El reverendo Ian Paisley, jefe del Partido Unionista Democrático (DUP, por su sigla en inglés) y Martin McGuinness, senador del partido republicano Sinn Fein, hasta hace poco enemigos irreconciliables, son ahora Primer Ministro y Vice Primer Ministro en el gobierno de Irlanda del Norte, con sede en Belfast. La gente habla de poco menos que un milagro.
Hay razones para expresarse así. La larga historia de conflictos de intereses y de mutua violencia cubre siglos de la historia de esta isla y se traduce en una cifra dolorosa: 3.500 muertos. Los buenos oficios de Tony Blair, de parte del Reino Unido, y Bertie Ahern, del lado de la República de Irlanda, con sede de gobierno en Dublín, han facilitado el proceso de desarme del Ejército Republicano Irlandés (Irish Republican Army, IRA), han ayudado a recuperar terreno común para el diálogo, y han podido celebrar juntos, esta semana, junto a Paisley y McGuinness, el histórico hito: un gobierno de poder compartido promete tiempos de paz y desarrollo para Irlanda del Norte.
Ya en otra ocasión me he referido a este proceso de paz, que tomó su impulso decisivo con el acuerdo del Viernes Santo (10 de Abril de 1998). A la vista de que lo que parecía imposible está sucediendo ante nuestros ojos, la pregunta que muchos nos hacemos es qué puede aprenderse de estos eventos memorables y hasta donde parece, muy felices.
El periódico EL TIEMPO, de Colombia, menciona como enseñanzas:
- No hay conflictos interminables: todos tienen un final.
- El camino de la paz no es corto ni recto y exige imaginación y paciencia; pero hay un camino.
- Sólo la política es capaz de producir acuerdos y soluciones; pero, al mismo tiempo, debe demostrar su poder y eficacia.
- Es preciso dialogar con todas las partes.
- Hay que crear confianza entre esas partes y dar credibilidad pública al proceso.
- A menudo resulta importante la ayuda de terceros países.
Yo quisiera destacar sobre todo la dimensión internacional de los procesos de paz. Es algo que tal vez no resulta obvio a primera vista porque las razones de los conflictos locales suelen ser bastante localizadas ellas mismas. Sin embargo, las premisas son claras:
- Los grupos humanos que se dedican a la violencia por sí misma o que aplican la violencia para defender solamente a sus miembros crean más enemigos de los que son capaces de batir. Por eso todo grupo en conflicto necesita una base de justificación ideológica y tienen que presentarse como embajador de los intereses de una población más amplia.
- Esto quiere decir que el primer antídoto contra la violencia es velar por el mejoramiento continuo de las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad. Los grupos desatendidos o maltratados están solamente esperando que alguien los lidere en la reivindicación de sus derchos lesionados.
- Corresponde, pues, al Estado legitimar su propia existencia y la viabilidad de la ley a través de la inversión en la agenda social. El mensaje más fuerte contra la violencia es que la paz es un buen negocio.
- La justificación ideológica tiene dimensiones teóricas, históricas e incluso filosóficas pero desde el punto de vista de los procesos de paz, la justificación de una causa sólo subsiste en la medida en que tiene acceso libre y bidireccional a la opinión pública, expresada de varios modos: uso de los medios de comunicación, publicación de material propio, recurso a demostraciones públicas, incidencia en la Academia, sea tradicional u ocasional.
- Es aquí donde lo internacional se vuelve decisivo. En la medida en que los recursos mediáticos se vuelven globales, la justificación ideológica necesita un posicionamiento global, pues los medios de comunicación locales no entrarán en contradicción con las voces vigorosas de los medios multinacionales.
Las dos tareas grandes, entonces, cuando de superar violencia endémica se trata, son: (1) Generar justicia social; (2) Generar una corriente de información que haga sentir a la gente que sabe qué gana y qué pierde con cada opción. Sobre esa doble base, el Estado legítimamente constituido tendrá también que utilizar los recursos de control y de fuerza que minimicen los actos aislados de terrorismo. Pero esto va sólo en tercer lugar.
No se piense, sin embargo, que la “corriente de información” a que aludo será más efectiva si es más emocional. El gran contraejemplo es Iraq: centenares de cadáveres reventados en las calles de Bagdad no logran deslegitimar las carnicerías de Shiítas o Shuníes. La información que termina siendo relevante es aquella que logra que la gente vea las contradicciones de la propuesta de cada grupo violento. Esta clase de información no suele ser lo suficientemente poderosa como para lograr que un militante convencido deserte de sus propósitos incendiarios pero sí tiene poder para impedir que el hijo de ese militante, o su vecino, o su alumno le crea.
Dicho de otro modo, muchas de estas batallas de la paz se ganan por sustracción de materia: quítale a un movimiento su próxima generación, la que iba a relevarlo, y lo habrás extinguido en dos o tres décadas. ¿Parece muy lento? Salvo milagros, no conozco algo más ágil, ni siquiera en el caso del octogenario Ian Paisley.