Con fecha del 26 de Noviembre de 2006, pero sólo hecha pública recientemente, la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) emitió una Notificación sobre las obras del P. Jon Sobrino, SJ. No se trata de una censura en sentido estricto, pues “la Congregación no pretende juzgar las intenciones subjetivas del Autor, pero tiene el deber de llamar la atención acerca de ciertas proposiciones que no están en conformidad con la doctrina de la Iglesia.” Estas proposiciones, como es sabido y como están en el texto emitido por la CDF, se refieren a:
1) los presupuestos metodológicos enunciados por el Autor, en los que funda su reflexión teológica, 2) la divinidad de Jesucristo, 3) la encarnación del Hijo de Dios, 4) la relación entre Jesucristo y el Reino de Dios, 5) la autoconciencia de Jesucristo y 6) el valor salvífico de su muerte.
A la Notificación la acompaña una Nota Explicativa que elabora un poco más algunos elementos sobre el lugar de los pobres en la Iglesia, y algunas cuestiones de método teológico.
Se podía anticipar qué reacciones producirían documentos de esta naturaleza. Quiero empezar por reseñar algunas porque creo que ayudan a conocer qué se puede aprender de estos hechos.
1. En favor de Sobrino
Para la mayor parte de los teólogos de corte progresista, y para una proporción considerable de quienes han practicado la Teología de la Liberación (TL) en América Latina, este es un episodio más de opresión y autoritarismo. Es el caso de Redes Cristianas de España:
Desde Roma se está dando la sensación de que la tarea del teólogo se reduce exclusivamente a repetir la “doctrina segura” de la Iglesia que, a su modo de ver, se identifica con la lectura acrítica de las Sagradas Escrituras (como si para nada hubieran servido los géneros literarios y los métodos histórico-críticos aplicados en el último siglo a la hermenéutica de ambos Testamentos), los Santos Padres, los Concilios y Sínodos, los documentos de los Papas, etc. No podemos estar de acuerdo con esta visión alicorta de la teología. Necesitamos, y hoy más que nunca, teólogos que, aunque puedan equivocarse, intenten interpretar los signos de los tiempos, las nuevas experiencias de los cristianos, abrir caminos, apuntar a la utopía, mantener la esperanza. La repetición sin creatividad empobrece el espíritu y convierte al Dios de Jesús en un ser mudo que está de vacaciones desde que inspiró, por última vez, el Apocalipsis de San Juan. Nosotros seguimos creyendo que el Dios de Jesús “es un Dios de vivos y no de muertos” (Mateo 22,32).
No es difícil encontrar otros textos semejantes, sin que falte la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII; todos ellos son escritos desde este lado del Atlántico, y desde el Primer Mundo.
Del otro lado, de mi América Latina, no han faltado otras voces en la misma línea, empezando por un dominico, Frey Betto:
Hoy es un día triste para mí. Me duele en lo profundo de mi corazón, en la médula de mi fe cristiana. El papa Benedicto 16, en vísperas de su primer viaje a América Latina, ha tenido un gesto que imprime un regusto amargo a todas las bienvenidas: condenó al teólogo jesuita Jon Sobrino, de El Salvador.
El obispo Pedro Casaldáliga levanta su voz de poeta:
Yo le he escrito a Jon Sobrino, recordándole que somos millones los que lo acompañamos y es, sobre todo, Jesús de Nazaret quien lo acompaña. Le recordaba a Jon aquella décima que escribí a raíz del martirio de sus compañeros de la UCA: “Ya sois la verdad en cruz / y la ciencia en profecía, / y es total la compañía, / compañeros de Jesús”. Por tu santa culpa, le decía a Jon, muchos estamos oyendo, traspasada de actualidad, la pregunta decisiva de Jesús: “Y vosotros ¿quién decís que soy?” Porque es al verdadero Jesús a quien queremos seguir.
Desde El Salvador escribe Larry José Madrigal Rajo, uno de los discípulos del teólogo notificado:
Esta notificación es intencionada y muy política: en la recta final para la conferencia del episcopado latinoamericano en Aparecida, donde se intenta retomar la tradición de acompañamiento y lectura de la realidad de la Iglesia latinoamericana, se lanza al desprestigio mediático a uno de nuestros más lúcidos y fieles teólogos, pionero de la Teología de la Liberación, que no por ampliada y reformulada, resulta innecesaria o superada por la realidad de pobreza y marginación del continente. Aquí en El Salvador, no han faltado voces seculares, partidarias, gubernamentales y hasta episcopales, en periódicos, blogs y emisiones televisivas, congratulándose por “la condena al padre Sobrino” y haciendo una en bloque contra todos las voces críticas.
