Una encuesta reciente muestra que la mayor parte de los hombres que pagan para tener sexo tienen de hecho una pareja estable, con la que tienen relaciones. No son solitarios mendigando compañía sino hombres en busca de nuevas experiencias o incapaces de sobrellevar la distancia física que les separa de su pareja. Lo que me llama la atención es que tener pareja no les “resuelve” el tema de su sexualidad o su hambre de placer.
Algo parecido resulta de alguna anécdota que me comentaba una amiga. Iba de paseo largo, de esos que se estilan en el mundo de los jóvenes primer-mundistas, con abundancia de trenes, lugares, paisajes y hoteles. A menudo, según se estila por aquí, él y ella compartían habitación, porque para eso se supone que se quieren. Pero ella decidió que no era buena idea seguir teniendo relaciones con él porque varias veces lo encontró buscando pornografía en Internet. La tenía a ella, pero, como los hombres de aquella encuesta, necesitaba un estímulo fuerte, o más exótico.
Para otros ese estímulo “exótico” proviene de turismo sexual con niños o viene de experimentos en “swinging” (intercambio de parejas) o con hombres operados para lograr cuerpos de mujer (transexuales). En Irlanda se ha publicado un estudio que muestra el porcentaje de hombres casados que viajan a Asia (Tailandia es un destino preferido) para buscar esa clase de aventuras. Todos ellos o la inmensa mayoría duermen todos los días al lado de su esposa. Son casados.
Todo esto ilustra que una cosa es el desahogo sexual, eso que se hace por deseo de un placer intensísimo, como quien busca una droga, y otra cosa es el matrimonio, como alianza estable fundada en el amor y el respeto.
El desahogo sexual lo buscan o pueden buscarlo todo tipo de personas, incluyendo solteros (y sacerdotes), viudos, homosexuales, heterosexuales, casados, separados, en fin, toda la gama imaginable. Si una persona quiere por encima de todo sentir a la máxima potencia posible, lo que necesita y lo que va a buscar no es un matrimonio. Una persona que quiere sexo en su expresión más fuerte no resuelve ni puede resolver lo suyo con un matrimonio o dentro de su matrimonio. El matrimonio tiene como uno de sus ingredientes, por lo menos de modo ordinario, una vida sexual compartida. Pero si lo que se quiere es sexo “hardcore” o “exótico,” el matrimonio no es una fórmula que funcione, y los ejemplos citados lo muestran bien.
Estas reflexiones pueden servir para situar con realismo el lenguaje que queremos usar al referirnos a los problemas sexuales del clero. Cada vez que se destapa un escándalo la reacción esperada incluye un reclamo por el celibato de los curas. Es falta de realismo y de agudeza hablar así. El hombre que busca niños los seguirá buscando incluso si duerme con una esposa que lo ama y que de hecho le ha engendrado unos cuantos hijos.
Yo exijo que no se mire al matrimonio como una “solución” a los problemas sexuales. Una mujer no es una terapia para pederastas. Una mujer no es un desahogo para hacer experimentos. Una mujer no es un juguete animado de fantasías aprendidas en cualquier sitio porno. Una mujer es un santuario, una fuente de vida, una compañía digna y una compañera maravillosa para aquel que sabe ser eso también para ella. Decirle a un hombre con la mente recalentada de fantasías: “Ahí tiene esa mujer” es no entender nada de lo que es una mujer, de lo que es un hombre y de lo que es un matrimonio.
Las verdaderas soluciones, pues, hay que buscarlas en otras fuentes. En el fondo es un asunto de liberación de la esclavitud. Un puede ser esclavo de ese placer como puede serlo de cualquier otro placer. El asunto no es cambiarle el color a la cadena sino romperla.
Es importante la valoración que se hace de la mujer y del matrimonio como una exigencia, pero también es necesario tener en cuenta que si la Iglesia es la Esposa de Cristo,y Madre para todo el que quiera acercarse a ella; y portadora del Espíritu Santo,se reconoce, por estas mismas razones, profundamente expresada en lo femenino, entonces no debería permanecer cautiva en la concepción degradante de la mujer.
Jesús es el modelo tanto para los hombres como para las mujeres, su Espíritu anima a todos: hombres y mujeres; tanto los unos como las otras tiene su perfecto modelo en Cristo
En la mujer subyacen muchos valores y virtudes como la delicadeza, la sensibilidad, ternura, calor humano, amistad, belleza, pero con frecuencia estas cualidades se desprecian o se dejan perder por miedo a lo femenino.
Existe en los seres humanos las dos fascetas: femenina y masculina; pero mientras se incentiva a la mujer a tener virtudes varoniles, a ser fuerte, no se estimula en el hombre los rasgos femeninos.
Me he refrido principalmente a la Iglesia, pero esto vale también vale para toda la sociedad.
Oye, Nelson, me gusta lo que dices. Es posible que para muchos hombres su mujer sea poco más que la “prostituta diaria a la que no tengo que pagar pero me sirve para desfogarme”.
La esposa es mucho más que un cuerpo disponible para el esposo en la cama, y viceversa.
Cuando se “cosifica” al cónyuge, cuando la relación sexual no es fruto del amor sino de una mera necesidad fisiológica, algo sagrado se rompe