Hay una especie de revivir del ateísmo activo en los medios científicos. Páginas web de extraordinaria penetración como Digg o Reddit publican de manera rutinaria y frecuente artículos en que la fe es tratada como algo ridículo, dañino o inútil.
La verdad es que en ese tipo de sitios web, que cuentan por cientos de miles sus suscriptores diarios, la libertad de pensamiento tiene curiosos requisitos bajo la forma de acuerdos tácitos: por ejemplo, en términos de política, está mandado ser Demócratas, o por lo menos, criticar a Bush en todo.
En esas mismas páginas web uno puede recorrer diez o incluso más de las páginas de búsqueda bajo el título “evolución” sin encontrar un sólo artículo o enlace que cuestione la teoría de la evolución. Cuestionar que las mutaciones al azar y los errores de copia en el ADN son suficientes como explicación de la variedad, adaptabilidad y sorprendente progreso de las especies vivas en este planeta es grave “herejía” y sólo merece castigo. Esto significa que para un número muy grande de personas muy inteligentes y muy preparadas en ciencia nada, sino la sola acción del puro azar, puede decirse sobre el “mecanismo” de la evolución, pues cualquier cosa que se añada, como por ejemplo decir que hay una “dirección” en el proceso evolutivo, sería tachado de “creacionismo” redivivo.
El panorama se complica un poco más por los ingredientes ajenos a la ciencia que entran en juego. La teoría es que la ciencia, como ocupación humana, debería ser un modelo de desinterés, en el sentido de permanecer imparcial frente a los resultados y guiarse sólo por la búsqueda de la verdad. La realidad es muy otra por supuesto. Para mencionar un primer factor de bulto, la investigación científica requiere cuantiosas y continuas inversiones, y por lo mismo requiere un canal suficientemente abierto de comunicación bidireccional con el gobierno, con la empresa privada y con los medios de comunicación. Fallar en esto es quedarse sin recursos y por lo tanto sin ciencia.
Luego está la relación entre investigación científica y educación oficial. Es claro en Estados Unidos que la discusión sobre la evolución no es un asunto relegado a los especialistas: los burócratas de la educación (y las grandes editoriales muy cerca de ellos), las asociaciones de padres de familia, los líderes religiosos y un grupo muy visible de pensadores escépticos o ateos están de hecho enzarzados en una polémica que no tiene nada de la tranquilidad y el método cerebral propios de la ciencia.
Reconozco que en toda esa discusión multidimensional me siento perdido a veces. El cuadro me hace recordar en algo una escena del siglo quinto, cuando las discusiones de alta teología se volcaron a la calle y todo el mundo se sentía en el derecho y deber de opinar sobre si podía llamarse o no a la Virgen María “Madre de Dios.” El parecido es que también aquí una cuestión en sí misma muy abstracta se sale de su cauce y se desborda hacia los salones de clase, las salas de las casas, las oficinas del gobierno, las páginas de los periódicos. Pienso que un fenómeno social de esta magnitud debe estar tocando fibras muy profundas de nuestro autocomprensión como seres humanos o como habitantes de lo que se llama laxamente “Occidente.”
Dicho con otras palabras, la alternativa es: o reconocer que hay un propósito, un “diseño,” en el universo, o considerar cuanto existe como un proceso automático, autocontenido y autogobernado. Aunque no todos los que sostienen la primera posibilidad creen en un Dios personal, todos los que creen en un Dios personal optarían por ella. Y aunque no todos los de la segunda posibilidad son ateos, prácticamente todos los ateos tiene que suscribir esta segunda opción. Si ese análisis es correcto, bien parece que Nietzsche y los suyos no han terminado de matar debidamente a Dios.
Los dioses arrinconados
Sea de ello lo que fuere, nada nos exime de estudiar el tema en sí mismo. Optar por alguna de las posibilidades de la alternativa tiene tremendas consecuencias pero no parece sano que sean esas consecuencias las que lo guíen a uno en su opción. Ningún diálogo serio va a surgir si cada quien trata de decir lo que dice sólo para que no se le diga lo que no quiere oír. Como creyente estoy obligado, lo mismo que todos los demás seres humanos, a preguntarme si es razonable hablar de un diseño o propósito en lo que veo.
Existe, en efecto, la posibilidad de que las convicciones religiosas previas lo lleven a uno a querer asegurar, a cualquier precio, que la divinidad sí tiene un sitio. Gente de otros tiempos quiso asegurar algo así diciendo que los dioses eran inmediatamente responsables de cuanto aconteciera en las tormentas o los terremotos. El poder impresionante de los relámpagos sólo podía venir de un dios, ¿o no? En realidad, no, y descubrirlo hizo avanzar al conocimiento científico y a la vez desplazó a los dioses de sus escaños en las nubes.
