[Escribe Dom Ambrosio Southey, ex Abad General de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia. Texto remitido por el P. Angel Villasmil, O.P.]
Hay una razón por la que quisiera hablar de la Lectio. Hoy día un número considerable de monjes y monjas están interesados en las técnicas orientales, como el yoga, el zen, la meditación trascendental. Estos métodos pueden ser útiles para conseguir cierta calma y tranquilidad interior, si se les usa como se debe. Pero, no puedo menos de pensar que si se entendiese y practicase mejor la lectio en la Orden, veríamos que no tenemos necesidad de ellos. En otras palabras, la Lectio divina, debidamente entendida, es una práctica monástica que nos ayuda, entre otras cosas para conseguir los mismos objetivos que estos métodos orientales.
Hay una serie de factores que hacen difícil al hombre de hoy, al menos en Occidente, el apreciar lo que es la Lectio. Consideremos detenidamente estos factores.
En primer lugar, el querer conseguir resultados inmediatos. Vivimos, querámoslo o no, en la llamada “sociedad de consumo”, en la que todo está organizado para producir lo más posible en el menor tiempo. El sistema de los medios de producción es producir con una lógica implacable y afecta a todos los aspectos de la vida, tanto que la mayor parte de la gente está imbuida de una mentalidad utilitarista, a veces inconscientemente. Como hombres de nuestra época, estamos afectados por esto, y nos es difícil el dedicarnos a algo que no esté orientado a resultados inmediatos.
En segundo lugar, hay mucha materia para leer en comparación con otros tiempos. Cuando los libros eran escasos y tenían que ser copiados a mano, la gente los valoraba mucho y los leía despacio y enteramente. Incluso hace cien años los libros eran aún relativamente pocos. Pero, hoy día hay tal proliferación de libros que la gente está inclinada a pasar de un libro a otro y hay una sutil inclinación por estar al tanto de la última novedad, de modo que la disposición para leer ha cambiado mucho.
Además la insistencia moderna en el proceso intelectual con detrimento del aspecto intuitivo y afectivo. El hombre es un todo, pero en la educación moderna el énfasis se ha puesto en la inteligencia, mientras que se presta poca atención, si es que se presta alguna, al sentimiento y a la afectividad. El resultado es que hemos caído en una división del hombre y de la vida desequilibrada, y consideramos el aspecto afectivo como inferior, si no peligroso. Esto hace que la Lectio, que mira tanto al corazón como a la cabeza, sea más difícil y quizá menos apreciable para nuestros monjes y monjas de hoy.
Otra causa de dificultad es el sistema de exámenes de la educación. Nuestro mundo contemporáneo da mucha importancia a los grados y diplomas como pruebas de preparación. Para conseguirlos, uno tiene que pasar por exámenes. De este modo, la mayor parte del tiempo en la escuela o universidad se pasa en prepararlos. En la práctica, esto quiere decir conseguir mucha información por medio de una lectura rápida y tiende a formar unos hábitos difíciles de cambiar después.
Se podrían mencionar otros elementos que hacen difícil la lectio: cursos de “lectura rápida”; la pasión por los periódicos, y así otras… No obstante, lo que desearía aclarar ante todo es que, aún antes de empezar la lectio, hay unos obstáculos que hay que superar. Sin embargo, para ser leales, hay que reconocer que hay textos que indican que tampoco para los monjes de otros tiempos la lectio era siempre fácil.
Pero esto me lleva al punto principal de esta carta: ¿qué es la Lectio? Como quedó indicado más arriba, si tomamos la Lectio en su sentido primitivo, no es simplemente una lectura espiritual, aunque muchos hoy día la identifican. Tal como la entiendo, la Lectio es una forma especial de lectura espiritual. Es una lectura sin prisas, mediata, que compromete toda la persona y que ayuda a ponerse en contracto con Dios.
Es sin prisas en el sentido de que no se busca el leer un número determinado de páginas y ni siquiera una página. No se busca la información ni formar conceptos por sí mismos. El valor de la Lectio no está en que nos de ideas nuevas, sino por lo que nos ayuda a llegar a ser. Hay un cierto desinterés en ella. No buscamos material para un sermón, o conocimiento para el confesionario, o argumentos para un debate, ni cosa alguna fuera de la lectura misma.
