¿Por qué fracasa la ‘educación’ sexual?

Angela MarulandaAngela Marulanda ha escrito recientemente para el periódico EL TIEMPO un artículo lleno de sensatez, que transcribo dando todo el crédito a esta eminente Educadora. Lo que sigue es suyo.

No creo en el éxito de ninguna iniciativa para solucionar un problema que se centre en atacar los efectos o los síntomas y no las causas del mismo. Mientras que las razones que dan lugar al aumento en los embarazos precoces, abortos y enfermedades de transmisión sexual entre los jóvenes sigan vigentes, cualquier medida que se tome para evitar tan solo sus resultados está condenada al fracaso. Y los programas o campañas ‘educativas’ cuya solución es ante todo informar a los jóvenes sobre sus derechos sexuales y sobre los métodos anticonceptivos a su disposición están orientadas a combatir los efectos de la promiscuidad sexual y no la razón de ser de tal conducta.

Un paso indispensable para solucionar este problema es preguntarnos ¿a qué se debe la iniciación temprana en la vida sexual y la promiscuidad entre los menores de edad? Algunas de las razones más evidentes en mi concepto son: la cultura mediática en que están inmersos, que por todos los medios los bombardea con imágenes y mensajes de sexo explícito y desligado del amor, convenciéndolos de que su capacidad sexual es sólo un instinto incontrolable del que pueden gozar cuando quieran y con quien quieran; la inmensa necesidad que tienen muchos de sentirse “amados” por alguien, como consecuencia de la soledad tan patética en que viven y que los anima a aceptar a la intimidad sexual para retener a quien dice amarlos; el imperioso deseo de muchas jóvenes de tener un hijo porque lo ven como la única opción para sentirse necesitadas por alguien que las ame más que a nadie; la presión interna (de sus hormonas) y externa (de sus amigos) a que están hoy sometidos los adolescentes al crecer en un ambiente en que “todos lo hacen”; la falta de una formación ética y moral cimentada en el respeto a la vida que ha sido suplantada por una filosofía centrada en “gozar la vida” a como dé lugar, gracias a lo cual se hacen más esfuerzos por enseñarle a los jóvenes cómo tener relaciones sexuales que cómo no tenerlas.

Todo apunta a que lo que necesitan las nuevas generaciones para protegerse de los problemas que les pueden acarrear sus relaciones sexuales prematuras o promiscuas es, entre otras, crecer rodeados de una cultura mediática más sana y decente que les ayude a integrar el sexo con la belleza del amor cultivado a la luz del respeto y la fidelidad; crecer en hogares en que los acojan sus padres y no sólo aparatos que los desconecten de su dolorosa soledad; tener límites consistentes que fortalezcan el desarrollo del autocontrol que les urgen para poder dominarse y no ser dominados por sus instintos; contar con padres que los orienten y les den un ejemplo impecable de la conducta sexual que quieren ver en ellos; y recibir una educación que no les informe ante todo cómo evitar la vida, sino cómo respetar su capacidad de gestarla.

Todo lo que tiene el potencial para ser la experiencia más exquisita y maravillosa de la vida, también lo tiene para ser la más desastrosa. Optar por soluciones facilistas y pragmáticas que prevengan ante todo las consecuencias de un problema tan profundo y serio como es la actividad sexual indiscriminada de muchos menores de edad es desconocer a trascendencia y poder de la sexualidad humana, esa capacidad que nos permite crear una vida y que también puede llevarnos a acabar con la vida.

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