2. Habla Jon Sobrino
El único documento público del que yo tenga noticia, en el que Sobrino se refiera a estos hechos, es la carta que escribió a su superior general, P. Hans Kolvenbach, con fecha 13 de marzo de 2007. En ella carta explica por qué no puede adherirse sin reservas a las correcciones y clarificaciones del documento de la CDF, a la vez que anuncia que “en un breve texto posterior expondré mi reacción ante la notificatio, pues, como usted dice, lo normal es que la noticia aparezca en los medios y que los colegas de la teología esperen una palabra mía.”
Se trata de una epístola extensa que es accesible en Internet, de modo que no parece indispensable transcribirla sino sólo destacar algunos pasajes.
La carta tiene cuatro partes, bajo los títulos: La razón fundamental; 30 años de relaciones con la jerarquía; Las críticas a mi teología del teólogo Joseph Ratzinger; Problemas de fondo importantes.
La razón fundamental para no adherirse a lo dicho por la CDF es esta:
Un buen número de teólogos han leído mis dos libros antes de que fuese publicado el texto de la Congregación de la fe de 2004. Varios de ellos leyeron también el texto de la Congregación. Su juicio unánime es que en mis dos libros no hay nada que no sea compatible con la fe de la Iglesia. [Texto destacado por el autor] […] Esta es la primera y fundamental razón para no suscribir la notificatio: “no me siento representado en absoluto en el juicio global de la notificatio”. Por ello no me parece honrado suscribirla. Y además, sería una falta de respeto a los teólogos mencionados.
Con respecto a sus relaciones con la jerarquía, Sobrino afirma:
Formulo mi segunda razón para no adherirme. Tiene que ver menos directamente con los documentos de la Congregación de la fe, y más con el modo de proceder del Vaticano en lo últimos 20 ó 30 años. En esos años, muchos teólogos y teólogas, gente buena, con limitaciones por supuesto, con amor a Jesucristo y a la Iglesia, y con gran amor a los pobres, han sido perseguidos inmisericordemente. […] Han intentado descabezar, a veces con malas artes, a la CLAR, y a miles de religiosas y religiosos de inmensa generosidad, lo que es más doloroso por la humildad de muchos de ellos. Y sobre todo, han hecho lo posible para que desaparezcan las comunidades de base, los pequeños, los privilegiados de Dios… Adherirme a la notificatio, que expresa en buena parte esa campaña y ese modo de proceder, muchas veces claramente injusto, contra tanta gente buena, siento que sería avalarlo. No quiero pecar de arrogancia, pero no creo que ayudaría a la causa de los pobres de Jesús y de la iglesia de los pobres.
En la parte del diálogo teológico con J. Ratzinger dice esto:
Este tema me parece importante para comprender dónde estamos, aunque no es una razón para no suscribir la notificatio. […] Creo que el cardenal Ratzinger, en 1984, no entendió a cabalidad la teología de la liberación, ni parece haber aceptado las reflexiones críticas de Juan Luis Segundo, Teología de la liberación. Respuesta al cardenal Ratzinger, Madrid, 1985, y de I. Ellacuría, “Estudio teológico-pastoral de la Instrucción sobre algunos aspecto de ‘la teología de la liberación’”, Revista Latinoamericana de Teología 2 (1984) 145-178. Personalmente creo que hasta el día de hoy le es difícil comprenderla.
En cuanto a los problemas de fondo, creo que deben subrayarse:
1. Los pobres como lugar de hacer teología. Es un problema de epistemología teológica, exigido o al menos sugerido por la Escritura. Personalmente, no dudo de que desde los pobres se ve mejor la realidad y se comprende mejor la revelación de Dios.
2. El misterio de Cristo siempre nos desborda. Mantengo como fundamental el que sea sacramento de Dios, presencia de Dios en nuestro mundo. Y mantengo como igualmente fundamental el que sea un ser humano e histórico concreto. El docetismo me parece que sigue siendo el mayor peligro de nuestra fe.
3. La relacionalidad constitutiva de Jesús con el reino de Dios. En las palabras más sencillas posibles, éste es un mundo como Dios lo quiere, en el que haya justicia y paz, respeto y dignidad, y en el que los pobres estén en el centro de interés de los creyentes y de las iglesias. Igualmente, la relacionalidad constitutiva de Jesús con un Dios que es Padre, en quien confía totalmente, y en un Padre que es Dios ante quien se pone en total disponibilidad.
