87.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
87.2. Siempre me encontrarás dispuesto a enseñarte, si tú siempre llegas dispuesto a aprender de mí. De hecho, uno de los grandes males de la Iglesia estriba en que sus predicadores, sacerdotes, obispos o misioneros pierden la maravillosa facultad de aprender. Se olvidan de las palabras de Cristo, cuando se refirió al trigo y la cizaña que crecen juntos (cf. Mt 13,30). Él no dijo que el trigo iba a crecer en medio de una cizaña pasmada o raquítica. La cizaña crece cada día, y por eso el trigo está llamado a crecer cada día.
87.3. Es algo que tú has podido comprobar muchas veces: la maravillosa estrategia evangelizadora que ayer en la tarde dio preciosos frutos hoy por la mañana fue poco más que inútil. Los ejemplos que hace una semana conmovieron hasta las lágrimas tal vez mañana no sirvan de mucho.

Represión de los Sentimientos
86.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Expresión de los Sentimientos
85.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El modo en que nos movemos, las posturas que adoptamos, los gestos, la forma de respirar, etc, afectan fuertemente nuestro estado anímico. Te invito a que descubras las claves para mantener elevado tu estado anímico.
Les invito a continuar nuestra reflexión sobre los sentimientos. Cualquier acontecimiento puede ser ocasión de emociones, por ejemplo, la vista de un relámpago, de un paisaje maravilloso, una fiera suelta, oír el rugido de una tempestad, de un león, los insultos de un adversario; experimentar la muerte de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, el recuerdo vivo de una humillación. Todo lo anterior puede dar pie al temor, a la ira, a la tristeza, al dolor, al gozo. Del mismo modo, la presencia de una persona querida, sus palabras de aliento, sus regalos serán ocasión de amor, de alegría, de seguridad.
83.2. En el tumulto de todas las voces se oye la voz de Dios. Dicho mejor aún: Dios hace que todas las voces hablen su voz; es como la voz que, construida desde todas las voces, colma de sentido cuanto ellas no alcanzan a decir. Es lo que sugiere la Sagrada Escritura varias veces cuando te habla del vigor divino. Por ejemplo, aquello de Isaías: «Porque así me ha dicho Yahveh: Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca: tal será el descenso de Yahveh Sebaot para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina» (Is 31,4). Hay gente —y entre ellos varias veces te he contado a ti—, que tiene una visión cobarde y simple del poder de Dios, como si Él no pudiera o no quisiera obrar cuando llega la confusión o cuando el terror se levanta; como si Él para reinar tuviera que estar sujeto a algunas condiciones externas o ajenas a su voluntad. ¡No es así! ¡Él, y sólo Él es Soberano!