Ayer explotó un artefacto de regular capacidad en las oficinas centrales de PayPal, en San José, California. No hay víctimas ni por el momento se sabe qué pretendían los autores de ese atentado, aparte de algunos daños materiales. El departamente de bomberos dice que no recibió ningún aviso previo y Paypal no ha hecho ninguna declaración pública, ni tampoco la ha hecho eBay, la compañía que desde hace algunos meses adquirió a PayPal. La pregunta es si estamos ante un hecho aislado o si detrás de él empieza a asomar una fuerza, o la primera rebelión frente al poder transnacional de la alta tecnología.
PayPal reporta más de 100 millones de usuarios y es uno de las compañías más fuertes y reputables en el manejo de dineros online. Para muchas personas y empresas actúa como un banco mundial para el que las fronteras nacionales no importan mucho y a veces simplemente no importan nada.
El mundo que conocemos es un mapa político en que la nacionalidad resulta evidente y como obvia. De niños aprendemos a mirar un mapa y a asociarnos con unas líneas, las fronteras, para poder decir: “Yo pertenezco aquí.” Es interesante caer en la cuenta que para millones y millones de seres humanos a lo largo de la historia, la primera asociación de pertenencia no ha sido el concepto geográfico de “nación,” que es comparativamente reciente, sino otras cosas: la familia, el clan, la tribu, la región, el idioma, la religión.
Uno se da cuenta de lo reciente del concepto de nación cuando habla con un escocés. ¿Escocia es un país? Sí y no. Algunos lo llaman “país constitutivo” y otros “región” del Reino Unido. Su Jefe de Estado es la Reina Británica, en este caso, Isabel II. Tiene un parlamento, que por supuesto puede legislar, pero que no es soberano, porque el parlamento británico (que sesiona en Westminster, Londres) podría deshacer cualquier ley hecha por los escoceces. Algo parecido sucede con el poder ejecutivo que se llama simplemente “Scottish Executive,” con un primer ministro que tiene libertad de acción dentro de los complejos términos definidos en el Acuerdo de 1998. Para hacer más complejas las cosas, 59 escoceses, elegidos por sus compatriotas, forman parte de la Cámara Baja del parlamento británico, aunque desde 1999 ninguno tiene derecho a la Cámara de los Lores, algo así como el senado británico. Según todo esto, un escocés pertenece al país o región de Escocia, y a Gran Bretaña (que incluye al país de Gales) y al Reino Unido (que incluye otras entidades y regiones).
Ese conjunto abigarrado de legislación y de pertenencias que se traslapan es un poderoso indicador de la complejidad de la historia que ha dado a luz a la Escocia que conocemos. Nada hace suponer que la versión actual vaya a ser la última. En esto no hay palabras definitivas y en épocas tan recientes como hace diez años, un número considerable de escoceses miraban su propia futuro sólo el términos de una independencia total o casi total de Inglaterra, en continuidad de espíritu con las guerras de finales del siglo XIII y comienzos del XIV, la época de la famosa historia época de Corazón Valiente (Brave Heart).
Mi punto es que, si el concepto de nación es más moldeable de lo que pensamos, y si finalmente tiene que responder a la manera como los distintos grupos humanos se perciben a sí mismos, es posible, e incluso forzoso, que con el arribo de nuevos ingredientes cambien esas formas de autopercepción. Pues bien, un “nuevo ingrediente” es la combinación de tecnología avanzada, capital gigantesco y avance “viral.” Cuando millones de personas están dispuestas a ver el mundo de la manera que alguien se lo quiere presentar–y esa es sólo una de las aristas de la tecnología–ese “alguien” tiene una nueva forma de poder para el cual los poderes tradicionales están solo medianamente preparados.
Los grandes centros de donde fluye la innovación tecnológica se asemejan en varios aspectos a naciones que tienen sus propias reglas. Después de entrar en el país “Google,” previsa autenticación (equivalente a visa/pasaporte) el feliz viajero o habitante goza de un mundo distinto, como lo muestran algunas colecciones de fotos. Fuera de sus (geográficamente limitadas) fronteras los privilegios no desaparecen. Hace tiempo que los países tienen acuerdas de visas de trabajo que simplifican por mil la vida de los que quieren emigrar a otros lugares bajo la protección de estas trasnacionales. Las fronteras, pues, no existen para la élite que tiene pasaporte “Google” o “eBay” o algún otro de esos grandes.
Las cosas podrían ir más lejos: hay publicado un Manual para Ciberactivistas Políticos y en reciente conferencia al partido conservador británico, Eric Schmidt, CEO de Google, afirmó cosas como:
Una generación de políticos que surgió a través de las campañas publicitarias en televisión, ahora dependerá de un electorado plenamente habituado a Internet.
Si uno ve surgir todo ese poder; si una compañía como Google, para seguir con el ejemplo, puede pagar 1.650 millones de dólares para adquirir otra empresa (Youtube); y si todo ello tiene tentáculos a todas las áreas de la vida, incluyendo el poder público, no hay que dudarlo más: estamos ante un nuevo tipo de imperio. Es posible que la bomba contra PayPal pase a la historia como la primera rebelión contra ese nuevo poder.