Pero el término misericordia es mucho más rico, pues se halla en la confluencia de dos corrientes: la compasión (rahanim) y la fidelidad (hesed). Rahanim expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno (1Ry 3,26), en las entrañas, o como decimos nosotros, en el corazón (Jer 31,20. Es la ternura de la madre. Este término introduce una connotación femenina, más maternal, pues viene de la raíz rehem, que significa seno materno. La revelación bíblica quiere hacernos comprender que entre Dios y el hombre existe el mismo lazo que une a una madre con su hijo. Este amor no se parece a ningún otro. Es exigencia del corazón mismo de Dios, una ternura gratuita llena de paciencia y comprensión maternales, siempre pronta a perdonar. Y Cristo es la encarnación, la epifanía visible de la misericordia del Padre.
El segundo término hebreo hesed significa también, misericordia. Designa piedad, relación que une a dos seres e implica fidelidad, que no es una bondad instintiva, sino consciente, voluntaria, incluso, es respuesta a un deber interior, fidelidad con uno mismo.
Las dos palabras tienen significados amplios y ricos que las biblias las traducen por misericordia, amor, ternura, fidelidad, piedad, compasión, clemencia, bondad y, hasta gracia. Esos significados expresan la riqueza y profundidad de la fidelidad de Dios para con su criatura, el hombre. Según esto la misericordia supera ampliamente el perdón y Dios, desde el principio hasta el fin manifiesta su ternura con ocasión de la miseria humana.
En el Sinaí Dios revela a Moisés el fondo de su ser, que es perdón hasta la misericordia. Su pueblo acaba de apostatar. Entonces, Dios proclama que sin hacer mella a su santidad, la misericordia divina triunfa siempre sobre el pecado: “Yahveh es un Dios de ternura y gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad, que mantiene su misericordia hasta la milésima generación, perdona las faltas, la rebeldía y los pecados, sin dejarlos impunes” (Ex 34,6-7). Su misericordia le hace aguardar con paciencia infinita. Tal es el ritmo que marcará las relaciones de Dios con su pueblo hasta la venida de su Hijo. El perdón es expresión de su mismo ser. El es fiel, pues no puede renegar de sí mismo. Y la misericordia es expresión de la fidelidad de Dios. Los frutos del amor maternal de Dios son el perdón, el deseo de restablecer al pecador en la alianza que su pecado ha roto, infundiéndole esperanza en su salvación.
Nuevo Testamento: En el Nuevo Testamento Jesús, con su vida y su palabra, nos reveló el rostro de Dios. En la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32), nos revela el ser del Padre, rico en perdón y misericordia. Nos pinta al Padre, vigilando el regreso del hijo pecador, y cuando lo descubre de lejos le tiembla el corazón y corre amorosamente a su encuentro.
Con esta parábola quiso Jesús revelarnos la verdadera imagen de Dios, infinito en misericordia para con el pecador. Por eso esta parábola es “la carta de identidad de Dios”, que el mismo Hijo de Dios nos entregó. En la lectura de la parábola va surgiendo poco a poco el rostro misericordioso y fascinante de un Dios incomprensible para el solo razonamiento humano. Jesús, al revelarnos al Padre, quería que nos encontráramos en cualquier momento con unos brazos que nos ciñen tiernamente, con el corazón misericordioso de nuestro Padre-Dios que nos cubre con su infinita ternura como lo haría la mejor de las madres.
Dos clases de pecadores: Al ver el comportamiento de los hijos de la parábola con su padre, vemos también el comportamiento del padre. La conducta de los hijos sirve únicamente para revelarnos el corazón del Padre. El hijo menor, despilfarrador, destructor de su herencia, se ha convertido en esclavo de cosas y placeres, ha encenegado su filiación; el mayor, cumplidor, fiel, pero carente de amor, duro con su hermano e indiferente con el Padre, no ha querido convertirse. Los pecados de uno y del otro hacen resplandecer más el amor y la misericordia del Padre.
Es tal el amor y la misericordia del Padre que, aún antes de que el pecador le pida el perdón ya se lo ha otorgado. El comportamiento del Padre expresa su perdón abundante. La ternura y misericordia del Padre para con su hijo pecador nos muestra a un Padre conmovido, que aún estando su hijo lejos, le continúa amando más fuertemente. Si el hijo dejó a su padre, se alejó de él, el amor misericordia del Padre no conoce lejanías. Sus sentimientos le hacen conmoverse tan hondamente y nos muestran el afecto materno de Dios, nos muestran a la madre que hay en el corazón de Dios. Su amor de madre lo hace totalmente vulnerable y siempre disponible a perdonar, a recibir al hijo perdido y al hijo indiferente y duro con Él. No podemos callarnos ante Dios que corre hacia nosotros para entregarnos su amor, su perdón, su misericordia. También el Padre, celestial, como el padre de la parábola se lanza con los brazos extendidos hacia nosotros, aunque no lo merezcamos. El Dios de Jesucristo es un Padre lleno de amor y misericordia con nosotros, especialmente con los pecadores.