57.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
57.2. Cuando tus pies den sus pasos, que tu vida avance. Los movimientos de tu cuerpo, en cuanto son expresión de tu voluntad, no son indiferentes a la vida espiritual o vida interior. Nuestro Señor Jesucristo reveló su ser y lo comunicó a través de la verdad de su cuerpo santísimo.
57.3. La forma de tu cuerpo no es un accidente ni el resultado anónimo de fuerzas impersonales, sino la expresión primera, ante ti mismo y ante los demás, de una voluntad que te antecede, la voluntad de Dios. Esto indicó de modo poético el Libro Santo. Por cierto, allí donde lees «Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo» (Gén 2,7), nota que la atención suele fijarse en lo del “polvo,” cuando lo más importante está en “formó”: Dios formó, Dios le dio su forma al hombre, así como le dio también su “aliento” (Gén 2,7): una participación en su propia vida.
57.4. Si Dios te “formó,” tu forma —en lo que ves y en lo que sólo la ciencia te puede descubrir poco a poco— es una expresión del querer divino, en el doble sentido de lo que Él quiso y de lo que Él quiso. Él quiso “algo,” y ese algo lo tienes tan cerca como está tu cuerpo de ti. Pero áun más profundamente, Él “quiso,” fue su querer, una expresión entonces de su poder, de su misericordia y sobre todo de su amor.
57.5. El cuerpo, pues, tu cuerpo, es amor de Dios hecho visible, no al modo estático de una pintura, sino como un cuadro de armonías que al desarrollarse va declarando en cada gesto y movimiento algo de Dios. Y aunque es verdad que en cuanto seres materiales quedáis condicionados al tiempo y al espacio, a la generación y la corrupción, y a tantas otras cosas, ello no es obstáculo para que Dios se muestre, porque tiene su propia grandeza eso de expresar tanto con tan poco.
57.6. El cuerpo, tu cuerpo, es un lenguaje silencioso pero intensamente elocuente que necesitas aprender en su ortografía, gramática y sintaxis. Antes de tal aprendizaje, sin embargo, es necesario que te colmes de gratitud a tu Creador, de modo que puedas amarte, y específicamente amar tu cuerpo con la serena alegría con que Dios vio a Adán y descubrió en ese niño un destello de su propia bondad (Gén 1,26.31).
57.7. En esto fallan algunos de tus hermanos, cuando cultivan la belleza y la salud como fines en sí mismos, o sólo como instrumentos para otros bienes efímeros, como son el aprecio de los demás o el placer sensitivo. El resultado de esta búsqueda idolátrica son seres monstruosos que tienen aspecto de armonía y corazón de fiera; su sonrisa atrae no para acoger sino para atrapar, y su encanto seduce para la muerte, no para el amor verdadero.
57.8. Vuelve tú los ojos a tu Creador. Agradécele cómo te ha hecho y sobre todo con qué amor ha querido crearte. Pídele ser una expresión propia y clara de su amor. Y trata con respeto y veneración tu cuerpo, porque Dios fue el primero que lo tocó, y al tocarlo lo bendijo.
57.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.