Cierra los ojos. Respira despacio, profundamente. Inspira. Expira (varias veces).Toma conciencia de tu estado interior.
Visualiza a Jesús junto a ti. Oye su voz suave y amiga que te dice: “Estoy contigo. He venido para ayudarte y compartir todo contigo. Quiero darte mi visión de la vida, mi paz, mi libertad. Entrégame tus preocupaciones. Deja que pase tu estado de ánimo, tu irritación; yo te ayudaré a perdonar, y a empezar de nuevo. Confía en mí. Nada se ha perdido, pues yo lo cambio todo en gracia”.
Responde en tu corazón a la invitación de Jesús, deja en sus manos lo que el te pide. Descansa un rato inactivo y silencioso, arropado con su amor. Deja que su Espíritu vaya inundando tu espíritu. Di con Jeremías: “Me sedujiste, Señor, me sedujiste. Eres más fuerte que yo, y me pudiste”. Invita, también a san Juan de la Cruz y di con él: “quedéme y olvidéme/ el rostro recliné sobre el Amado,/ cesó todo y dejéme/ dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado./ (Noche oscura).
Ahora, toma conciencia de tu cuerpo. Mírale con amor y gratitud. Es obra de Dios; templo del Espíritu Santo. Identifícate con tu cuerpo. Gracias a él puedes establecer contactos enriquecedores, y realizar tantas cosas útiles. Por eso, precisamente está tu cuerpo fatigado, tenso, y necesita relajarse, descansar.
Fija tu atención en la frente: arrúgala y suéltala varias veces hasta quedar relajada.
Concéntrate en los ojos: aprieta y suelta los músculos varias veces; percibe la mano de Jesús –o de María- sobre ellos; siente evaporarse tu cansancio. Ofrece tus ojos a Jesús para que ningún mal pueda llegar a tu corazón a través de ellos; y para que Jesús pueda mirar y amar a través de ellos.
Ofrece al Señor tus oídos, y todos los ruidos y sonidos del ambiente n que vives o trabajas; todas las palabras y conversaciones que escuchas. Pide la Señor que use tus oídos para escuchar a los demás, como lo desea El. ¡Cuánto bien se puede hacer escuchando con amor! Presta atención al Señor por si desea susurrar una palabra a tu oído.
Consagra al Señor tu lengua y tus cuerdas vocales. Pídele sane toda herida y rectifique todo error, causados por tu lengua; ofrécele todas las tensiones, enfados y sentimientos negativos, fruto de discusiones y conversaciones. Tu paz y la de otros depende en gran parte de tu lengua. Dile de corazón: “Señor, haz de mi lengua un instrumento de alabanza, de paz, de armonía”.
Concentra tu atención en tu cerebro y sistema nervioso. Ofrece a Jesús tus tensiones, crispaciones, estrés, fatiga. Siente cómo El te arropa en su manto de luz, paz y amor.