Este mismo proceso se ha repetido muchas veces. Vino a resultar cada vez más que lo que atribuíamos a Dios podía ser explicado a satisfacción con un grupo creciente pero no ilimitado de bien demostradas leyes científicas. No es ilógico preguntar si el término de ese proceso es sencillamente que no hay tales dioses y que lo único que hay son leyes y materia gobernada por leyes. Tal es, por supuesto, la convicción de los ateos contemporáneos nuestros. Para ellos la religión puede jubilarse en paz, o ser sepultada sin mayor ceremonia, pues ya todos sus servicios han pasado a otros departamentos de la actividad humana. Entre los que piensan así, algunos, como Richard Dawkins, manifiestan ya impaciencia porque ese funeral, el funeral de los dioses y sus cultos, no se completa pronto, cosa que según su parecer haría que la Humanidad avanzara con mayor agilidad, justicia y alegría hacia su futuro.
Por supuesto, esta postura atea no tiene todo resuelto. Para sus partidarios es claro que la ciencia es un cuerpo siempre incompleto de conocimientos. Su idea, sin embargo, es que la manera de completarlos no es introduciendo las fábulas de la superstición o de la religión, que para efectos prácticos les parecen equivalentes. Lo único que puede completar a la ciencia es más y mejor ciencia, y no otro lenguaje, venga de la metafísica filosófica o de la religiosidad devota.
Positivismo, versión siglo XXI
¿En qué se diferencia esta perspectiva de lo propuesto por el positivismo del siglo XIX? De nuevo parecen repetirse los planteamientos de Comte: Punto primero, una Humanidad que camina hacia la luz verdadera, que se supone que es la de la ciencia. Punto segundo, todo lo que precedió a la ciencia (entiéndase: la filosofía y la religión) era preparatorio y provisional, y está ya desueto.
Yo diría que este nuevo embate ateísta, del que estoy seguro oiremos con creciente frecuencia en el siglo recién empezado, ciertamente empalma con los proyectos del positivismo o del neo-positivismo pero a la vez, tiene sus notas propias, sobre todo en tres áreas: una teoría más elaborada del lenguaje (memes de Dawkins, gramática generativa de Chomsky), una postura cosmológica más amplia (Darwin aplicado al cosmos entero y al proceso del universo como tal) y un nuevo conjunto de recursos tecnológicos (especialmente Internet y la “democratización” del conocimiento, tipo Wikipedia).
Del lado de los creyentes no parece haber una estrategia única de respuesta. Mucha gente ignora a los ateos tanto como ellos quieren ignorar a Dios. Otros ven el fenómeno como desafortunado pero marginal y distante. Otros creen que la respuesta es luchar en el terreno de lo legal, asegurando ante todo que las leyes civiles concuerden con la visión cristiana del hombre y la sociedad. Otros, en fin, piensan que después de todo es posible que la racionalidad no sea una aliada en todo esto y su postura sería más bien limitarse a ser buenos ciudadanos y dar algún testimonio cristiano en la relación persona a persona, con énfasis en lo existencial y emocional.
Una aproximación sociológica
Es difícil decir si en términos estadísticos el lugar de la religión en la sociedad cambiará a escala global a causa de esta avanzada del ateísmo. Lo que parece más probable es que Occidente seguirá durante unos cuantos años o décadas el actual proceso hacia el secularismo radical y la irrelevancia de la religión. La tendencia parece más o menos clara en Europa y en gran parte de los sectores con educación de tercer nivel en los Estados Unidos.
Es posible incluso que este hecho produzca un falso optimismo en los propagandistas de un mundo sin Dios. A un cierto punto casi podrán declarar que por fin la Humanidad está atreviéndose a asumir el experimento de dejar de lado la religión. Esta afirmación, sin embargo, puede que sea desmentida fácilmente de varias maneras. Ante todo, porque el poder, la religión y la riqueza, más que crearse o destruirse, pasan de una nación a otra, como lo muestra bien la Historia.