4. Jesús es hijo de Dios, la palabra hecha sarx. Y en ello veo el misterio central de la fe: la transcendencia se ha hecho transdescendencia para llegar a ser condescendencia.
5. Jesús trae la salvación definitiva, la verdad y el amor de Dios. La hace presente a través de su vida, praxis, denuncia profética y anuncio utópico, cruz y resurrección. Y Puebla, remitiéndose a Mt 25, afirma Cristo “ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres” (n. 196). Ubi pauperes ibi Christus.
3. Los que quieren que Sobrino cambie su posición
Por supuesto, la Notificación misma es ante todo eso: un llamado de atención, una manera de decir: “Esto debes cambiar.” Pero esa voz oficial no está sola; otras van en el mismo sentido. Así por ejemplo, en primer lugar, el Arzobispo de San Salvador, Mons. Fernando Sáenz Lacalle, quien, en conferencia de prensa
informó que la Congregación de la Doctrina de la Fe ha notificado a Sobrino la prohibición de que imparta clases en cualquier centro católico “mientras no revise sus conclusiones, es un punto fundamental de nuestra fe la divinidad de Jesucristo, que verdaderamente es hijo de Dios hecho hombre”.
Esta cita la he tomado del informativo 20 Minutos, que también añade que
el arzobispo manifestó: “yo le pido al Señor por el padre Jon Sobrino para que sea dócil a las enseñanzas de la Iglesia y que revise sus conclusiones”.
No todos han tomado las cosas en esa dimensión. Jeff Mirus, presidente del influyente website Catholic Culture afirma:
Uno pensaría que ellos se van a cansar de los mismos viejos clichés pero no es así. Los teólogos de la liberación en América Latina parece que no logran que entre en sus cabezas que los hechos gemelos de la pobreza y la injusticia no cambian sino que confirman la importancia del mensaje cristiano. La clave es: no uses los problemas sociales para cambiar la fe sino usa la fe para cambiar los problemas sociales. [Traducción mía]
También en lengua española hay quien piensa que la Notificación debería haber sido más contundente. Así por ejemplo, Luis Fernando Pérez enfatiza en su blog:
De todos los errores y/o presuntos errores, en mi opinión el más grave, de lejos, es el que aparece en el siguiente texto de Sobrino:
“Digamos desde el principio que el Jesús histórico no interpretó su muerte de manera salvífica, según los modelos soteriólogicos que, después, elaboró el Nuevo Testamento: sacrificio expiatorio, satisfacción vicaria […]. En otras palabras, no hay datos para pensar que Jesús otorgara un sentido absoluto trascendente a su propia muerte, como hizo después el Nuevo Testamento” (Jesucristo, 261)
A mí eso me parece una barbaridad de tal calibre que, por sí sola y ante una negativa pertinaz del autor a rectificar, merecería una condena más firme, pero maestros y pastores tiene la Iglesia que saben más que un servidor. Del resto de puntos rebatidos, la mayoría son, matizados por la propia visión de Sobrino, fruto de la “gloriosa” exégesis moderna que tanto le debe a ese muerto viviente y estéril llamado protestantismo liberal.
El mismo autor ve mucho de mito en aquello de la “Iglesia de Base”:
Una de las cosas que más tienden a reivindicar aquellos que han hecho de su catolicismo un ejercicio intensivo de disidencia contra el magisterio de la Iglesia, es su condición de ser la iglesia de base. Por un lado está la jerarquía, llena de señores desconectados con la realidad y el evangelio, y por otro ellos, auténtica voz profética del Espíritu Santo para la Iglesia post-conciliar. Y cada vez que la jerarquía osa, fíjense ustedes, recordar la doctrina y la moral de la Iglesia, esa “iglesia de base” asoma por todas partes para soltar un discurso crítico, que lleva siendo el mismo desde hace ya unas cuantas décadas.
Cerremos este apartado con una nota interesante del Forum Libertas sobre la manera como algunos medios han querido presentar la Notificación del Vaticano como una sanción que convertiría a Sobrino en una especie de mártir:
El portavoz en Roma de la Compañía de Jesús, José María de Vera, confirmó a la agencia EFE que no se sancionará a Jon Sobrino. De Vera explicó que se seguirán las indicaciones de la Santa sede, que a pesar de criticar dos de sus obras evitó sancionar al teólogo de la liberación. El portavoz de los jesuitas añadió que los rumores sobre posibles condenas al jesuita, como la publicada por EL PAÍS, son tan sólo “meras especulaciones”.