Es meditativa, es decir, hecha en una actitud de oración, de recogimiento, y entretejida de oración. En su libro “Cultura y vida cristiana”, Dom Jean Leclercq ha mostrado la estrecha relación entre la Lectio y la meditatio, y la riqueza de las dos palabras. No debemos entender la ya clásica fórmula: lectio, meditatio, oratio, contemplatio como cuatro compartimentos estancos que hubiese que ir consiguiendo uno después de otro, sino como cuatro elementos que alternan entre sí en un orden siempre cambiante.
Es una lectura que compromete a toda la persona, no sólo la inteligencia, sino también la imaginación, el corazón, el cuerpo. Antiguamente la lectura era oída, es decir, hecha tanto con los labios como con los ojos. No es la práctica normal actualmente; pero a veces puede ser una ayuda si las circunstancias lo permiten.
Es una lectura orientada a la comunión con Dios. Cuando buscamos conocimiento, en razón de nuestra formación, tenemos tendencia a buscar conceptos claros que podamos coger, dominar y luego analizar. Pero hay otro tipo de conocimiento que es una especie de comunión, un “estar-con”. En éste no se trata de reflexionar, al menos por el momento, sino de asentir. Es más una interpretación que una comprensión. Podríamos calificar este conocimiento de existencial o experimental. Es el fruto propio que pretende la Lectio, especialmente cuando leemos la Biblia, Palabra inspirada de Dios.
Lo que acabo de decir plantea dos problemas que merecen ser señalados: ¿debe ser la Biblia siempre objeto de la Lectio? Y ¿hay alguna distinción entre Lectio y estudio?
¿Debe ser siempre la Biblia objeto de la Lectio? Hay que reconocer que en los primeros tiempos la Lectio tenía por objeto casi exclusivo la Escritura y sus comentarios patrísticos. Precisamente por eso se la llego a llamar “divina”, y quizá es por lo que tomó su forma específica. Porque la Biblia no es un libro ordinario. Es la Palabra de Dios. Hay en ella algo sacramental. Leída como se debe, puede ser un lugar de encuentro con Cristo. Hemos de ver los libros sagrados como la historia del amor de Dios a su pueblo.
Precisamente porque los monjes vieron la Biblia en esta luz, inventaron su forma específica de lectura. Pero para nosotros hoy día ¿debe ser únicamente la Biblia el objeto de la lectura? Mi respuesta personal es a la vez “sí” y “no”. Para nosotros la Escritura debe tener la primacía como materia de Lectio, pero no hay que excluir otros libros con tal que ayuden de algún modo, aunque sea indirecto, a comprender la Palabra de Dios. No obstante, hay que añadir que no todos los libros se prestan al método de lectura lento, meditativo, que ha sido recomendado más arriba.
Esto me lleva a la segunda cuestión: ¿hay alguna distinción entre Lectio y estudio? Respondería que si tomamos la Lectio en el sentido estricto, hay que distinguirla del estudio.
Hace unos años, un miembro de la Orden escribió un artículo sobre este tema. Defendía con calor que, no sólo hay que negar la diferencia entre estudio y Lectio, sino que insistiendo en su distinción se divorciaba la teología y la espiritualidad. A mi modo de ver, las únicas conclusiones que se podrían sacar de los argumentos presentados son: a) Que normalmente se requiere el estudio para una vida espiritual profunda. b) Que hay un modo de estudiar que ayuda a la vida de oración.
Estoy plenamente de acuerdo tanto con una como con otra conclusión, pero no prueban que estudio y Lectio sean idénticos. La Lectio divina se refiere a un tipo de conocimiento especial; el estudio, a un conocimiento más conceptual. Naturalmente, no hay que reaccionar exageradamente contra la insistencia actual sobre la inteligencia en Occidente, cayendo en un anti-intelectualismo. No; ambos conocimientos van a la par. Son complementarios, y no mutuamente exclusivos. Uno debe ser capaz cuando ha recibido una preparación elemental, de hacer la Lectio tal como la he descrito, y Dios da entonces las luces necesarias. Pero, si una persona está debidamente preparada, Dios espera que ella estudie debidamente para iluminarla.