Además, está el hecho de que la religión no parece desaparecer ni siquiera bajo intensa presión. Si persigues a los creyentes, se aferran a su credo; si los dejas libres, lo anuncian a otros. Aunque esto no quiere decir que no se pueda eliminar a Dios de la escena pública. Es sólo que se requiere una combinación difícil e inestable. De hecho, lo único que yo veo eficaz para desterrar el pensamiento religioso en un Dios personal, dentro de una proporción muy alta de la población, es el coctel que vemos que Occidente “desarrollado” (o Primer Mundo) bebe a grandes sorbos:
- Sistema legal y judicial altamente fiable dentro de un marco ético que funciona por consenso;
- Prosperidad material sobre la base de buena seguridad social;
- Tratamiento de lo religioso sólo dentro del contexto de la Historia o de la “vida privada;”
- Visión pragmática de la existencia, centrada en el individuo y en el manejo de sus dependencias y adicciones;
- “Narcisismo social” en el uso de los medios de comunicación, de modo que el sistema se realimente desde dentro.
Si alguna de esas variables falla, la religión vuelve a entrar con vigor. Por ejemplo, si todo se da pero en un país no hay justicia, los estados de injusticia prolongada hacen que los que no se sienten oídos en esta tierra quieran saberse oídos en los cielos. O si se dan todos estos factores pero la gente tiene una aspiración a la trascendencia que va más allá del pragmatismo, pronto empieza a hacer experimentos con lo sobrenatural. O también: si están todos estos ingredientes pero no hay prosperidad material o seguridad hacia el futuro, los débiles pronto buscarán a Dios.
Esto es lo que hace particularmente interesante el caso de países como Canadá o los Estados Unidos. Su ser mismo es inmigración, y el inmigrante es por definición el que no cuenta fácil y prontamente con el punto segundo de nuestra lista. Por eso cada oleada de inmigrantes es una bocanada de fe y de religión para EEUU, de modo que, por lo menos en la Iglesia Católica, un número proporcionalmente creciente de personas prefieren asistir a la Misa en español, el lenguaje de su país de origen. Si esto es correcto, parece que lo que estaremos viendo en EEUU es un país que se seculariza aceleradamente en buena parte de su cúspide intelectual pero que se recristianiza ampliamente en su base inmigratoria. Creo que los obispos de ese país son bien conscientes del hecho.
A escala más amplia, uno ve que los cinco puntos del coctel para olvidar a Dios no pueden darse a escala global entre otras cosas porque el sistema económico que conocemos depende de poner a circular mucho más las materias primas, los productos y el dinero, que las personas (sin perder de vista los fenómenos migratorios masivos de nuestro tiempo). Nuestro sistema económico mundial depende de la expansión de la pasividad y el consumo, mientras que la producción se hace lucrativa a través de la concentración de los talentos, el capital y los recursos en ciertos puntos (no necesariamente los mismos para las tres cosas). La expansión geográfica del consumo y la concentración geográfica de la producción sólo pueden subsistir si las personas están de diversas maneras limitadas en su propia movilidad. A escala “macro” esto no es otra cosa que la división entre “Norte” y “Sur.” Es claro que un sistema así no puede generar prosperidad en todas partes y por ello mismo no puede repartir su coctel de ateísmo en todo el mundo. Más bien lo que se puede predecir desde esta teoría es lo que de hecho vemos: desplazamiento de la religión a nuevas áreas del planeta.
Claro que hay otra posibilidad, u otro coctel si se quiere. Podemos quitar al “individuo” de la ecuación e imaginar un mundo en que la gente es atea simplemente porque desconoce su dignidad de trascendencia y se disuelve sin más en lo social, como engranaje anónimo de la producción económica, por ejemplo. Es un poco lo que vemos en China.
Como experimento de ateísmo a gran escala este otro brebaje “funciona” pero sólo en la medida en que las personas permanezcan en esa ignorancia, para lo cual se requiere un altísimo control estatal y en particular un durísimo control de fronteras. En un mundo interconectado, por un lado, y con una tasa de emigración tan alta como la que China tiene, por otro lado, este experimento tampoco puede funcionar de manera global. Aquí en Irlanda, por ejemplo, los chinos que llegan no son cristianos, obviamente, pero tampoco tienen prejuicios fuertes contra el cristianismo: está en el ser humano la disposición a oír palabras como las que trae la Escritura: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único…”
Todas estas especulaciones hacen suponer que, desde un punto de vista estrictamente estadístico y sociológico, no parece probable una explosión desmesurada de ateísmo a escala global. Pero ello, digámoslo otra vez, no nos exime de estudiar las cuestiones que estos ateos de última hora ponen como irrebatibles al razonar sobre la supuesta irracionalidad de lo religioso. Y así haremos, con el favor de Dios.