4. Qué podemos aprender: un balance personal
Pienso que Jon Sobrino tiene razón en sentir que el centro de su mensaje no está siendo escuchado ni recibido. Su gran insistencia no es el tema de la pobreza sino la pobreza como “lugar teológico.” El tema de la pobreza, o la realidad o el hecho de que hay personas viviendo en condiciones que desdicen de la dignidad humana, es algo que siempre ha estado en la mente de la Iglesia. La preocupación por el hecho de que hay injusticia y pobreza, cuando se reflexiona desde la teología, termina produciendo algo como la venerable Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Como lo dijo Mirus en el artículo citado más arriba, uno puede y debe usar su fe para cambiar los hechos deshumanizados y deshumanizantes de la pobreza. Pero Sobrino no ha escrito miles de páginas para decir eso. No se trata de ver qué hacemos para vencer la pobreza sino qué bienes trae la pobreza, o mejor: qué bienes traen los pobres, cuando son vistos en la Iglesia no sólo ocmo sujetos pasivos de una acción benevolente sino como presencia palpitante de Cristo mismo, en el espíritu de Mateo 25: “lo que hicisteis a ellos a mí me lo hicisteis.” Si Cristo está en los pobres, ahí podemos servirlo, como hizo la Madre Teresa de Calcuta, pero también: si Cristo, el Señor, el Maestro, está en los pobres, hay mucho que podemos aprender y recibir de ellos.
Esta idea fundamental, que comparten Sobrino y los principales exponentes de la TL, no ha sido en realidad apreciada, ni agradecida ni aplicada lo suficiente. De lo que se trata es de cómo hacer teología y también de qué significa ser Iglesia. No se trata de estudiar qué se hace con la pobreza sino cómo la pobreza cambia nuestra manera de estudiar. No en el sentido de cuáles son los temas pertinentes cuando uno está rodeado de pobreza, ni en el sentido de qué ideas ganan o pierden fuerza cuando uno vive en medio de la opresión sino en el sentido de cómo cambia uno mismo, y qué pasa en la Iglesia cuando mucha gente experimenta ese clase de cambio.
El punto no es sociológico ni económico, aunque la pobreza esté relacionada con la economía y las demás realidades sociales. El punto es “epistemológico,” o sea, relativo al modo como llegamos a conocer lo que conocemos; en este caso, dentro de la teología. De ahí la insistencia en dos expresiones frecuentes en la TL: el “lugar” y el “desde dónde.” La TL ha enfatizado consistentemente en el hecho de que la teología no es solamente un cuerpo de conceptos enlazados por proposiciones que se conectan. La teología pertenece a la vida de la Iglesia, y como tal, depende de esa vida, a la vez que la alimenta. Ahora bien, toda vida es concreta, es situada, es específica. Sobrino quiere que la teología descubra su rostro más auténtico descubriendo el lugar en que brotaron las afirmaciones bíblicas fundamentales. Ese lugar son los pobres.
No es una idolatría del pobre por ser pobre: es la conciencia de que los enemigos de los pobres son enemigos también de la verdad del evangelio. El que no tiene entrañas para recibir al necesitado no tiene un corazón para acoger a Dios. El que no puede aprender nada del necesitado no tiene oídos para escuchar a Dios. Y recíprocamente: el poder, el lujo, la sensación de ser “el centro,” o también: el deseo de controlarlo todo, son cosas que destruyen la capacidad de decir la verdad de Dios.
Suele llamarse “ortopraxis” el hecho de que la verdad “de la vida” quede ligada a la verdad “de la teología” y ambas quieran encontrar su hogar natural entre los humildes, los postergados y los pobres es algo muy característico de la verdadera TL, y es algo que muchos reconocen como virtud genuina en Jon Sobrino como cristiano, maestro y sacerdote.
Como se puede ver, la pobreza y los pobres son aquí una espiritualidad, una perspectiva que lo impregna todo, un criterio de validación de la vida cristiana y del estado de salud de la Iglesia. Pobreza y pobres no son aquí un tema “para resolver,” no son un subcapítulo dentro del capítulo de la Doctrina Social, no son una oportunidad para que algunos ricos hagan algunas obras de caridad. La pobreza y los pobres son aquí una referencia continua a lo más puro y esencial del modo de amar de Cristo, que especialmente en la Cruz “nos enriqueció con su pobreza” (2 Corintios 8,9).
Pienso que esta base fundamental no ha sido comprendida ni valorada por la CDF. El lenguaje de la CDF es todavía el lenguaje de: “Sí… tenemos que preocuparnos siempre por los pobres, porque es un escándalo tanta desigualdad en el mundo…” Eso es cierto, pero lo propio de la propuesta de la TL no es eso; no se limita a eso.