La liberación de la candidata presidencial Ingrid Betancourt ha sido recibida con gozo en buena parte del mundo. ‘Gozo’ en cambio es una palabra muy pequeña para describir lo que sentimos muchos colombianos, a saber, los millones y millones que estamos cansados de que nuestro nombre se asocie invariablemente con una letanía de vergüenzas y males: tráfico de drogas, secuestro, violencia, paramilitarismo, corrupción. De repente, una noticia con cara de milagro–y así lo a considerado la misma Ingrid: sin disparar un solo tiro, los servicios de inteligencia del ejército colombiano han logrado infiltrarse en filas enemigas, engañar al adversario, y conducir, sanos y salvos, a 11 oficiales, 3 norteamericanos y a Ingrid, por supuesto.
Tendrían que sonrojarse las FARC, por tantas razones:
- Ha quedado demostrado, a la luz del júbilo en mi país, que las FARC no representan, ni mucho menos, la opinión pública. Su proyecto, que alguna vez pudo tener explicación como lucha por los derechos de los excluidos, hace rato cayó en las garras de la simple codicia y el uso de todo tipo de recursos sucios, empezndo por el secuestro de inocentes.
- Hace poco el gobierno francés envió una delegación humanitaria para mirar del estado de salud de la ilustre secuestrado, que tiene también la nacionalidad francesa, en razón de su matrimonio. La respuesta de las FARC fue el silencio, la altanería, de modo que una misión internacional y neutral tuvo que retirarse ante el capricho de los alzados en armas. ¿Son ellos los defensores de mi país? ¿Son ellos–esa clase de personas–los que nos van a enseñar qué es un país humano y justo para todos?
- Para mantener secuestrados a los tres norteamericanos, que cayeron en sus garras porque su avioneta se accidentó, las FARC aseguraron que esos extranjeros eran “espías de la CIA.” Jamás pudieron presentar una sola prueba.
¿Ahora qué sigue? Pasadas las justificadas celebraciones, creo que viene esto:
- Puede empeorarse la condición de los secuestrados que siguen en poder de las FARC. El odio y la incapacidad de reconocer que ya no representan a nadie de mi país pueden llevarlos a cometer locuras. Los milagros existen, y las fotos de Ingrid libre lo testifican, pero sin un milagro, lo que cabe esperar es muy amargo para esos pobres secuestrados, que se cuentan por centenares. Los obispos de Colombia se han pronunciado pidiendo respeto a la vida de ellos, y su inmediata liberación sin más condiciones.
- Las instituciones, y en particular, el Ejército de Colombia, han recibido con toda razón aplausos y parabienes de todos los estamentos. En principio, solo puede ser bueno que la gente sienta que cuenta con los organismos que existen precisamente en orden a preservar el bien común. Cuando los cauces propios de los países cumplen con sus funciones, cae por tierra cualquier intento de justificar el recurso a la violencia y pierde todo su atractivo la supuesta “revolución.”
- La escena política se complicará en un sentido y polarizará mucho más en otro. Por una parte, ya Ingrid dijo que sí quería algún día ser presidente de Colombia. Por otra parte, una segunda reelección de Uribe será la opción lógica para muchos en mi país. Lo cierto es que en la crisis de liderazgo que vive buena parte del mundo occidental es atípico encontrar que más del 80% de la gente de un país respalde la gestión de su presidente. Puede temerse que algunos temas, como el área de la salud, en los que ha habido tantas quejas contra Uribe, siguen siendo cenicientas.
- Hugo Chávez pierde una oportunidad de protagonismo internacional, una que él queria mucho: presentarse como el que trae la paz y marca un rumbo en Suramérica. Las FARC lo usaron y lo engañaron cuando el caso del niño Nicolás, nacido en cautivero, del cual dijeron que tenían en su poder, y que luego resultó que no. Así que el proyecto “bolivariano” chavista, con una iglesia de bolsillo a su estrado, se destiñe aceleradamente. Quizás al presidente venezolano le tocará de una buena vez dedicarse a lo que tiene que ajustar en su casa, que se cae a pedazos, antes de seguir redimiendo el mundo a gritos y con bravuconadas.
- De hecho, el socialismo de vieja guardia, ese que quiere mirar a Castro como un patriarca (¿y cuántos de los que así lo miran quisieran estar en los zapatos de los cubanos de a pie?), sale perdiendo notablemente con estos últimos acontecimientos. Ya Chávez había dicho a las FARC que dejaran las armas, y al decir esto, ya el “comandante” del vecino país renunciaba a los medios que dieron en la práctica el poder a Castro. Ahora ya pueden reunirse Chávez, de Venezuela; Ortega, de Nicaragua, Correa de Ecuador; Morales, de Bolivia–¿y tal vez Lugo, de Paraguay?–en una salita a recordar los días “dorados” del Ché. Su proyecto tendrá que ser reescrito: menos retórica, menos populismo, más sensatez, más resultados, más respeto.
- Parece evidente que en el caso de Ingrid, como en otros semejantes, es Dios quien ha dado fuerzas para sobrellevar la inhumanidad de seis años de cautiverio espantoso y humillante. El día de su liberación lo empezó Ingrid como solía hacerlo desde hacía un buen tiempo: rezando el Rosario. En una cultura que quiere que asociemos religión y violencia, he aquí que la oración ha abierto puertas, y han sido puertas de paz. Quede para el registro: el ministro de defensa, a punto de dar la orden para lograr la liberación de los rehenes, llamó por teléfono al presidente de la Conferencia Episcopal colombiana… a pedirle que orara.
- Un último pensamiento: las FARC no nacieron de la nada. Nacieron de la injusticia. Antes de que madurara la codicia de la que ahora dan constantes muestras, hasta traficar con seres humanos, ya existía la codicia que se expresa en salarios mal pagos, tierras mal distribuidas, desigualdad de oportunidades para millones de compatriotas. La verdadera y plena victoria sobre las FARC no consiste en quitarles los secuestrados, sino en hacer impensable e innecesario todo secuestro. Y también para ello hemos de orar, como oramos por Ingrid Betancourt y por los demás secuestrados.