Ama a Dios, en toda circunstancia. Asegúrate de amarlo sólo por ser quien es. Y por causa de tu Dios, aprende a amar a tus hermanos. A veces se necesita un poco de violencia para ensanchar el propio corazón, pero hay que hacerlo. Recuerda que, ya en esta vida, y después de esta vida, recibirás de Dios tanto amor cuanto quepa en tu corazón: mucho o poco, según la medida de tu misericordia.
Tu alimento será éste: recoger tu pensamiento alrededor de la cruz de Cristo. Tendrás hambre de este alimento cuando mires tus pecados, sin entrar en sus detalles, y cuando reconozcas con serenidad tu propia nada. Recuerda que el hambre, sin alimento, nos desespera, y que el alimento, sin hambre, nos cansa y fastidia. Sólo la caridad te impulse a hablar, y que ningún simulacro de la verdadera caridad disculpe tu lengua ante tu conciencia. Si no es para reconocer tus faltas, para engrandecer al Señor o para edificar al prójimo, mejor guarda silencio y responde sólo a lo que te pregunten. Recuerda que los mayores tesoros se pierden con unas pocas palabras.
Ejercita tu cuerpo en la penitencia, pero de modo que lo primero y lo último que inmoles sea tu propia voluntad. Recuerda la advertencia de San Pablo, no te suceda que habiendo predicado a otros quedes tú mismo descalificado. Que tu oración esté cada vez más unida a la oración de la Iglesia en la tierra y el cielo. Si es posible, une las horas de tu día a la Liturgia de las Horas. Ella, lo mismo que el Santo Rosario, tiene la gran virtud de imprimir en el alma los rasgos del Dios vivo, el Dios que habla en las Sagradas Escrituras y que ofrece su gracia en los Sacramentos. Recuerda que la oración cristiana, más allá de cualquier estado mental o emocional, es la unión con el Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
No multipliques tus formas de devoción. Después de un prudente discernimiento, habrá que renunciar muchas cosas y personas, incluso buenas y espirituales. Una vez recogidas tus fuerzas en un solo haz de amor hacia la cruz, y una vez purificada tu intención de toda golosina espiritual, comenzarás a caminar en verdad. Recuerda que, aunque eres peregrino del absoluto, estás en crecimiento, y una planta que se muda mucho de terreno no llega a dar fruto.
Ante alguna palabra enigmática, ante algún sentimiento confuso, ante algún pensamiento contradictorio, no llegues a afligirte. Durante tu camino serán más las cosas incomprensibles que las razonables. Sin embargo, vigílate a ti mismo; odia y huye de cualquier sombra de pecado, levanta tu corazón a tu Creador. Recuerda que la demasiada diligencia en comprender todo puede ser tan peligrosa como la negligencia en escuchar la voz de tu Dios.
Ama la obediencia, si te enamora la cruz. Abre tu alma a quien pueda ayudarte, y no te sientas tan maduro que se te olvide ser niño e hijo del altísimo. Recuerda que los más pertinaces herejes han sido todas personas muy espirituales y en otros tiempos muy rectos… que no estaban dispuestos a obedecer.
No te detengas en juzgar la autoridad moral o el grado de santidad de quienes te rodean. Con frecuencia Dios utilizará instrumentos acaso indignos y manchados para darte purísimas y luminosas enseñazas. Busca a tu Señor en todas las cosas. Recuerda que quien deja de desear, deja de buscar, y luego deja de crecer y hasta de vivir. Pero aunque escuches a muchas personas, no sean muchos tus consejeros.
Tampoco confíes fácilmente tu conciencia ni los dones de Dios a cualquier persona, por espiritual que te parezca. Así como no deseas sobresalir por tu dinero ni por tu posición social, de igual manera no quieras acreditarte por ningún don creado o de gracia. Recuerda que la más perfecta humildad requiere de la más perfecta discreción. Cuida y educa tu conciencia: sin torturantes escrúpulos y sin cómodas complacencias. Con la gracia de Dios a tu favor, no te parezca imposible reformarte de vicios, pecados o malas costumbres así sean antiguos y ya te parezcan normales. Recuerda que quien no está dispuesto a convertir totalmente su corazón, ya ha escogido convivir con el enemigo.
Pero en ningún caso te ofusque la opresión del enemigo primero. Que tu voluntad esté clavada en la cruz, de modo que si ese enemigo desea perturbarte, tú estés dispuesto a perderlo todo, menos la unión de fe y amor con Cristo Crucificado. Recuerda que si llegaras a decir: “tal cosa temo perder”, las tentaciones se recrudecerán alrededor de esa cosa, porque tu enemigo sabe mentir para oponer las creaturas a su Creador.
Para quien no ha conocido el amor de Dios, cualquier obra del amor le parece difícil y enojosa. Al contrario, el que ha gustado la bondad de Dios desea agradarle: amar lo que El ama y odiar lo que El odia. Que tu amor por El desborde en purísima caridad en favor de los que El ama. La perfección de una obra de caridad está cuando el amor hace que te venzas a ti mismo. Cuando esto sucede, ya no estás dando cosas, sino dándote tú mismo, y esto es inmensamente grato a tu Señor. Recuerda que has recibido cuanto tienes, y que sólo será tuyo cuando lo regales, al modo y en el tiempo que te indique tu Dios.
No tardes en escuchar al que sufre, mas por ahora no lo busques para que te hable. A menos que Dios te indique algo distinto en un caso particular, procura que tu corazón, antes que un consultorio, sea el altar de sacrificios puros. Y sea éste tu sacrificio: la oración que intercede con humildad, confianza y perseverancia. Recuerda esto: muchas y graves son las necesidades de la Santa Iglesia, pero quizá ninguna tan grande como la oración.
Finalmente no te olvides de cultivar con diligencia el íntimo deseo de ver a Dios Padre. Recuerda que mientras estamos en este mundo persiste en nosotros la tendencia a idolatrar las cosas creadas: no sólo el dinero, el placer o el poder; también nuestras ideas y proyectos; también nuestros mejores sentimientos; también los dones del cielo; también los angeles y santos… todo podría volverse ídolo, salvo Dios Padre “que habita en una luz inaccesible”. A El, por Cristo, que nos lo ha dado a conocer, en el Espíritu Santo, en quien somos sus verdaderos hijos, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos, Amén.
Gracias por todos los consejos esprituales de este artículo.
Considero importantísimo el que tiene que ver con el silencio de la vida interior tan necesario porque toda gran obra, toda fuerza de santidad nace en el silencio y en el recogimiento.
En realidad, el silencio nace, más que de nuestro ambiente, de nosotros mismos. Requiere aislamiento y desprendimiento de sí mismo, mortificación interior para disponerse a la intimidad con Dios en el silencio de la cruz de Nuestro Señor.