La Ecología es la ciencia que mira a los seres vivos en relación con su entorno y por ello mismo en la complejidad de sus mutuas relaciones. Es una ciencia con nombre hermoso porque la raíz “eco” viene del griego “oikos” que quiere decir “casa;” es la misma raíz que está en la palabra “economía.” Según eso, la ecología quiere que conozcamos nuestra “casa común,” que en cierto sentido es este planeta Tierra, y en otro sentido se confunde con el universo, con el cosmos mismo.
Surgimiento de la Conciencia Ecológica
El surgimiento de la ecología hasta las primeras planas de los diarios no sucede por causas tan hermosas, sin embargo. El siglo XIX inició la llamada Revolución Industrial, de la cual podemos decir que no se ha detenido. Las máquinas de vapor, o más tarde, de los derivados del petróleo, el uso extenso de la electricidad y el fenómeno imparable del urbanismo han afectado no sólo nuestras vidas sino el presente y el futuro de la vida en el planeta. Los primeros usuarios de los vehículos de gasolina tenían demasiadas cosas de qué preocuparse para darse cuenta de que sus aparatos estaban también produciendo contaminación. Con una población motorizada de millones y millones de personas aglomeradas en espacios relativamente pequeños, pronto esta contaminación se hizo visible. Ciudades como Londres o Chicago se hicieron famosas por su “smog,” neologismo para designar una niebla (fog) que viene del humo (smoke) de nuestras máquinas. El smog fue una de las primeras señales de que no todo iba bien con el avance acelerado de la industrialización.
Y pronto llegaron otras señales de desastre: las especies extintas o en vías de extinción, el avance de los desiertos, los desastres nucleares como Chernobyl, la polución a veces irreversible de ríos y canales, el mal manejo de basuras y desechos industriales, la deforestación acelerada, el avance del cáncer y también de daños genéticos en animales y personas… Todo ello fue revelando el rostro oscuro y preocupante del avance de la industrialización; todo ello hizo que la ecología dejara de ser una afición romántica o técnica y empezara a ser del interés de todos. Lo más grave, en efecto, está en que es muy fácil dañar la vida, porque la vida es frágil, pero es muy difícil corregir o restaurar lo que se daña.
Surgió así una conciencia progresiva sobre el impacto de la mano humana en el planeta que es casa de todos. Los datos más recientes solamente han mostrado más la seriedad de la situación porque parece innegable que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) vinculadas a la actividad humana están produciendo un aumento continuo en el promedio de temperatura en todo el mundo. Este calentamiento global, que se mide en la escala de unos dos o tres grados centígrados por siglo podría parecer despreciable a primera vista, pero sus consecuencias son gigantescas. Pagando un precio muy elevado estamos aprendiendo que, por ejemplo, la ferocidad y frecuencia de los huracanes tienen que ver con esta clase de promedios pues ellos inciden directamente en los depósitos de aire caliente sobre la superficie del Caribe.
Cuando hablamos de uno o dos grados estamos hablando de esa cifra como un hecho sostenido, que por lo tanto afecta las corrientes de convección en la atmósfera y la capacidad disipatoria del sistema como tal. Una comparación puede servir: medio grado centígrado parece poca cosa, pero cuando una persona tiene fiebre de sólo medio grado centígrado eso afecta todo su metabolismo, su manera de procesar la energía. El efecto es devastador al cabo de unas horas: agotamiento, descompensación, deshidratación, etc. La ecología en este sentido nos obliga a mirar al medio ambiente de un modo notoriamente unificado, casi como si se tratara de un solo ser vivo al que no le puede dar “fiebre.”
La Iglesia ante los retos de la Ecología
la Iglesia Católica no ha sido indiferente a estos análisis que, aunque provienen del mundo de la ciencia especializada, nos afectan a todos los seres humanos, y en realidad a toda la vida como la conocemos sobre esta Tierra. Relativamente pronto un buen número de autores creyentes han encontrado conexiones profundas entre las inquietudes ecológicas y los contenidos de nuestra fe. Ello ha sucedido en tres líneas principalmente.
En primer lugar, si la Creación es obra de Dios, ningún creyente puede quedarse impasible ante la destrucción de lo que Dios ha hecho. En cada flor, en cada galaxia, en cada animalito hay un mensaje de sabiduría, de poder y de amor, que viene de Dios. Perder una especie, o peor aún, colaborar en su extinción, es como cerrar los ojos a las maravillas del Señor. Es algo equivalente a la ingratitud y la sordera. Por el contrario, como lo testificó sobre todo San Francisco de Asís, la contemplación respetuosa y amorosa de la Naturaleza es un camino real de encuentro con el Señor.
En segundo lugar, el libro del Génesis nos habla de cómo Dios encarga la creación al cuidado del Hombre. El ser humano, cada uno en particular y todos como familia de Dios, tenemos no el encargo de saquear a la naturaleza, como quien desocupa una cantera, sino de cuidarla, como quien cultiva un jardín. Tal es la visión bíblica. No es difícil ver las implicaciones que esto tiene en relación con algunos conceptos modernos como “desarrollo sostenible” o planeación urbana.
En tercer lugar, detrás de los desastres ecológicos hay siempre seres humanos afectados, y siempre los más afectados son los más pobres. La búsqueda de un mundo más apto para la vida coincide en buena parte con la búsqueda de una sociedad más abierta a la justicia. De hecho, cada “pecado” ecológico puede ser descrito en términos de una injusticia cometida contra la casa de todos. El que tiene la mentalidad de saquear a la naturaleza no parece que cambie de mentalidad cuando trata con seres humanos: en ambos casos priman el egoísmo, la miopía, el utilitarismo a corto plazo.