De todo lo dicho hasta aquí, se desprenden claramente las disposiciones necesarias para la Lectio. El espíritu de fe y oración es indispensable. La Lectio busca la comunión con Dios, y es Dios quien nos ofrece su Palabra y nos llama a su intimidad. Pero en esta vida este contacto con Dios no puede hacerse más que en la fe y requiere que nosotros nos preparemos con una actitud de deseo humilde, una actitud de oración.
En segundo lugar, es necesario el desprendimiento que nos libere del deseo ansioso de los resultados. No debemos ir a la búsqueda de sentimientos, de “experiencias”, de ideas bonitas para comunicar a los demás. No; la lectio es una labor de larga duración, que lleva a una profundización incesante, pero normalmente imperceptible, de nuestra intimidad con Dios.
Es necesario también un don de sí mismo, de modo que no se quede en un simple oidor de la Palabra. La Lectio es una verdadera ascesis. No se queda en el nivel teórico, sino que, como la misma Palabra de Dios, es una espada de doble filo, que llega hasta las profundidades más íntimas y requiere una respuesta personal.
Por encima de todo se requiere amor, sin el cual nuestra fe queda fría y el don de nosotros mismos, dudoso. Al amor ya es una especie de conocimiento y se fortalece con el contacto de la Palabra.
A modo de conclusión, quizá sea bueno decir una palabra sobre la formación a la Lectio divina, sobre todo en razón a las numerosas dificultades que tiene hoy día, como indicaba más arriba. De paso se puede señalar la estrecha relación que hay entre las dificultades de la Lectio y las que encontramos en la oración: una y otra requieren una verdadera conversión.
A nivel de comunidad, la formación en la Lectio será muy difícil si el horario no deja tiempo suficiente tanto para la Lectio como para el estudio. Además, aunque el horario sea equilibrado, será necesario ver si de hecho se le puede seguir. Por último, la formación en este plano será inútil si en el monasterio hay una actitud errónea respecto a la Lectio.
A nivel individual, el Maestro de novicios debe explicar claramente, no sólo la verdadera naturaleza de la Lectio, sino también sus principales dificultades. Sería bueno que tratara con los novicios el modo y medios de superar estas dificultades. Cuando se las identifica con claridad, la batalla está medio ganada.
Luego deberá mirar que los novicios se habitúen poco a poco a la Lectio divina, dedicando cada día media hora o una hora a este ejercicio.
Probablemente, los novicios necesitarán ser guiados en la elección de los libros, al menos al principio.
De cuando en cuando, sería conveniente una confrontación sobre la Lectio, de modo que puedan ser compartidas las experiencias de la misma. Quizá incluso el Padre Maestro pueda dar algún ejemplo práctico sobre el modo de hacer la Lectio. Puede ser también conveniente el organizar de un modo u otro un “Evangelio compartido”.
Evidentemente, todo lo que ayude a los novicios a desarrollar las debidas disposiciones incidirá en su Lectio. Por encima de todo, como en lo que respecta a la oración personal, es importante que al Padre Maestro aliente a los novicios y converse con ellos sobre las dificultades que tienen, de modo que puedan encontrar solución a sus dificultades personales.
Este ejercicio, en el que se trata de rumiar la Palabra de Dios en la oración, no es fácil. Exige realmente esfuerzo y sacrificio. Pero, si conseguimos progresar, dará frutos de gran trascendencia en la calidad de nuestra vida monástica, y se enriquecerá la dimensión contemplativa de nuestros monasterios.
La experiencia espiritual para un cristiano no es cualquire experiencia sino que es una experiencia espiritual cristiana, es decir, es una realidad espiritual que se fundamenta en Cristo, en su Espíritu. En ella el Cristiano intenta ponerse en contacto, en relación, en diálogo con Cristo, y tener una experiencia con El. Y aunque es verdad que esta experiencia se obtiene a través de la Palabra de Dios que es el principio, la base de toda vida cristiana y principal fuente de vida cristiana, hay que reconocer también que no se ha enseñado suficiente y correctamente a leerla de manera que se convierta realmente en palabra viva para el cristiano de hoy, para todo cristiano, no sólo para los religiosos o para los sacerdotes.
Sin ella,¿cómo sabría el cristiano a quién le está orando?;¿en dónde buscaría y hallaría el alimento para nutrir su vida cristiana?