Por estas y parecidas razones es evidente que quienes creemos en Cristo como Señor de todo lo creado tenemos buenas razones para comprender el lenguaje de la ecología y para apoyar, a nuestra propia forma, la causa de los ecologistas. Sobre esto, sin embargo, hay que añadir algunas precisiones.
Ambigüedades del Movimiento Ecológico
La ecología es una cosa y el uso que algunos quieren hacer de ella es otra cosa. Mientras que las perspectivas básicas de la ecología y sus propuestas fundamentales son no sólo razonables sino perfectamente compatibles con nuestra fe, uno no debe pensar que eso justifica o “canoniza” todo lo que venga bajo el rótulo de lo ecologista, o también lo “orgánico,” lo “natural” o lo “verde.” Recordemos que con alguna frecuencia las mismas personas que se horrorizan de que mueran focas no se espantan de que se aborten niños. Pasa lamentablemente que muchos quieren oponer los derechos de la madre, bajo el título de “derechos reproductivos de la mujer,” contra los derechos del niño no-nacido; y en el contexto de tal oposición consideran que ser de izquierda, políticamente hablando, ser ecologista y ser feminista a ultranza, va todo junto. En realidad ese es un coctel mal diseñado, que sólo superficialmente aparenta unidad.
Dicho de otro modo: hay ecologistas y ecologistas, y uno no debe suponer que todo aquel que habla con ternura o con emoción sobre la naturaleza es en realidad un aliado del bien común real de la humanidad y de la creación misma. Como cristianos debemos recordar siempre que san Pablo vinculó el bien de la creación a la manifestación de los hijos de Dios (Romanos 8,19-21). Hay algo muy profundo ahí: si amamos la naturaleza, no la idolatramos, pues ningún bien es superior al bien humano, y ningún bien humano es permanente y profundo si no tiene raíz en el bien de la redención.
Otra cosa a tener en cuenta en el diálogo con los ecologistas es qué clase de medidas se quieren implantar. No faltan los que quieren ligar todos los males a la sobrepoblación humana y por eso son muchos ya los que opinan que los “primeros auxilios” para el planeta Tierra incluyen controles drásticos de las tasas de reproducción. Un paso más, y estaremos hablando de esterilizaciones masivas, que de hecho han sucedido ya.
Finalmente, no podemos cerrar los ojos ante un hecho: muchos tratan a las teorías y propuestas ecológicas como si se tratara de una religión, muy al estilo de la llamada Nueva Era (New Age). La razón es que, como la ecología busca conexiones entre seres vivos, hay gente que habla del planeta como de un solo ser vivo, y no están pensando en una metáfora. Luego dan otro paso: así como la vida “material” está tan interconectada, entonces, según ellos, toda vida debe estarlo, y eso implica la vida “espiritual.” Por supuesto, como su concepto de espíritu es bastante confuso, ahí cabe por ejemplo decir cosas como que “en el fondo yo soy Dios, y tú eres Dios y todo es Dios.” Semejante panteísmo es insostenible racionalmente y sobre todo es contrario e incompatible con nuestra fe.
Federico Nietzsche, uno de los pensadores más anticristianos de la Historia, dio como consigna a sus seguidores: “Permaneced fieles a la tierra.” Con este lema Nietzsche quería que su gente no anhelara ni esperara un “cielo,” sino que buscara todas sus preguntas y respuestas en el reino de lo visible y lo “natural.” La suya fue una guerra contra lo “sobrenatural” porque lo único que debía estar “libre” era el “super-hombre.” No deja de existir el riesgo de que muchos ecologistas se conviertan en fieles devotos del principio nietzscheano, pues se puede llegar a un punto en que el cosmos y su armonía se vuelven tan importantes que en sus altares resulta que hay que matar a todos… desde fetos humanos hasta Dios mismo.
Resumen
No podemos llamarnos a engaño en dos cosas: (1) Necesitamos activar más y mejor nuestra conciencia ecológica. (2) Necesitamos no dejarnos confundir por la retórica ambigua que lamentablemente usan muchos ecologistas.
Frente a la naturaleza, a la que hemos herido con nuestras irresponsabilidades, necesitamos amor pero también sabiduría. De lo que se trata finalmente es de la realización del plan de Dios, que tiene su culminación en Cristo, pues “todo fue creado por Él y para Él.” (Colosenses 1,16).
Salud.os…
Salud es una de los mejores indicadores de éxito en nuestra existencia y si pensamos en conglomerados y Ecosistemas, entramos en el campo estadístico, mediante el cual establecemos las proporciones adecuadas y decidimos sobre aquellas poblaciones menos favorecidas, para un tratamiento particular.
La salud es algo dinámico y está en función del cuidado y precauciones al enfrentar cualquier actividad. Ciertamente la Vulnerabilidad es baja por ejemplo ante los parásitos cuando se adopta de manera cauta una actitud ‘incluyente’ más que tolerante, de un impulso hacia la vida incluso de las denominadas ‘plagas’ o ‘malezas’. Así, la cultura del exterminio con herbicidas, fungicidas, insecticidas etc, al menos para mí, atenta generalmente contra nuestro ‘espacio vital’ o ambiente.
p.d. Federico N. … ah valiosos aportes para su época. No solo tuvo desaciertos. GRACIAS.